Abro los ojos cuando siento mi cuerpo flotando, agitándose en el espacio.
Agacho la mirada: por debajo de mis piernas veo unos pies ajenos caminando rápidamente. Asustada, doy vuelta la cabeza, con toda la velocidad de la que soy posible.
Fénix está mirando hacia un costado, llevándome en brazos.
—Bájame —susurro, apretando los ojos, investigando si en mi cabeza sigue habiendo rastro de algún dolor.
Se sorprende al escucharme y me mira con atención.
—¿Estás bien?
—Sí, sólo bájame.
Se detiene y, por un momento, no me suelta. Luego dobla un poco las rodillas y me deposita en el suelo con cuidado, aún apoyando su brazo en mi espalda. Yo me paro sin problemas. Me llevo una mano a la cabeza; maldito idiota, todavía siento cómo me dejó latiendo.
Tengo ganas de ponerme a gritar, de patear algo con fuerza y romperlo mientras grito. Miro de un lado a otro con desesperación, hasta que finalmente me oriento: Fénix no se ha movido mucho desde donde recuerdo haber estado, y con rapidez logro identificar el sitio por el cual me estaba yendo.
Me pongo en marcha al instante, caminando con el cuerpo un poco inclinado hacia adelante para contrarrestar el viento.
—¿Qué se supone que estás haciendo?
El tono de voz de Fénix es bajo pero fuerte. Está enfadado, pero aunque yo también lo esté, no lo culpo por ello.
—Gracias por todo, y perdona todo esto, pero me voy a casa —murmuro mientras me alejo.
Al segundo siguiente, Fénix se me planta enfrente, impidiéndome pasar.
—Acaban de asaltarle, Audrey —me regaña, con voz firme y un tanto molesta—, por si no te has dado cuenta de eso. Y si yo no hubiera estado...
—Si tú no hubieras estado, probablemente habría llegado más rápido a tomar el taxi y ya me estaría yendo.
Sus ojos verdes se abren, aunque no relaja las cejas y su ceño sigue fruncido. Por un momento, el que me mire así, con esa mirada, hace que me tiemblen las manos, y tengo que palmeármelas discretamente en los pantalones para secar el sudor. ¿Qué estupidez acabo de soltar?
—No seas tonta —me pide. Ha bajado aún más el tono de voz, lo que parece ser más peligroso que gritar—. Piensa en lo que estás haciendo, por el amor de Dios. Te he encontrado inconsciente en el suelo y con un gran golpe en la cabeza. Déjame que te lleve de una vez.
Aunque sé que estoy actuando como una imbécil, no soporto que esté hablándome a tan poca distancia. Por un lado porque me siento ansiosa y transpiro, y por el otro porque estoy nerviosa y no aguanto la intensidad con la que me mira.
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Ignis: Todos ardemos alguna vez | #1 |
FantasyEste es un borrador del 2015. La vida de Audrey en la ciudad de Auferte es tan tranquila y monótona que los planes que ella proyecta para su futuro tienen en cuenta que así siga siendo. Sin embargo, tras un pequeño e inexplicable accidente que ella...