El baldazo de agua helada que impactó en mi cuerpo me hizo despertarme de una forma inesperada. Me senté en la cama, jadeando y temblando de frío, aunque era algo que no debía pasar si estábamos en verano. Mi cuerpo estaba cubierto de moretones y marcas de sangre seca en mi rostro.
Me dolía todo, desde la cabeza hasta los pies.
Instintivamente, me llevé las manos al vientre, protegiendo a mi bebé de la sorpresa y el dolor. Mi corazón latía con fuerza, y mi respiración estaba agitada. La habitación estaba iluminada por la luz del sol que entraba por la ventana, lo que sumado al canto de los pájaros, me hizo darme cuenta de que ya era de día. Un nuevo día y el primero encerrada acá.
Miré alrededor, intentando recobrar la memoria de las últimas horas pero solo recordando los golpes de Matías hasta altas horas de la noche.
Al observar mi cuerpo, me di cuenta de que solo estaba en ropa interior y un escalofrío se apoderó de mi espalda. ¿Por qué estaba en ropa interior? No recordaba haberme cambiado.
Levante la vista, encontrándome a Matías parado frente a mí, sonriendo de manera cruel.
— Buenos días, mi amor — dijo, sosteniendo la balde que había usado para tirarme el agua — espero que no haya sido un inconveniente... está haciendo mucho calor y necesitas refrescarte.
— ¿Dónde está mi ropa? — indague notablemente exaltada — ¿por qué no la tengo puesta?
Él se rió y me miró con desprecio.
— No necesitas ropa — chasqueó la lengua dejando el balde en el suelo — estás perfectamente bien así
— Quiero mi ropa, Matías — exclamé intentando levantarme de la cama pero siendo empujada por él castaño de vuelta a ella — te pregunte que donde está
— Abajo, lavándose — respondió lanzándome una remera que para mi era conocida, ya que era de Mateo y él la había usado varías veces — ponete eso y deja de hacer drama
Deslicé la suave tela de la prenda a rayas por la parte superior de mi persona, y me senté, llevándome las rodillas al pecho. Mi mirada se encontró con la de Matías, y pude ver la frialdad y la indiferencia en sus ojos.
— ¿Por qué seguías conmigo si sabías desde hace un montón de mi relación con Mateo? — indagué, intentando entender la lógica detrás de sus acciones. — hasta me pediste casamiento... no sé, no lo entiendo.
El ojimarron se encogió de hombros, como si estuviera hablando de algo sin importancia.
— No quería dejarte ir — exclamó, en un tono egoísta que me irritaba — además, eras lo único que yo tenía y que él no... o bueno, así fue hasta que llegamos acá y te fuiste corriendo a sus brazos.
— Sabías que dejé de amarte mucho antes de volver a Argentina... — lo observé tensar la mandíbula, su rostro se puso rígido y su mirada se volvió fría — era yo la que quería irse de España, vos me seguiste porque no soportabas no poder controlarme
Matías se rió, pero su risa sonó forzada y nerviosa.
— Eso no es verdad — titubeó, intentando negar la verdad. — yo te seguí porque te amaba, porque quería estar con vos... y que saliéramos de la rutina
Me reí, una risa amarga y sarcástica.
— No, no, no — sacudí la cabeza, bastante segura de lo que estaba diciendo — me seguiste porque no podías soportar la idea de que yo estuviera lejos... fuera de tu control y... me encerraste en una relación que yo no quería — hice énfasis en esas últimas tres palabras — en una casa donde claramente el único que se preocupaba por mí era tu hermano, ni siquiera lo hacías vos, y eso que supuestamente eras mi pareja
Matías se puso en pie, con el rostro enrojecido por la rabia.
— ¡Cállate! — gritó, completamente molesto
— ¿Y cómo esperabas que no me enamorara de Mateo? — consulte, frunciendo el ceño — si la persona con la que yo había compartido años de mi vida, ni siquiera se acordaba de mi cumpleaños
Matías se acercó a mí, dando pasos rápidos.
— ¡Eso no tiene nada que ver! — dijo, con la voz cada vez más alta mientras me señalaba con el dedo índice — ¡Eras mi novia, mi pareja! ¡deberías haberme sido fiel!
— Fiel — repetí aquella palabra en un susurro apenas audible — ¿vos sabes lo que significa ser fiel? o ¿sabes lo que significa amar a alguien de verdad? porque yo creo que no.
— Me gustabas porque eras alguien débil... fácil de manipular — aclaró en voz baja — gracias a mí sos alguien fuerte, yo te hice la persona que sos hoy
— Me cagabas a palos, Matías... — le recordé señalándome a mí misma, envuelta en el dolor que me traía el pasado — mírame, lo seguís haciendo
El masculino se encogió de hombros, restándole importancia a mi planteo.
— De una u otra forma tenía que castigarte cuando hacías las cosas mal — aclaró para luego chasquear la lengua — tenía que hacer que me obedecieras.
De repente, su expresión se suavizó y se encaminó hacia la puerta.
— Bueno, ya hablamos suficiente, ¿no te parece? — indagó con un tono falsamente dulce pero que conservaba el sarcasmo — tengo que ir a prepararte el desayuno, porque lo que menos quiero es que nuestro bebé se complique por culpa de que no te alimentas bien.
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Matías está loco
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