Treinta y cinco

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Después de que se monten los tres en el vehículo; la mujer conduciendo y ellos dos en la parte de atrás con las tablas, la señora cuarentona llamada Katherine pregunta hacia donde van. Rápidamente, el chico le da la dirección de su domicilio. Luego, comienzan una animada charla que acaba cuando los jóvenes se despiden y le dan las gracias por haberlos traído de vuelta.

-Katherine es muy maja – comenta María mordisqueando una manzana.

-Espera, grabaré esto. ¡Green siendo amable!

-Idiota – la chica le golpea el brazo.

-No comas ahora, la pizza está a punto de llegar.

La joven deja la fruta a un lado mientras que con los dedos de los pies agarra la camiseta de Kev para acercarlo. Él lo hace sin oponerse, colocándose entre sus piernas las cuales acaricia lentamente hasta llegar a la cadera. Juguetea con el cordón de la parte inferior del biquini a la vez que ella hace lo mismo con él y pone su cabeza en el hueco del cuello del chico, para aspirar su olor y dejar besos pequeños, más bien, roces leves casi imperceptibles. "No tengo precisamente ese tipo de hambre, Campbell", dice en su oído ella para luego morderlo. Tal acto hace al chico jadear y María sonríe al notarlo. Seguidamente, se introducen en un mundo de caricias provocativas, besos calientes y húmedos, e incluso palabras que les hacen olvidarse de todo.

Cerca de las siete, María y Kev están tumbados en el sofá. Después de que el repartidor les cortara el rollo de la cocina, comieron entre risas y estuvieron viendo una película. Ahora está casi anocheciendo, el sol roza el horizonte mientras ello lo observan embelesados gracias a la gran ventana que tiene el moreno en su casa. María se remueve mirando la hora y se levanta con Campbell siguiéndole con la mirada mientras se pone la ropa. "Puedes tomarte el día libre y no ir", le dice él intentado convencerla pero lo único que consigue es que ella ría y le tire un cojín que ha encontrado en el suelo. "Sé que no puedes vivir sin mí, Campbell, pero llevo desaparecida desde anoche y quiero ver a mi hermano", contesta ella dirigiéndose a la salida, en cambio, él la pega a la puerta evitando que se vaya. "Déjame llevarte a un último lugar, por favor", susurra a escasos centímetros de su boca causando que ella asiente sin haber escuchado perfectamente lo que le ha dicho. Confía en él así que se deja de llevar, le sigue sonriéndole mientras él la guía por el pueblo que ambos conocen a la perfección. Por lo que, solo hace falta echar un vistazo para que María sepa que se encuentran en el cementerio. Rápidamente, frena en seco. Kevin la observa dándose cuenta del miedo que le recorre el cuerpo. La abraza pidiéndole que por favor lo haga por él, por ella, por su padre. Paulatinamente, se acercan a la lápida en la que aparece inscrito el nombre de Max Green, justo debajo aparece su máxima: "Todo es posible" seguido del típico "amado compañero, marido y padre" y por supuesto, las fechas de su nacimiento y muerte. María respira profundamente aguantando el sollozo que está por salirle.

-Sé que no vienes desde el entierro y creo que es hora de superarlo, Green – con la mano en su espalda, la acerca lentamente. De repente, ella se tira de rodillas al suelo.

Y así permanecen, ambos frente a la tumba de Max. Ella sobre sus rodillas apoyando el peso en sus tobillos mientras él le acaricia el pelo. Nadie dice nada. Los minutos trascurren lentamente y ellos siguen admirando la lápida. De pronto, sin que ninguno se lo espere, las palabras brotan de la boca de él. "Buenas tardes, Max", María hipa con las lágrimas en sus ojos pero eso no detiene a Kevin. "Prometí traerte a tus hijos pero sé que John viene a menudo, en cambio, tu hija es más complicada", las miradas de ambos se encuentran. Los ojos de él muestran preocupación ante los de María que, a causa de las lágrimas, se han convertido en grises. Iguales que los de su madre. Tal y como a su padre le gustaban. "¿Sabes? Aunque hayan pasado seis años de tu muerte, aquí nada ha cambiado. Solo tu hija que se ha vuelto más arisca de lo que ya era." Ambos ríen levemente para que luego una lágrima salga de los ojos de Campbell. "Santa mierda, Max, deberías de verla. Es hermosa, tiene a media Irlanda detrás de ella y deberías observarla cuando surfea, es aún más bella. De verla, estoy seguro que el orgullo no te cabría en el pecho. El único problema que tiene es que aún no ha superado tu ida pero lo hará. Sí, yo sé que lo conseguirá. Ella tiene tu carácter, tu fortaleza, esto solamente es un pequeño bache en el camino, Max, no tienes de qué preocuparte. Ella estará bien, lo sé, te lo prometo." María no aparta la mirada de él ni un segundo, lo observa embelesada mientras él habla a la lápida como si de verdad Max estuviera delante de ellos y tomaran un café tranquilamente. Tras minutos de silencio, continua hablando pero ahora mirándola a ella: "Seguramente, ahora piensa que estoy loco, que estoy hablando con un muerto, o mejor, con una tumba. Sabes que a ella no le gusta no obtener respuesta, que es más de dejar con la palabra en la boca. Creo que es otra de las razones por las que no ha venido a hablar contigo aún y puede que hoy nos vayamos sin escucharla pero es su personalidad y hay que respetarla. Sé que desde dondequiera que estés estás orgulloso de ella." La chica aguanta una vez más las lágrimas secándose los restos de éstas que anteriormente le recorrieron la cara. Poco a poco se levanta sin apartar la vista de la inscripción. "Todo es posible, María", se repite una y otra vez en su cabeza como si de una mantra se tratase. "Todo es posible. Él puede escucharte. Él te está viendo." Lo más rápido que puede vuelve a secarse las lágrimas con el dorso de la mano, se sorbe la nariz y endereza la espalda. En esos momentos, Kevin piensa que por lo menos ha ido a verlo. A pesar de no haber hablado, lo ha visitado y eso es un gran logro. En cambio, cuando ve las intenciones de María al coger una gran bocanada de aire, le agarra de la mano incitándole a seguir con su pensamiento. Ella lo mira con el labio tembloroso, luego vuelve la vista a la tumba y de nuevo a él. Por último, observa con precisión el nombre de su padre antes de renovar el aire en sus pulmones, sorberse de nuevo la nariz y resoplar.

-Eh... Hola, papá – balbucea cuando nuevas lágrimas aparecen en sus ojos –. Joder, ¿cómo coño lo haces, Campbell? Esto es jodido.

El amigo de su hermano le pasa el brazo por los hombros pidiéndole que se relaje. – Tienes que tranquilizarte, decir lo que piensas y no ser tan malhablada. A tu padre le va a dar algo como siga escuchándote hablar así – consigue sacarle una pequeña pero brillante sonrisa y tras darle un casto beso ella continúa con su tarea.

-Te echo de menos, papá. Ojalá no te hubieras ido. Ojalá siguieras aquí. Pero no sirve de nada arrepentirse, ¿no? – María espera una respuesta pero no la obtiene – Papá, siento todo lo que hice mal, todas las travesuras, todas las malas notas, yo debí ser mejor hija. Ahora lo entiendo, comprendo todo el trabajo que hacías en casa. Ahora la lleva John y es un completo desastre – suelta una pequeña risita –. Siento todas las veces que me comporté mal con mamá. Te juro que no he vuelto a gritarle, papá. Creo que no sabíamos todos los deberes que tenías, éramos bastantes incultos en ese aspecto pero lo lamento. Papá, quisiera un abrazo tuyo. Los echo de menos. También extraño tus largas charlas que no entendían o tus regañinas. Extraño que me persigas por la casa hasta acabar en el suelo, incluso echo de menos que me llames conejito. Muero por escucharte decirlo otra vez. Joder, quiero que me castigues hasta que cumpla 30 años por acostarme con este engendro – señala a Kevin mientras ríe cosa que él no puede evitar hacer y la acompaña –. Papá, te quiero. Te quiero y prometo venir a verte más a menudo. Deseo escuchar tu voz una última vez, mirarte a los ojos y saber que todo está bien. Pero, papá, no es así. No estoy bien. John no está bien. Mamá tampoco está bien. Te echamos mucho de menos. Te necesitamos cerca. Más cerca que nunca. Papá, hoy es el primer cumpleaños que medio celebro desde tu muerte. Me quedé en aquella tienda, bajo esa estúpida cinta que me dijiste. Por si lo quieres saber, la señora a la que salvaste estaba embarazada, papá, aquel día salvaste dos vidas. Fuiste el héroe que yo siempre vi en ti, mi modelo a seguir, papá. Sé que no querías irte, no querías dejarnos pero tuviste que hacer y puedo prometerte que a partir de ahora todo cambiará, papá. Sí, te lo prometo. Se acabó mi actitud arisca – echa una mirada a Kev quien está derramando algunas lágrimas y sonriéndole – Volveré a ser María, papá, pero necesitaré tu fuerza. Desde dondequiera que estés, ayúdame, papá, te lo suplico.

María cierra los ojos aun llorando, da bocanadas cortas, entre sollozos y los mocos en la nariz apenas puede respirar bien. Por lo demás, se siente bien. Nota como poco a poco la losa que ha llevado durante años va haciendo menos fuerza contra su cuerpo. Vuelve a secarse las lágrimas mientras lee por última vez la lápida. "Todo es posible."

-Te quiero, papá. Por cierto, el niño al que salvaste lleva tu nombre.

La joven suelta las últimas palabras con una sonrisa en su fina boca. Se gira para encarar a Kevin quien la mira orgulloso y sin restos de lágrimas en su rostro. Tira de la mano que tenía cogida y la acerca a él, pegándola completamente a su pecho. Besa su coronilla, inspira su olor. Perfume de mar. Le levanta la cara posando sus dedos en su barbilla, acerca su rostro al de ella y a escasos centímetros, antes de tan siquiera rozarle los labios le susurra: "Estoy orgulloso de ti. Ambos lo estamos, María." Luego, le da su merecido y esperado beso con sabor salado.

Todo es posible [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora