Es muy tarde o muy temprano, según por donde se mire. John ya ha venido a recogerla y ahora están en el bar esperando a que le sirvan la comida. Están en silencio, ambos están cansados. Pero ella habla:
-¿Vas a volver a quedar con la chica esa?
-Sí, te dije que el próximo viernes quedaríamos. ¿Por qué? – Ella niega mirando al frente – ¿Tienes algo que hacer? – su hermano la mira sonriendo. Quiere enterrar el hacha de guerra.
-Trabajar – dice ella irónica. Le mira y le devuelve la sonrisa. Bien, han quedado en tablas.
-He pensado que hoy podríamos ir al centro.
-¿A qué?
-No sé, a ver una película, comprarte ropa...
-¿Tienes algún problema con mi sudadera? Además, mamá no puede quedarse sola – contesta ella intentado ser seria.
Su hermano suspira riendo y pasa un brazo por sus hombros para acercarla a él. "Te quiero", le dice John en el oído. Ella le aparta suavemente mientras ríe y lo llama cursi. Después de que les traigan la comida, se la coman y paguen, se despiden. Casi son las ocho, así que María coge su mochila y se va para la playa. Cuando llega allí, saluda al chico de la cabaña cogiendo una tabla, éste sonríe al verla y ella le pide que guarde sus cosas, además de contarle lo que pasó con los chicos de ayer, más que nada, para que los apunte y pueda decirles el precio de las clases y demás. Él asiente tranquilo y después de una pequeña discusión sobre si se llevaría o no una comisión por ser la monitora, ella se va hasta la orilla. Se va metiendo poco a poco, el agua calmada le llega por encima de las rodillas. Ella cierra los ojos e inspira. Adora ese olor. Coloca la tabla a su lado cuando ya tiene medio cuerpo metido. El mar parece haberla notado, poco a poco se está volviendo más revoltoso y al sentirlo, sonríe ampliamente. Vuelve a respirar hondo, llenándose por dentro de ese aroma que para ella es el mejor perfume. Expulsa el aire lentamente y se tumba en la tabla, quiere remar un poco antes de que aparezcan los chicos de ayer, pero... Oh, oh. Escucha unas risas, se gira y los ve. Ellos la saludan con la mano desde la orilla.
-¡Buenos días! – grita uno de ellos. El otro se tapa los oídos como si le molestara y le da un manotazo. Vaya parece que alguien tiene resaca. "A lo mejor puedo pasármelo bien", piensa ella a la vez que sale del agua.
-Os veo con energía, así me gusta – comenta ella mirándolos. Mierda, es el chico de ayer. Se le borra la sonrisa de la cara – ¿Dónde están vuestras tablas? – pregunta agachándose para desatarse la cuerda del tobillo. No quiere que la reconozcan, aunque a lo mejor no se acuerdan.
-¡Tú eres la camarera! – grita el moreno que no tiene resaca. Ella se gira sin hacerle caso – ¡Daniel! Espabila, dale dos besos o algo chiquillo – le da un codazo en las costillas al rubio quien la mira con los ojos abiertos y haciéndole caso al moreno, le da dos besos. "Madre mía, ¡qué patético!", piensa él después de hacerlo.
-Sigo sin ver las tablas, señoritos – comenta ella borde.
Ambos chicos, sorprendidos por el tono de su voz, van hacia la cabaña mientras ella se vuelve a meter en el mar, esta vez del tirón. Sin pensárselo dos veces. El agua fría se le mete en la cabeza y da la sensación de que se le ha congelado el cerebro. Debería hacerlo más veces, es realmente agradable. Cuando sale del agua nuevamente, los chicos están hablando entre ellos. Se acerca a ellos quitándose el exceso de agua de su cabello moreno y liso. Los chicos al verla venir se callan.
-Cuando queráis dejáis de hablar y os quitáis la ropa, ¿eh? A mí me da igual, cobro por horas – reprende ella indiferente.
-¿La ropa? – pregunta sin entender nada el rubio.
-Os habréis traído bañador, ¿no? – Los chicos se miran entre ellos - ¡Oh, vamos! ¿En serio? – María alza las manos al cielo y luego las deja caer – Quitaros la ropa, ya – jamás ha sonado tan autoritaria. Ambos, obedientes, lo hacen quedándose en calzoncillos. Parece que le tengan miedo. "Mejor", piensa ella. – Bien – hace una pequeña pausa – El surf es un deporte, no una diversión. Está hecho para personas que quieren libertad. Pero hay normas – ella les mira impasible, están atónitos. "¿Quiere acaso que cojan apuntes o algo?", piensan. María parece haberles leído la mente porque les echa una mirada feroz – Primero. Usad el sentido común. Escuchad mis consejos, fijaos en mí y haced lo que yo haga. ¿Está claro?
-Sí, ¿ahora podemos meternos en el agua? – dice el rubio impaciente. Tiene frío y se abraza a sí mismo.
-Segundo – contesta ella a su pregunta a lo que el bufa y cambia el peso a su pierna izquierda –. Respetad la preferencia, la ola es de quien esté más cerca del rompiente o de quien haya estado más tiempo esperando. Tercero. No se coge la ola de otro surfista. Cuatro. Estad atentos a lo que sucede alrededor. Siempre – remarca –. Tenéis que saber con seguridad cuando estorbáis y cuando no.
Los chicos se miran, va con segundas. Ella sigue hablando, parece un sargento militar dando vueltas de un lado a otro mientras dice las normas. Al moreno le da la risa y María lo mira alzando la ceja.
-Otra norma en el surf es ser educado, ¿sabes?
-Es que esto es muy aburrido – el rubio se queda mirando a su amigo. La va a liar.
-Bien, coge la tabla y métete – él asiente despreocupado, coge la tabla y se mete en el mar. María y el amigo rubio se giran para verlo. – Métete por debajo de esa ola – le ordena ella y al hacerlo cuando ya está tumbado resbala, la tabla sale por un lado disparada y él sale a la superficie buscando aire. María se acerca, coge la tabla y le da la mano para ayudarle a salir. - ¿Quieres intentarlo tú también? – le pregunta al rubio. Él niega rápido – Jamás descuides la tabla, es tu responsabilidad – dice dándosela al moreno –. Tumbaros bocabajo en la tabla. Vamos a hacer unos ejercicios.
Después de hora y media larga, los tres están cansados. María tiene que irse, su madre lleva demasiado tiempo sola. Se coloca la sudadera y va hacia la cabaña mientras que los chicos están tirados en la arena exhaustos. Suelta la tabla, coge sus cosas y, aunque intenta irse sin que el chico le pague, él la pilla y le da su comisión por esas dos horas. Ella se lo agradece de verdad, ese chico se merece un pedestal o algo parecido. Se porta demasiado bien con ella. Supone que es porque sus padres se conocían de la comisaría y eran buenos amigos. Ellos sintieron mucho la pérdida de Max, el padre de María. Fueron momentos difíciles y siempre estuvieron presentes en cuanto la familia Green los necesitó.
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Todo es posible [Terminada]
Teen Fiction¿Podrías vivir con el vacío que se siente cuando te arrebatan a lo que más quieres? ¿Podrías enfrentarte solo/a a esa soledad acompañada del sufrimiento? ¿Podrías dejar todo atrás y empezar una nueva vida? María una chica de tan solo diecisiete años...