Juliette Grimshaw, es una estudiante de medicina, cuya rutina suele complicarse luego de un incendio que casi le cuesta la vida. Las cosas se vieron difíciles luego de la pérdida de su familia y por ello busca trabajar como stripper en un Crucero de...
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El calor abrasador envuelve mi cuerpo, y la densidad del humo me hace toser mientras intento abrirme paso entre las llamas. El rugido de la madera es ensordecedor, pero lo que más me aterroriza es el llanto desesperado de mi bebé, los gritos desgarradores de mis padres... y el maldito fuego...
¿Acaso estoy en el incendio?
—¡No! ¡No otra vez! —grité mientras subía las escaleras que crujían bajo mis pies. El llanto del pequeño intruso se hacía más fuerte, y mi corazón parecía querer escaparse de mi pecho.
Me siento ahogada, con el miedo en cada fibra de mi ser. Corría sin parar, hasta que finalmente vi una pequeña cuna rodeada por el fuego.
—¡Estoy aquí! ¡Mamá está aquí!
Mis manos temblaban mientras intentaba alcanzar la cunita, pero cada vez que me acercaba, las llamas parecían crecer y alejarme más. El llanto del bebé se volvía más desesperado, y mi angustia aumentaba con cada segundo que pasaba.
Cuando finalmente llegué, me di cuenta de que mi intruso ya no lloraba. Las llamas de fuego lo habían consumido por completo, dejando solo cenizas en su interior. Caí de rodillas de inmediato, sintiendo una desesperación abrumadora que nunca antes había experimentado.
—¡No! ¡No, por favor!
Unas manos fuertes sostienen mi rostro, y la voz de Matthew se abre paso, calmando mi angustia y sacándome del aturdimiento. De inmediato abro los ojos, sintiendo muchas lágrimas sobre mi rostro, entonces caigo en la realidad y me doy cuenta que es solo otra pesadilla cargada de recuerdos horribles que se mezclan con mi doloroso presente.
Mi bebé... mi pequeño intruso.
—Ricitos —repite, sosteniendo mi rostro—, amor, estoy aquí.
—Matthew... —apenas puedo verlo entre la humedad que brota de mis ojos—, n-no p-pude protegerlo.
Mi ritmo cardíaco está muy alterado, y el pitido de la máquina que mide signos vitales es la prueba de ello. He despertado de una pesadilla, pero siento que todavía estoy metida en ella, y aunque Harrison trate de calmarme, repitiendo que todo está bien, sé que no es así. Mis ojos se cierran derramando lágrimas incontrolablemente, el aire se me hace pesado y la voz del doctorcito es como un eco que no puedo escuchar. Tengo la mente muy cerrada en este momento, solo puedo recordar cuando vi la sangre y el sonido de mi corazón rompiéndose a pedazos.
—¿Quién hizo esto? —vuelve a repetirme entre cariño y angustia—. Dime quién te lastimó.
—No la presione, por favor —le corrige una enfermera—, acaba de despertar y está muy asustada.