Impacto.

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El viaje a esa área de la provincia también transportó a Torchio en un viaje a su pasado. Su cuerpo y mente eran acechados por una especie de atmósfera cargada de todo eso que había abandonado hace décadas, cuando su padre perdió el poder como colaborador de los Ferrante y su familia cayó en la ruina, junto a su corazón, porque entre los efectos de ese conflictos estaba la muerte de su prometida.

De ambos lados se perdieron vidas, del suyo más que del otro. Esa inconformidad de su padre cuando el jefe Ferrante de aquel entonces le negó la petición de hacer su propia familia no trajo más que desgracias. La familia victoriosa conservaba su lugar como fracción de la institución, mientras que la suya fue relegada al olvido y reducida a civiles. Algo había escuchado sobre el actual líder de esa familia, era más cauteloso ahora, más discreto y menos propenso a conflictos; eso era bueno, así la historia ya no se repetía.

Frenó enfrente del ancho portón principal de la mansión, propiedad de la persona que menos deseaba encontrar, pero no tenía más hilos de los cuales tirar en esa investigación. Era su última alternativa.

Como era de esperarse, fue rodeado por más de cuatro hombres a los pocos segundos de detener su vehículo. No se alteró. Su cuerpo tenía arraigado en las venas los recuerdos de pasadas amenazas similares y se mantuvo sereno. No temía a las armas, ni a la mafia; había sostenido muchas y nacido metido en ese mundo como para afrontarlo con confianza, como viejos conocidos.

—¿Quién es y qué quiere? —le preguntó uno de los matones que protegían la casa. Tenía la mano oculta en la solapa del abrigo, era una amenaza silenciosa y evidente.

—Busco a Angela Demontis. Sé que está aquí. Dígale que Torchio quiere hablar de algo importante.

El hombre se alejó de la ventanilla, con los ojos clavados en él; sin liberarlo de su mirada, murmuró a otro de los sujetos lo que le había dicho y este asintió sacando el teléfono del bolsillo de su pantalón. Intercambió unas palabras por llamada y luego de dos minutos colgó, se aproximó a la ventanilla para hablar:

—Puede entrar. Baje del auto y entregue las llaves, lo estacionaremos nosotros.

Torchio abrió la puerta del coche y obedeció las indicaciones. El hombre de la llamada tomó sus llaves y el resto procedió a registrar su auto.

—Manos detrás de la cabeza y piernas separadas —le ordenó el primer tipo que le habló. Se posicionó del modo indicado, como un civil siendo registrado por un oficial de policía. El sujeto palmeó su torso, sus piernas, revisó sus bolsillos, el interior de sus zapatos e incluso le pidió que abriera la boca—. Sígame —dijo al terminar la vergonzosa revisión.

Caminó tras el desconocido por el sendero de piedra blanca entre las dos llanuras verdes que conformaban el jardín. Su guía empujó la puerta de la mansión y con un movimiento de barbilla le animó a entrar primero. El vestíbulo era muy elegante e igualmente acogedor; un piso beige deslumbrante, muros de piedra con un subtono cálido, una alfombra hecha de un tejido color borgoña, muebles caros de madera oscura, al igual que las puertas, y claveles rojos puestos en un jarrón sobre una mesa céntrica. Era muy bonito. Sus ojos no se cansaban de admirar el diseño que mezclaba toques rústicos y clásicos con modernidad. Cruzaron un pasillo y entraron a lo que parecía la sala de estar.

Algo allí rompía con el resto de la decoración.

Un gran cuadro estaba colgado sobre la chimenea de la estancia, y el cabello rojo de la mujer en la fotografía era un punto de fuego que irradiaba luz propia por encima de los colores neutros en la habitación. Su colega se veía distinta en esa imagen, desde esa perspectiva lucía incluso dulce, cálida... un opuesto radical comparado a su aspecto frío e insensible en la corte. Se preguntó quien era esa persona tras el lente a la que ella le sonreía así.

Angela ● abogada de la Mafia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora