Perdiendo esperanzas

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Capítulo 18: Perdiendo esperanzas

POV Karime

Han pasado ocho meses desde el accidente, pero para mí, el tiempo se ha estancado. No me importa cuántos días, semanas o meses hayan pasado. No siento que haya avanzado. La vida continúa alrededor de mí, pero yo sigo atrapada en el mismo lugar, suspendida entre la memoria de aquel instante y el dolor interminable de la espera.

Físicamente, ya no me queda rastro de lo que sucedió. La fractura en mi brazo sanó, el collarín que usaba hace meses ahora es solo un recuerdo doloroso, pero el daño que siento dentro de mí, en mi pecho, en mi cabeza, no tiene cura. No importa cuánto lo intente. Y lo he intentado. He hecho todo lo que los médicos me sugirieron, he pasado horas con terapeutas, he entrenado mi mente para desconectarme del dolor, he estado ocupada, he hecho todo lo que se supone que debería hacer. Pero al final del día, cuando caigo en la cama, el vacío es tan grande que me atrapa de nuevo.

Gala sigue en coma. El maldito coma. Ocho meses y ni una sola señal de mejora. No sé cómo podría soportar esto si no fuera porque cada día voy a verla, le hablo, le cuento todo lo que pasa, incluso lo que no quiero que nadie sepa, como una especie de confesión privada que solo ella puede escuchar, esperando que en algún momento reaccione, que algo de todo lo que le digo la despierte.

Hoy, como todos los días, me siento en una de las sillas del hospital, junto a su cama. El monitor sigue marcando su ritmo vital, pero el resto de ella sigue siendo un misterio. Gala está allí, pero no está allí. Su piel está cálida, pero sus ojos siguen cerrados, y su respiración, aunque regular, no tiene la suavidad de antes. Ya no se siente como si estuviera a su lado, como si de alguna manera pudiera sentirla más cerca. Ahora es como si estuviera mirando a alguien distante, a alguien que ya no me pertenece. Aunque aún no lo admito, sé que algo en ella se ha ido. Se está apagando, lentamente. Y no puedo hacer nada para detenerlo.

—Te he traído tus novelas favoritas —le susurro mientras tomo su mano, apretándola suavemente. La sensación de su piel bajo la mía es todo lo que me queda. Es tan efímera y frágil que me asusta, pero no la suelto. ¿Qué haría si la suelto? ¿Qué haría si me alejo un segundo y ella no vuelve?—. Esta es una nueva, de las que me recomendó Nacha. Aunque no sé por qué te sigo leyendo cosas de esas, ya sabes, de princesas y amor imposible, cuando la historia de nosotros dos ya está escrita y no tiene nada de bonito.

Me río ligeramente, sin fuerzas para esconder lo amargo de mi tono, pero la verdad es que no me importa. Me he permitido el lujo de ser brutalmente honesta con ella, incluso si no está escuchando. Ella tiene que saber lo que siento, que mis sentimientos por ella siguen presentes. Aunque sé que, tal vez, jamás lo sabrá. Es el tipo de dolor que nunca se apaga, no importa cuánto lo intente.

El sonido de la puerta se abre, y una figura familiar aparece en el umbral. Es Beba. Su rostro, aunque preocupado, sigue siendo esa mezcla de cariño y firmeza que siempre he admirado. Se acerca con rapidez y me mira, su mirada llena de esa comprensión silenciosa que solo ella puede darme.

—¿Cómo está? —me pregunta, aunque ya sabe la respuesta.

—Lo mismo —respondo, con un suspiro que me pesa en el pecho—. Nada ha cambiado.

Beba asiente y se queda en silencio por un momento, como si sus palabras fueran cuidadosamente elegidas para no romper la frágil burbuja de mi tristeza. No hace falta que diga nada más. Ambas sabemos lo que significa.

—Oye, Karime —dice finalmente, con un tono más suave, casi como si temiera que las palabras fueran demasiado pesadas—, ¿has hablado con el doctor? ¿Has considerado... ya sabes, que tal vez sea hora de que pensemos en otras opciones? Es mi hermanita y no quiero perder la esperanza, pero tenemos que hacer lo que sea mejor para ella.

El Precio de los SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora