Seis

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María llega a casa, escucha el agua de la ducha y, aunque es extraño, sabe que es su hermano. Se acerca a la puerta y lo oye cantar. Tiene buena voz, un poco ronca tal vez, pero es bonita. Sin darse cuenta, ella empieza a tararear. En esa casa siempre ha habido música hasta que papá murió. Entra dentro del cuarto de baño, está lleno de vapor, apenas ve a John y se apoya en la pared. Él se asoma tras la cortina y le sonríe. "Buenos días, conejito", dice. Ella niega, bufa y se da la vuelta para irse. John se apresura en ponerse una toalla en la cintura y salir del cuarto. María está sentada en la encimera mientras come galletitas saladas. Tiene la mirada en un punto fijo, tararea. Su hermano se acerca, se pone entre sus piernas y le quita la galleta.

-And you will never know just how beautiful you are to me – canturrea John.

Su hermana lo mira, es extraño. Nunca la había visto así. Tiene los ojos más verdes que nunca, más oscuros. Y entonces, sabe que en su interior se está librando una batalla que parece no ir muy bien. Por un momento teme. Su hermana. Su hermana pequeña. Esa chiquilla de piel morena pero que sigue siendo de porcelana. Con su pelo siempre revuelto parece mayor, pero no lo es. Sus ojos, realmente los más bonitos que ha visto en su vida, pero que ahora lucen tristes y cansados. Las pronunciadas ojeras no permiten que sus ojos brillen ni un mísero rayo de luz. Su pequeña nariz chata está roja, siempre lo está. Es una pequeña Rudolf. Por último, sus labios finos que ahora están encargados de que su hermana tenga una sonrisa amarga. No, esa sonrisa no. No la puede ver. Odia verla en su cara pequeña. Le parte en dos. John acaricia las rodillas de María, ascendiendo por los muslos y después por los brazos hasta llegar a su cara. Le obliga a que lo mire. No hacen falta palabras pueden comunicarse con la mirada. Ella puede decirle que le necesita y él puede decirle que está ahí, con ella, puede prometerle que no se irá jamás y ella sabrá que es verdad. Él no la dejará. Y por primera vez, desde hace mucho tiempo, María abre los brazos, los coloca alrededor del cuello de su hermano y lo abraza. Es un abrazo cálido, a pesar de la necesidad de cariño, a pesar de la lucha, a pesar del dolor. John tarda en darse cuenta de lo que está pasando pero en cuanto nota el sollozo de su hermana, la abraza fuerte. Pasa la mano por su espalda y la cerca más a él. "Llora, llora", suplican ambos a sí mismos en sus cabezas. "Muéstrale tu amor". Se abrazan más fuertes, apenas hay aire entre los dos. Sin embargo, tienen que separarse, el timbre ha sonado.

-Mierda – masculla John –. Había quedado con Kev.

Él se separa y, aún con la toalla en la cintura, va a abrirle. María pone los ojos en blanco mientras baja de la encimera. Ahora entiende porque su hermano no está trabajando. El chico con el que ha quedado John es Kev. Kev Campbell, hijo del jefe de su hermano. La verdad es que si no hubiese sido por él, John no tendría trabajo y vivirían bajo un puente. Pero la manera de ser del amigo de su hermano la hace ponerse de los nervios. Es estúpido, arrogante, infantil, mujeriego, caprichoso, pesado, desagradecido y con un humor tan, tan malo que sería más gracioso clavarte agujas en los ojos. Además, es un grosero, siempre le dice cualquier guarrada que la hace enfadar, pero lo peor de todo es que su hermano le deja y se ríe con él. Eso sólo hace que ella se enfade más y lo odie como jamás había odiado a alguien. Kev irrumpe en la cocina mientras María está de espaldas a él limpiando las migas de las galletas. Cuando gira, se queda asombrada. "Vaya, ¿dónde está Campbell?", piensa ella y se sonroja levemente pero no se nota. Delante de ella hay un chico alto, moreno, con ojos marrones y cejas gruesas, mandíbula cuadrada, labios... Oh, Dios, ¡qué labios! María se queda mirándolos embobada. El chico sonríe de medio y ella suelta un suspiro.

-Vaya, vaya, Green. No sabía que me habías echado tanto de menos.

¡Plaf! Vuelta a la realidad. Sí, sí es Campbell. Eso sólo lo diría él y encima con ese tono que hace que le den ganas de pegarle.

-Cállate, Campbell.

-Oh, vamos, Green, ¿no me vas a dar un besito de bienvenida? – inmediatamente pone morritos y se acerca a ella quien le da con el trapo en la cara.

-Que te lo den tus moja bragas – contesta ella yendo para su habitación.

-Por eso mismo te lo he pedido. Tú eres una de ellas – ríe estruendosamente y por un momento María teme que la casa se les caiga encima. A esto se refería con lo del humor. "Como un grano en el culo", piensa ella. María le saca el dedo corazón sin mirarle y eso provoca otra carcajada en Kev. Se mete en su cuarto cerrando la puerta pero a los dos segundo, él ya está dentro y toqueteándolo todo. – ¿Dónde guardas la ropa interior? – pregunta él abriendo cajones.

-Lárgate, Campbell.

-No quiero, Green – él le reta con la mirada.

-Me conozco tu juego – contesta ella siguiéndole.

-Dime que me has echado de menos.

-Espero que te lo hayas pasado bien acostándote cada día con una cualquiera en Londres – hace una pausa cruzándose de brazos – pero no te he echado de menos.

-He visto cómo me mirabas – ahora él sonríe pícaramente y ella le pide telepáticamente a su hermano que salga de una vez.

-Te miraba porque estás cambiado.

-¿Más guapo? – se acerca lentamente a ella.

-No, más gilipollas – María se aparta y se dirige a la otra parte de la habitación - ¡John, Campbell quiere abusar de mí! – sonríe ingenua.

Ahora que hay más distancia entre ellos, ella se siente más segura y lo desafía con la mirada. Segundos después su hermano entra y se lleva a Kev para fuera. María cansada se tira en la cama y sin quitarse siquiera el biquini se duerme.

Todo es posible [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora