Mateo:
— ¿O sea que no vas a estar en la cena de esta noche con nosotros, Mateo? — me preguntó mi mamá mientras esperábamos solo a Nicole para desayunar, ya que Matías había llegado a las 7 de la mañana y todavía no se había despertado.
Negué rápidamente, tecleando algunos mensajes para mi papá en mi teléfono.
— Se suponía que sí, pero se adelantó una entrevista que tengo así que... me la voy a tener que perder — exclamé, arrugando la nariz en una mueca de decepción — pero también podríamos cenar mañana en la playa... yo los invito — agregué, sonriendo para intentar suavizar la noticia.
— Es una buena idea, ya que no vamos a estar todos juntos hoy... podríamos estarlo mañana — dijo, mientras se servía un vaso de agua
En ese momento, la puerta del restaurante se abrió y Nicole entró, sonriendo radiante. Su cabello oscuro brillaba en la luz matutina, y su vestido amarillo pastel resplandecía contra su piel bronceada.
— Buen día, Nicole — la saludó mi progenitora sonriéndole amablemente — ¿y Matías?
— Buen día, Juli — contestó la ojiverde sentándose a mi lado — no quiso venir cuando lo desperté
— Pero que pendejo este — se quejó mamá levantándose de su asiento, notablemente irritada — voy a buscarlo... no es mi culpa que haya salido toda la noche.
Acto seguido, salió del lugar caminando rapidísimo, sus tacones resonando en el suelo de mármol, y yo aproveché para acercarme a la morocha.
La chica de pecas olía a jazmín y a algo más, algo dulce y femenino que me hacía sentir débil. Me incliné hacia ella, observándola tensarse
— Ni buen día me dijiste — hice puchero hablándole bajito, para que mi aliento le rozara la oreja — que falta de respeto, mami.
Ella se rió y me besó una de mis mejillas.
— Buen día mi amor — susurró, en voz baja y emocionada — que lindo estás.
Me sonrojé un poco, sintiendo que mi corazón se derretía. Me mordí el labio inferior mientras le sonreía.
— Vos estás linda también... aunque siempre estás linda — la halague, notando que mi voz temblaba ligeramente — no sé cómo haces
Nicole se rió de nuevo y se sirvió un poco de jugo de naranja, rozando su mano con la mía.
— ¿Qué te vas a poner para la cena de hoy? — indagó, con su mirada fija en la mía.
Bajé la vista hacia mis manos, sintiendo que mi corazón se hundía. No quería decirle que no iba a ir, pero sabía que no tenía opción.
— Yo... no puedo ir — titubeé, mi voz un poco débil — tengo... tengo una entrevista que se me adelantó.
La ojiverde se quedó en silencio por un momento, sin dejar de mirarme fijo. Luego, suspiró frustrada.
— Pero matu — dijo, su voz llena de decepción — ¿cóm... pucha
— Perdón, hadita... se que lo habíamos planeado y todo, pero ya le propuse a mamá ir mañana a cenar a la playa... le dije que yo los invitaba — le expliqué cabizbajo, sintiendo el peso de su decepción.
Levanté la vista lentamente, encontrándome con los grandes ojos verdes de Nicole, que me miraban tristes. Luego, suspiró con fuerza y bebió del contenido de su vaso que se movía ligeramente por el temblor de su mano.
— Quiero que sepas... que me voy a elegir lo más caro — dijo, con algo de sarcasmo aunque sonaba triste — trabajo es... trabajo, pero al menos lo remedias — agregó, sonriendo débilmente.
Me reí sutilmente, sintiendo un poco de alivio.
— Solo por vos lo hago, porque quiero cenar con vos... ellos no me importan — exclame, encogiendo los hombros.
En ese momento, la puerta del restaurante se abrió y Matías entró, luciendo cansado y despeinado. Su cabello estaba revuelto y sus ojos estaban hinchados por la falta de sueño, además de con grandes ojeras por debajo. Mi mamá lo seguía de cerca, sonriendo y hablando con él en voz baja.
La morocha y yo lo saludamos, y después de que Matías se sentó, mi progenitora comenzó a hablar sobre los planes para el día. Nicole no la escuchaba, estaba algo distraída, y de un momento a otro, se levantó de su asiento y se disculpó, diciendo que necesitaba ir al baño.
Cuando regresó, parecía un poco pálida y su mirada era distante. Me di cuenta de que algo no estaba bien.
— ¿Estás bien? — le pregunté en voz baja, preocupándome por ella
Nicole asintió, pero su sonrisa fue débil.
— Sí, estoy bien — se excusó — solo me maree, no es... nada grave
Mi mamá se preocupó y le preguntó si quería que llamara a un médico, pero Nicole insistió en que estaba bien.
Cuando nos paramos para buscar qué desayunar, la morocha se negó a probar lo que yo le ofrecía. Se limitó a sacudir la cabeza y a decir que no tenía hambre.
— ¿No queres ni un poquito de fruta, hadita? — le pregunté, ofreciéndole frutillas — no comes nada desde ayer... no podes estar así
La pelinegra se estremeció ligeramente y sacudió la cabeza de nuevo.
— No, matu... — arrugó la nariz con una mueca de asco — no se me antojan
Me di cuenta de que algo no estaba bien, pero no sabía qué. Me sentía preocupado por ella y por su falta de apetito. Pero estaba algo irritada, y no quería hablar del tema, así que lo mejor era esperar a que estuviera más relajada.
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Mateo, Juliana y Matías al ver a Nicole: 🤨🤨🤨🤨
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