Reduzco la velocidad del Cooper mientras veo el auto de patrulla de Clark estacionado frente al edificio; tiene las sirenas encendidas y sus luces se van alternando de azul a rojo, hipnotizándome mientras freno el coche y me bajo.
Al acercarme veo a Clark con su uniforme, rodeado unos dos o tres policías. Papá está hablando por uno de esos teléfonos raros de los policías y, al colgar, se dirige hacia mí.
—Hola, querida —me saluda, dándome un beso en la frente—. Tu mamá me contó que estás bien y nada grave te sucedió. Me alegra mucho.
—Sí, por suerte —echo un vistazo alrededor—, ¿qué sucede aquí?
—Nada de qué preocuparse. Seguimos tratando con el tema del asalto.
Me quedo mirando las brillantes sirenas del auto de policía.
—¿Todavía no lo han solucionado? —pregunto, y Clark larga una carcajada.
—No es cosa fácil, Audrey.
—Lo sé, es sólo que... —vacilo y él pone las manos en mis hombros— me da miedo.
No sé de qué tener miedo, exactamente. Se puede entender que he quedado asustada, un tanto traumada por la situación. Pero no. El tipo de la camiseta negra, la pistola y los ojos aterradores no debería causarme miedo. No debería, porque yo era sólo una persona más entre todas las que estaban allí, que también se escondían.
Sin embargo, sí. Me da cierto pavor. Me aterré cuando me miró de aquella manera, y me aterra recordar que soñé con él. Y lo que más me asusta, es creer que soñar con él debe ser por una razón.
—No temas —contesta Clark, y me suelta—. Sé que has quedado con la agria sensación de una mala experiencia, pero no te pasará nada. Los delincuentes han ido a por el dinero, nada más.
Asiento. Tiene razón, sólo les importaba el dinero. No yo. No venían a por mí y debo quitarme esa idea de la mente. Estoy siendo paranoica otra vez.
Me doy la vuelta para irme a casa, pero Clark parece recordar algo de último momento. Me toma con delicadeza por el brazo.
—Ah, por cierto, Audrey, hoy iba a ir con tu madre a comenzar con la granja, pero... —echa un vistazo a su compañero— me temo que no podré.
—Ya sé a dónde quieres llegar —le digo con una sonrisa cansada—. Yo iré.
—Gracias —me devuelve la sonrisa con un suspiro de alivio—. Debo irme ahora, estaré esperándolas en casa en la noche. Si Dios quiere, tal vez pueda irme temprano y ayudarlas.
Me saluda nuevamente y se va con los demás oficiales. Me lo quedo mirando; cualquiera puede creer que él es mi verdadero padre. Tiene el cabello rubio pálido como yo, aunque no sé exactamente si sólo se debe a las canas ya que tiene el cabello muy corto. También tiene los ojos grises, pero más celestes y no tan incoloros como los míos. Lo único que nos diferencia son nuestros rasgos faciales.
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Ignis: Todos ardemos alguna vez | #1 |
FantasiEste es un borrador del 2015. La vida de Audrey en la ciudad de Auferte es tan tranquila y monótona que los planes que ella proyecta para su futuro tienen en cuenta que así siga siendo. Sin embargo, tras un pequeño e inexplicable accidente que ella...