Capítulo 26: Travesía, cuidados y libros 🔥🔥

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El primer día fue emocionante. Penelope estaba fascinada con el vasto océano que se extendía ante ellos. Penelope estaba apoyada en la barandilla, observando cómo las olas rompían suavemente contra el casco. Colin se acercó por detrás, rodeándola con sus brazos y apoyando su mentón en su hombro.

—¿Qué piensas? —preguntó él en voz baja, disfrutando del calor de su cercanía.

—En lo increíble que es esto —respondió Penelope, sonriendo mientras seguía mirando el horizonte—. Hace apenas unas semanas no sabía si alguna vez volvería a estar bien, y ahora aquí estoy, contigo, viajando hacia un lugar que siempre soñé conocer.

Colin dejó un beso suave en su mejilla.

—Te prometí que cumpliríamos nuestros sueños juntos, ¿recuerdas? Este es solo el comienzo, Pen.

Ella se giró para mirarlo, sus ojos llenos de gratitud y amor.

—Gracias, Colin. Por nunca rendirte conmigo. Por todo.

Colin le sonrió, inclinándose para besarla suavemente.

—No hay nada en este mundo que no haría por ti, Penelope.

Penelope pronto empezó a sentir los efectos del constante movimiento del barco. A pesar de su entusiasmo inicial, no tardó en descubrir que su cuerpo no se adaptaba bien al vaivén de las olas.

—Colin, creo que... —Penelope comenzó a decir, antes de detenerse para sujetarse a la barandilla del barco, intentando mantener el equilibrio.

Colin se acercó rápidamente, sosteniéndola con cuidado mientras le ofrecía una mirada comprensiva.

—¿No te sienta bien el barco, amor? —preguntó, acariciando suavemente su espalda.

Penelope negó con la cabeza, dejando escapar un suspiro.

—No estaba preparada para sentirme así. Es como si mi estómago no supiera qué hacer con tanto movimiento.

Aunque las comodidades de primera clase eran más que suficientes para cualquier viajero promedio, su cuerpo no parecía querer cooperar. El constante vaivén del barco le provocaba náuseas y un leve mareo que no terminaba de desaparecer, dejándola agotada. Había momentos en los que incluso la idea de moverse por la cubierta le resultaba una tarea monumental.

Colin, atento como siempre, no tardó en notar su incomodidad. Una tarde, mientras Penelope descansaba en una chaise longue en su camarote, él se presentó con una sonrisa tranquilizadora y un plato con unas galletas saladas y un poco de té.

—¿Cómo te sientes hoy? —preguntó, sentándose junto a ella.

—Un poco mejor, creo —respondió Penelope, aunque su tono no era del todo convincente. No quería que Colin se preocupara más de lo necesario.

Él asintió, comprensivo, y le ofreció una galleta.

—No tienes que fingir conmigo, Pen. Sabes, la primera vez que subí a un barco también pensé que no iba a sobrevivir al trayecto. —Colin sonrió con una chispa de diversión en los ojos—. De hecho, le prometí a mi yo más joven que nunca volvería a pisar una embarcación. Y, sin embargo, aquí estoy.

Penelope lo miró con una mezcla de sorpresa y gratitud. Era reconfortante saber que incluso alguien tan seguro como Colin había tenido una experiencia similar.

—¿De verdad te sentiste así? —preguntó, un poco más animada.

—Por supuesto —respondió Colin, encogiéndose de hombros—. Creo que pasé más tiempo fuera de mi camarote que dentro, solo porque el aire fresco era lo único que me ayudaba a sentirme mejor. Así que... —hizo una pausa significativa— he decidido compartir contigo el único truco que aprendí entonces: pasar tiempo en la cubierta, respirando profundamente y, si es posible, mirando las estrellas por la noche.

El accidente que me olvidóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora