Dieciseis

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A la mañana siguiente, no son ni las siete cuando María se despierta. Tiene el brazo de Daniel en la cintura, su espalda toca el pecho de éste y sus piernas están entrelazadas. Por alguna extraña razón, se siente bien, descansada y protegida. Los brazos de él la acunan y escuchar su tranquila y despreocupada respiración cerca de su oído, notándola en el cuello, es como una nana que la tienta a volver a dormir. Sin embargo, no puede. Ha de regresar a su casa. Decidida quita el brazo de Daniel suavemente colocándoselo en su costado, desenvuelve las piernas con cuidado y se levanta de la cama buscando sus preciadas deportivas. Él se remueve buscándola pero desiste y acaba bocabajo. María suspira aliviada, no quiere despertarlo, no obstante le dejará una nota. "Buenos días. Llámame." Seguido  del número de teléfono de casa. Tras dejar el papelito donde pueda verlo, sale de la habitación. No coge el ascensor, prefiere las escaleras del servicio. Cuando llega a la calle, lo único que le apetece es correr. Así que poniéndose bien la mochila comienza a andar, primero, para luego coger más velocidad. Se siente tan bien. La humedad por toda la lluvia que cayó anoche, la brisa fresca típica de allí, los pocos rayos de sol calentándola, el sonido de las olas rompiendo en las rocas acompañado de los cantares de los pájaros. Es algo increíble. Indescriptible. Solo puede decir que se siente bien, genial, maravilloso.





María bosteza mientras sale de su habitación. Su hermano la ha obligado a levantarse y todavía no sabe a qué se debe. Sí, cuando llegó a casa esta mañana volvió a dormirse, no lo podía remediar, de pronto se sintió tan cansada que se tuvo que volver a acostar. John está en su cuarto. Lleva unos pantalones negros lisos que parecen de traje y una camisa blanca. Espera, ¿qué? María quien está en el umbral de la puerta lo mira frunciendo el ceño. Su hermano nunca se pone camisas, ni va tan elegante. Oh, no. Algo le dice que va a tener una estúpida comida con gente que ni conoce ni quiere conocer.

-No me mires así y empieza a arreglarte. Comeremos con la familia de Beatha. Es una comida formal, así que olvídate de llevar sudadera.

-¿Por qué tengo que ir?

-Porque lo digo yo.

-Ese papel no te pega, hermanito – dice ella riéndose.

-Vale, porque estoy de los nervios y si vienes, me sentiré mejor. Además, me dijeron que podías acompañarme.

-Pero no me incumbe.

-Pero soy tu hermano favorito y me harás el favor.

-Eres el único hermano que tengo, no hay mucho donde elegir.

María se va hacia su cuarto dejando a John con su dilema sobre qué corbata ponerse. Hay que ir bien vestido, bien. Pero ella no tiene nada elegante. Su hermano tiene suerte de tener el mismo físico que papá, le sirve toda su ropa, sin embargo ella no tiene, ni de lejos, el físico y gusto de su madre. Abre el armario buscando algo que ponerse. Cuando John dice ponerse elegante quiere decir que se ponga vestido. Así que saca las dos únicas vestimentas que le pueden servir y las coloca sobre la cama. A la derecha, un vestido liso, mitad negro, mitad blanco. A la izquierda, uno negro con estampado extraño. ¿Qué se tomó cuándo se compró esos vestidos? ¿En qué estaba pensando? ¡Son horribles!

-Ponte el negro – le aconseja John desde detrás. María se da la vuelta para mirarlo, tiene los extremos de la corbata a cada lado del cuello. Ella se acerca, le levanta la barbilla y le hace el nudo. – Pórtate bien, por favor. No quiero cagarla con ella. Es diferente. Como tú. – John le sonríe y ella asiente para luego ponerse el vestido que le ha recomendado su hermano.





John y María están frente a una enorme casa que podría tener las tres plantas más sótano. El traga saliva intentando pasar el nudo que se le ha formado en la garganta. ¿Cómo piensa impresionar a los padres de Beatha si apenas puede respirar? María le aprieta la mano dándole los ánimos que él agradece y necesita. Ambos bajan del coche y se aproximan a la puerta principal decorada con un gran picaporte dorado con forma de león. John, decidido, va a tocarlo pero su hermana lo detiene. Señala un pequeño botón a la derecha de la puerta. ¿Se podría estar más nervioso? María hace los honores y pulsa el pequeño timbre que resuena por toda la casa. Unos segundos más tarde, una chica joven, morena, de estatura media, con un cuerpo de infarto y con unos preciosos ojos verdes abre la puerta. "Beatha", susurra John. La verdad es que verla con ese vestido verde botella liso que le llega cinco dedos más alto de las rodillas, lo relaja. Ella sonríe tirándose en sus brazos para luego darle un beso que, tal vez, él le devuelve con más ganas. Mientras María permanece de brazos cruzados mirando sus deportivas. Sí, se ha puesto vestido con deportivas pero es que no tiene otros zapatos más cómodos. Cuando John y Beatha han terminado de besarse, prestan atención a María quien antes de que digan algo se disculpa por el comportamiento de la otra vez que se vieron. La novia de su hermano le sonríe mostrando que ya está todo olvidado, le da dos besos y la halaga por lo guapa que está. Pero a María no se le pasa por alto la mirada de desaprobación que le ha dado a su vestimenta. Ella le devuelve la sonrisa de forma que crea que no se ha dado cuenta y Beatha los acompaña hasta el jardín donde yace una gran mesa. Alrededor, tres hombres charlan animadamente mientras beben de sus copas. Cuatro mujeres, una mayor que las otras, hablan al otro lado de la mesa a la vez que observan cómo tres niños que no pasarán de los diez u once años juegan corriendo por el césped. Beatha entra primero, seguida por John y por último María que se queda un poco sorprendida por ver al doctor Fitzgerald allí. Su hermano saluda a cada una de las personas que se encuentran educadamente, dándoles besos a las mujeres y estrechándoles la mano a los hombres, llamándolos por sus apellidos. Eso quiere decir que él sabía quiénes iban a ir.

María se siente un poco fuera de lugar, tras saludar a todo el mundo John y Beatha fueron a ver la casa y ella quedó sentada en una silla sin saber dónde meterse. De pronto, Arwel se sienta a su lado.

-No esperaba verte por aquí.

-Creo que puedo decir lo mismo. Mi hermano me lo pidió.

-Soy de la familia. La señora mayor es mi madre chocha – dice y María no puede evitar reírse – Te hace gracia, ¿no? – Ella asiente – Cuando acabe la comida no pensarás lo mismo – vuelve a reírse pero de repente se pone seria.

-¿De verdad fue amigo de mi padre?

-María no creo que sea el momento ni el lugar adecuados para hablar de ello.

-Pero necesito saberlo – el doctor suspira y la mira. Sus ojos son una súplica.

-Conocí a tu padre el mismo día que llegó a Donegal. La verdad es que al principio no tuvimos mucha relación pero una vez me llamó, necesitaba el punto de vista médico para un caso. Por lo visto, le gustó lo que le dije y ese fue el comienzo de nuestra relación. Cuando tus padres tuvieron a John, tu madre empeoró considerablemente y él me pidió el favor de que fuera su médico. Recuerdo que decía que mis dotes de doctor eran innatas y que, jamás habría un médico mejor que yo – hace una pausa –. Aún me cuesta creer cómo una persona tan buena como tu padre se fuera de la manera en la que se fue.

-Da igual lo que seas, lo que ganes o lo que pierdas en esta vida. Naces y vives solo. Y cuando llega tu hora, te vas.

-Es muy triste oírte decir eso, María. Tan solo tiene diecisiete años y hablas como una persona de ochenta. Sí, sé que has sufrido mucho pero mira tu hermano. Él sale, entra, va, viene, se divierte. Ahora está con mi sobrina y estoy tranquilo porque sé que es buen chico al igual que tú. Y lo sé porque vuestro padre era así y os educó así. María, de verdad...

-Arwel, cariño – lo llama su esposa.

-Un momento, amor – contesta él. – Inténtalo. Por favor, solo intentarlo. Si luego no sale nada bueno, me tragaré mis palabras. Pero hazlo – la voz del doctor suena suplicante y más que darle un consejo se lo está rogando.

-Lo intentaré pero no prometo nada.

Fitzgerald asiente levantándose, se dirige hace su esposa volviendo a dejar a María sola con la diferencia de que ahora tiene cosas en las que pensar. ¿Acaba de acceder a tener una relación con alguien? No, ha accedido a que va a intentar liberarse más, saldrá con amigos, no estará todo el día en casa o trabajando. Vale, tal vez sea fácil. Tal vez, Daniel quiera ayudarla. De pronto, se siente contenta. Va a intentar salir de ese agujero negro donde cayó cuando su padre murió. Va a intentarlo por ella. Por el doctor Fitzgerald. Por su recuerdo.

María esboza una sonrisa cuando Beatha y John entran de nuevo en el jardín. Este último se sienta al lado de ella quien lo mira enarcando una ceja, divertida. Él le sonríe con cierto rubor en las mejillas y ella le acomoda la corbata. Echa un vistazo a la novia, quien está sentada al lado de él, también está acalorada. María niega riendo, sabiendo que su hermano no ha podido aguantarse y le da una colleja disimuladamente. John se queja pero luego le muestra una radiante sonrisa. Todos están sentados en la mesa mientras hablan. Sin embargo, falta alguien por llegar. El sitio a la izquierda de María está vacío y la abuela Fitzgerald comienza a farfullar por lo bajini.

-Este chico siempre igual. De verdad, el día que llegue a la hora que se le diga, pondré toda la herencia a su nombre.

Todos en la mesa ríen ante la promesa implícita de la señora mayor. De pronto, un chico alto y moreno entra por la puerta gritando: "Buenas tardes, familia". Y María no puede creerse que él esté ahí. ¿Es que acaso la novia de John tiene que ser familiar de todos?

Todo es posible [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora