Capítulo 17

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Me quedo atónita viendo cómo el fuego nace de la yema de su dedo, de su propia piel. Intento buscarle el truco, encontrarle el encendedor oculto... Pero por qué debería encontrarlo si aquello es exactamente lo que yo también pude hacer.

El fuego queda llameando entre nosotros, siendo lo único que puede llegar a iluminar esta espesa niebla.

Se ve casi imposible, y sobrenatural.

—¿Y bien...? —Oigo la voz grave de Fénix después de un momento— Cierra un poco los ojos y di algo.

Escucharlo hablar me hace volver a la realidad y relajar un poco mi expresión aturdida; me doy cuenta de que tenía los ojos abiertos como platos.

Lo miro, y luego estoy a punto de abalanzarme sobre él con profunda desesperación.

—¿Cómo es que lo haces? —Pregunto, apresurada— ¿Cómo lo controlas? ¿Cómo haces para hacerlo cuando quieres? Es más... ¿cómo es siquiera que puedes hacerlo?

Frunce los labios de repente y me interrumpe colocándome una mano en la boca.

Trato de zafarme al instante mientras sigo tratando de hablar, aunque no se me oyen más que unos extraños sonidos agudos y molestos. Tomo su brazo con mis dos manos.

—Oye, detente —me ordena, inexpresivo.

—¡Suéltame! —logro mascullar detrás del eco de su mano contra mi boca.

—Te soltaré —dice—, si podemos hablar como la gente —me mira, seriamente—. Sin que me abuses con preguntas, de paso.

Trato de calmarme y, para que él se dé cuenta de que lo hago, dejo caer visiblemente los hombros. Entonces me suelta.

—Entiendo que te resulte extraño, pero...

—¿Cómo demonios has hecho eso? —lo interrumpo.

—Tal como lo has hecho tú.

—Yo no... yo... —me trabo con mis propias palabras— Yo no puedo hacer eso. Por lo menos, no si yo quiero hacerlo...

—Claro que puedes, sólo es que todavía no sabes...

—¿Hace cuánto que puedes hacer eso?

Me observa y, por alguna razón, se queda quieto un instante.

—¡Dime hace cuánto tiempo! —insisto.

Fénix mira hacia otro lado, hacia el granero, y yo me quedo viendo cómo el viento le mueve el pelo hacia atrás. Mete las manos en los bolsillos, con un aire pensativo que me rompe la paciencia.

—Será mejor que descanses un rato —dice al fin, pero todavía sin mirarme—, vete a dormir o algo. Ya es demasiado...

—No me digas que me vaya a dormir —le suelto bruscamente—. No necesito dormir nada. Lo que necesito es que me respondas lo que te pido.

—Vete a dormir —y ahora sí que me mira, como si me estuviera regañando—. Te ves mal, destrozada. Tienes la cara pálida y los ojos rojos y húmedos. Luego te diré todo lo que quieras saber.

Me lo quedo mirando. ¿Cómo es que, de entre todas las personas que conozco, justo él puede hacer lo mismo que yo puedo? En el fondo, me creía la única capaz de hacer tal cosa cuando salí huyendo de mi casa; y me siento bien, tal vez aliviada, de saber que otra persona comparte eso mismo de lo que yo fui capaz de hacer. De que yo no soy la única. Me siento aliviada porque, de algún modo, se siente como si llevara menos culpa encima.

Pero, ¿qué hace él aquí exactamente? ¿Cómo diablos una persona puede venir y hacer surgir fuego de su mano así como si nada? ¿Quién puede hacer tal cosa? Como si fuera habitual, como si fuera... natural.

Ignis: Todos ardemos alguna vez | #1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora