El accidente que me olvidó

Capítulo 10: Baile, carrera y meta ❤️ (Parte 1)

Mientras las palabras de su madre resonaban en el pasillo, urgentes y autoritarias, Penelope cerró el diario de Colin con un suspiro y se puso en pie, decidida a causar una impresión diferente esa noche. Se dirigió a su vestidor y seleccionó un vestido azul claro, casi un reflejo de los colores Bridgerton. El delicado brillo que adornaba el vestido, junto con las mangas de tul y el escote ligeramente más generoso de lo habitual, le otorgaban una elegancia discreta pero innegable.

Al bajar las escaleras, su madre la esperaba con la misma expresión de desaprobación de siempre, centrada únicamente en el color.

-¿Azul, Penelope? -dijo, frunciendo el ceño-. Te he dicho mil veces que el amarillo resalta más.

Penelope sonrió con serenidad, dejando que las críticas de su madre se perdieran en el aire. Esta noche, algo en ella era diferente; había una chispa en su mirada y un rubor suave en sus mejillas, nacido de las confesiones de Colin y el redescubrimiento de sus sentimientos y que nada tenían que ver con el maquillaje.

Finalmente, al mirarse en el espejo antes de salir, Penelope vio el reflejo de una mujer segura y radiante, sus ojos tenían un brillo que no había visto antes, y sus mejillas parecían encendidas de una manera natural y vibrante. Era como si aquella misma luz que Colin había capturado en sus diarios brillara ahora en ella.

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Cuando Penelope cruzó el umbral del salón, un murmullo sutil recorrió la sala. Los invitados comenzaron a girarse discretamente, algunos captando el cambio en ella, otros notando simplemente su radiante presencia. Sin embargo, para Colin Bridgerton, aquel instante fue como si todo el mundo se desvaneciera, dejando solo la figura de Penelope iluminada bajo las luces doradas del salón.

Había estado allí, de pie, mirando distraídamente hacia la entrada, como un centinela en alerta, en busca de un solo rostro entre la multitud. En cuanto vislumbró el primer destello de sus rizos rojizos, sus ojos se abrieron y su mandíbula cayó levemente, atónito. Penelope avanzaba hacia él, envuelta en un vestido azul que parecía hecho de las mismas tonalidades de los cielos de invierno y los mares lejanos que él tanto amaba. Los brillos del vestido capturaban la luz a cada paso, pero no había nada que pudiera opacar el brillo auténtico que irradiaba de sus ojos y de sus mejillas sonrosadas.

Para Colin, respirar se volvió una tarea complicada. Jamás la había visto tan hermosa, tan segura de sí misma, con esa mezcla perfecta de suavidad y determinación. La imagen de ella se grabó en su mente como un tesoro que jamás podría perder. A su alrededor, las conversaciones continuaban y la música llenaba el aire, pero él apenas era consciente de nada de eso. Todo su ser estaba enfocado en Penelope y en el latido irregular de su propio corazón.

En ese momento, confirmó con absoluta certeza que ella era, sin lugar a dudas, el amor de su vida.

Colin se abrió paso entre la multitud hasta llegar a donde Penelope estaba acompañada por su madre y hermanas. Haciendo una pequeña reverencia, la saludó con cortesía:

-Señorita Featherington, se encuentra realmente radiante el día de hoy.

Sus ojos permanecieron en los de ella solo un instante, lo suficiente para que Penelope notara la sinceridad en su mirada, antes de que él recordara que las normas sociales exigían que extendiera los cumplidos al resto de la familia. Dirigiéndose respetuosamente a la madre de Penelope y a sus hermanas, añadió:

-Mis disculpas, señora Featherington, damas, no quise pasar por alto vuestra compañía.

Después, con una sonrisa y un toque de atrevimiento, volvió a Penelope.