Aria siempre ha sido una chica risueña y alegre, capaz de encontrar el lado divertido de cualquier situación. Pero su optimismo es puesto a prueba cuando su madre decide mudarse con su nueva pareja. Ahora, Aria se enfrenta a un desafío mayor: adapta...
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"Nuestra historia no tiene un final, solo una continuación.".-Aria
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Aria
Vale, estar castigada no era lo mejor del mundo, y menos después de haberle mandado ese mensaje a Harley y no saber si me había respondido. Cuando llegué a casa, tuve que aguantar la charla de mi padre, diciendo que lo que había hecho no era propio de mí. Al principio, escuché con paciencia; sabía que lo había hecho mal, pero no me arrepentía. Esa mujer se había merecido esa hostia bien dada, y me daba igual que eso no estuviera bien visto. Linda, por otro lado, al escuchar lo que había hecho, se mantuvo al margen, pero se podía ver la diversión en sus ojos. Quizás porque había entendido que había descubierto quién me había hecho esa trampa.
La verdad es que en esos momentos me sentía pletórica. Estaba deseando llegar a casa, pero el vuelo que había cogido era dentro de una semana, y era demasiado tiempo. Tenía que tener paciencia, pronto estaría con ella, pronto estaríamos abrazadas, pronto nos diríamos lo mucho que nos queremos, lo mucho que nos necesitamos. Sí, eso era así. Porque esa mujer, sin duda, era la única que podía hacer eso en mí; era la única que me había hecho sentir todo ese amor que creía que no se podía tener.
Solo un poco más, me mentalicé para poder llevarlo lo mejor posible. Simplemente, la espera se me haría larga. Sujeté la camiseta de Harley, me la llevé a la nariz; aún olía a ella, olía a hogar, olía a amor verdadero. Ni todos los castigos del mundo podrían quitarme ese sentimiento, esta felicidad que se había apoderado de mí.
Me levanté de la cama y, sentada en mi ventana, me quedé mirando el exterior. Sentí el aire que acariciaba mi rostro, el sol que alumbraba toda Francia. Fue la señal que necesité para que me dijera: "Todo ha salido bien, ya no habrá dolor". Sí, eso es lo que sentía en esos momentos; era lo que me animaba, era lo que hacía que viera la vida de otra manera. Estaba demasiado feliz, tanto que creía que me iba a doler el pecho.
Alguien llamó a la puerta de mi cuarto. Aún con mi sonrisa en el rostro, la abrí y vi que se trataba de mi padre, quien, ruborizado, se acercó a mí. Sabía que se sentía culpable por haberme castigado, pero él estaba actuando como debía, como padre; no podía permitir que su hija se comportara de ese modo.
—Sé que he sido duro contigo...—empezó.
—Papá, le he puesto el ojo morado a una chica, es normal que me castigues —dije con una sonrisa tranquilizadora. Él suspiró y me abrazó.
—¿Qué haré contigo? No puedo estar enfadado, me cuesta muchísimo. Como te veo poco, quiero que el tiempo que pases aquí estés bien, que te lo pases en grande, no castigarte, pero el comportamiento que has tenido no ha sido el adecuado. Podría haber sido mucho peor, y me niego a ver a mi hija en la cárcel —dijo, soltando un resoplido.
—Es normal, papá, no te preocupes —respondí.
Después de darme una charla sobre que la agresión no es la forma de solucionar las cosas, me comentó que se iba a cenar con Linda. Yo solo asentí. Como estaba castigada, ya me habían hecho la cena, ya que no "podía" salir de la casa, cosa que me hizo gracia. Tampoco es que tuviera muchas ganas de salir.
Revisé mi estantería, buscando un buen libro que leer. En esos momentos, deseé estar en la casa de Tom. No es porque no me gustara la casa de mi padre, simplemente porque él tenía una habitación solo de libros, y se había convertido en mi sitio favorito. Aún recuerdo la primera vez que fui allí, cómo dormí incómoda en el sillón, cómo oí a Harley y a Stacy succionándose como si su vida dependiera de ello. Ahora es curioso cómo ha cambiado todo. Ya no estaban juntas, y al principio, Harley y yo no nos soportábamos, pero ahora nos amamos con locura.
El destino podía llegar a ser bastante caprichoso, pero me sorprendía de buena manera. A veces nos pasaban cosas que no esperamos, que pensamos que en mil vidas no nos ocurrirían, y de repente, pasa, sin que te lo esperes.
Tumbada en mi cama, empecé a leer las páginas, sumergida en la historia, sintiéndome como si fuera la protagonista de una de ellas. En esos momentos, deseé saber escribir. Hubiera escrito una historia sobre mí y Harley, lo que pasamos, cómo lo vivimos, lo mucho que nos queremos, que ni siquiera la distancia pudo con nosotras, que cada una tuvo que luchar con sus propios demonios para salir adelante. Sí, ojalá tuviera esa capacidad de plasmar esos sentimientos que tenía, esos que me hacían desear ir hacia ella, abrazarla y nunca separarme de ella.
—Algún día, nuestra historia será escrita —dije al aire. Algún día... pero no tendría final, porque nuestra historia de amor aún no tiene un final, sino una continuación.
No sé en qué momento me quedé dormida, no sé en qué momento me sumergí en el sueño. No sé en qué momento sentí cómo todo mi cuerpo se relajaba, como si hubiera despertado de una pesadilla, una que no me había dejado tranquila.
—Ya estoy aquí, mi amor —oí la voz de alguien en mi oído. No supe quién era, solo que en esos momentos sentí los brazos de alguien sobre mí, sentí la calidez de alguien que me abrazaba con fuerza.
—¿Harley? —pregunté, ensoñada.
—Sí, algodón de azúcar. Perdona si te amo.
Y sin más, las lágrimas salieron de mis ojos. Si era un sueño, no quería despertar; si era un sueño, no quería deshacerme de los brazos protectores de Harley; si era un sueño, no quería acabar con él.