Capítulo 19

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El motor de la camioneta comienza a volverse loco, y de verdad me saca de quicio que a veces arranque rápidamente y, luego y sin previo aviso, se detenga. Le voy dando palmadas al volante mientras deseo que la gasolina no se haya agotado, no aquí, en medio de la ruta, en medio de la nada, en medio de la noche.

La vieja camioneta aguanta unos minutos más, pero entonces se detiene a unos metros de la entrada de la granja. ¡Si tan sólo tuviera a mi Cooper y no a esta vieja chatarra!

Me bajo del vehículo y enseguida siento la fresca brisa del anochecer palpándome la cara. Cierro la puerta con fuerza para asegurarme que cierre y comienzo a caminar con los brazos cruzados sobre el estómago. Sola, en medio de campos y más campos repletos de nada más que alguna que otra casita o bosques lejanos.

Cuando me voy acercando a mi destino, distingo desde lejos un nuevo objeto que resulta extraño y nuevo frente a la granja.

A medida que voy llegando, me doy cuenta de que se trata de una furgoneta, de esas que tienen una hilera de asientos de más. La reconozco porque se las he visto a un grupo de hippies que viven en una, frente a la playa.

Espero que no haya hippies en mi granja.

Me acerco con cuidado, y, cuando estoy a punto de darle la vuelta a aquella vieja furgoneta, oigo voces del otro lado. Entonces me escondo, del otro lado del vehículo.

—... no se supone que debes tratar a una multi —comenta una voz femenina. Parece molesta, aunque no logro escuchar por completo lo que dice.

—Ni siquiera debe de tener consciencia sobre eso... —responde una voz masculina.

—Tal vez no —contesta de nuevo la chica—, pero en cuanto se cabree y se sienta un poco confundida, ¡bum! Vete a saber qué ha sido de ti.

—No haces más que exagerar las cosas —añade—, como si no supiéramos nada de nada sobre sus comportamientos...

—Haberlo estudiado no sirve de nada cuando lo tienes frente a tu cara...

Un ruido, detrás de mí. Una pisada. Me doy la vuelta al instante, con el corazón en la garganta, todavía agachada detrás del coche... y allí lo veo.

—¡Fénix! —susurro, para que nadie más me oiga excepto él.

Qué alivio. Me acerco a él, que parece sorprendido, y lo arrastro hasta esconderlo detrás de la camioneta, a mi lado.

Hago un movimiento de cabeza, como si pudiera echarles un vistazo a las personas que se encuentran hablando del otro lado, pero en realidad no puedo verlas.

—¿Qué sucede? —le pregunto, en voz muy baja— ¿Quiénes están allí?

Fénix me apoya sus manos en los brazos para que yo deje de agarrarlo con tanta fuerza.

—Ya sabía que vendrías... —comienza a decirme.

—¿A venir? —le suelto— Tú eres el que se había ido primero.

—Tenía que hacerlo —asegura, y luego vuelve la cabeza, exactamente como he hecho yo, para ver detrás de la furgoneta—. Pero no pensaba que tú te irías, ¿cómo estás?

Su pregunta me toma por sorpresa, así que sólo sacudo un poco la cabeza.

—Bien, estoy bien —tartamudeo.

—De acuerdo —responde, un poco vacilante, como yo.

—¿Con quiénes estás? —vuelvo a preguntarle, tratando también de disipar un poco la incomodidad que ha surgido con la conversación.

Ignis: Todos ardemos alguna vez | #1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora