Capítulo 18

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Me pierdo y doy vueltas como una hormiga sin camino.

Recorro las mismas calles una y otra vez viendo exactamente los mismos caserones y los mismos árboles y flores. Le presto toda mi atención a las señales, que son blancas, tienen forma de flechas y delicados detalles floreados de color celeste.

—Ebby tenía razón... —suspiro para mí.

Tras descubrir una pequeña calle escondida, que sube encercada hacia una pequeña colina, tengo la esperanza de que sea el camino adecuado. Acelero la vieja camioneta y subo por la calle.

El motor parece sufrir por el esfuerzo.

—Hasta mi Cooper es más presentable que esta chatarra...

Después de algunas frenadas repentinas en plena subida y de algunas maldiciones soltadas al aire, logro estabilizar el coche en una calle plana.

Nuevas casas aparecen, gigantes y majestuosas, esta vez más separadas entre ellas y con más espacio verde de por medio. El sol se asoma detrás de un techo, y los cantos de los pájaros hacen del vecindario un lugar soñado.

Comienzo a avanzar lentamente por la calle, sin ningún otro vehículo transitando, observando con determinación los buzones y leyendo cada apellido. No hay, tampoco, ninguna persona caminando. Estoy rodeada solamente de silencio. Tranquilo y sereno silencio.

Sigo de largo cuando de repente me topo con el buzón que deja lucir unas hermosas letras cursivas que deletrean «Moore», y, por alguna razón, un extraño presentimiento me recorre el estómago.

Continúo avanzando unos metros de más, y luego freno; dejando la vieja camioneta lejos de vista de la casa de Sam.

Al bajarme salgo trotando hasta llegar a su puerta, aunque los zapatos de Ebby me lo dificultan bastante. Aprieto el botón dorado que se luce sobre la pared, y una melodía resuena por la casa; una canción que me resulta familiar.

Espero un largo rato, así que me dispongo a observar las flores: hay amarillas, violetas y celestes, todas ordenadas en perfectas hileras. Me dan ganas de echarme al suelo, cortarlas y llevarme algunas, aunque con este pantalón se me haría una tarea muy complicada agacharme... Ebby tiene muchas más curvas que yo, así que la camiseta me queda un poco grande y escotada. Pero su pantalón y chaqueta... ¡Dios, cómo ajustan!

La puerta se abre detrás de mí y me doy la vuelta instantáneamente. Tengo enfrente a una mujer de avanzada edad con ojos pequeños y cabello corto y colorado, aunque tiene las cejas canosas. Es bastante regordeta y lleva un vestido azul y un plumero en la mano izquierda.

—¿Qué se le ofrece? —Me pregunta con mala cara— El Señor y la Señora Moore no se encuentran en casa —añade, sin dejarme tiempo a responder su primera pregunta.

—Eh... yo... —titubeo por su brusquedad, y su mirada me pone de los nervios.

Una mano aparece sobre el hombro de la señora, y ésta se da la vuelta lentamente al sentir el tacto.

—Está bien, Muriel —dice Sam detrás de ella, con una sonrisa encantadora en los labios—. Es una amiga mía, yo la he invitado.

Está parado muy derecho, con mucho aire de autoridad. Le lleva también bastante ventaja de estatura a la señora, que lo mira con sorpresa.

—Está bien... —tartamudea ella, alternando la mirada entre él y yo— ¿Quiere usted... quiere que yo...?

No parece que sepa muy bien qué hacer ahora.

Sam cierra los ojos y mueve la cabeza con tranquilidad.

—Ve adentro, Muriel. Yo me encargo de la invitada.

Ignis: Todos ardemos alguna vez | #1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora