Capítulo 38 | Final

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Primero siento una textura que le resulta nueva a mi piel, y que sirve de base para todo mi cuerpo. Luego abro los ojos tras un parpadeo, con esfuerzo y cansancio. Lo tercero que siento es la escasa luz del amanecer, que tiñe el cielo en el horizonte de un claro color celeste mezclado con un tenue amarillo. Apenas el frío pasto me toca la mejilla, me levanto abruptamente del suelo al comprender el cambio del ambiente, y apoyo ambas manos en el césped. Quien sea que está a mi lado da un respingo de la sorpresa, y entonces me doy cuenta de que no estoy sola. Miro frenética a mi alrededor, observando las pocas caras que me miran en espera de algo.

Observo el panorama; ya no estoy en las colinas. De hecho, puedo verlas en lo alto, extendiéndose hasta el cielo. Por la izquierda puedo contemplar la fina línea azul que es el mar y las pequeñas palmeras que recorren la costa. El aire está frío como en todas las mañanas, y el pasto debajo de mis manos y piernas se encuentra mojado por la lluvia anterior.

—¿Cómo te sientes?

Ladeo la cabeza hacia el costado. Danna me mira con precaución mientras duda acerca de si apoyar su mano o no en mi hombro.

Le dirijo una mirada agotada y vuelvo a ver hacia el mar. Ni siquiera me preocupo por quitarme el mechón de pelo que tengo entre las cejas. ¿Qué pasó anoche? ¿Cómo resultó todo? ¿Dónde están Fénix y Ash?

—Audrey —pronuncia una voz familiar, y yo me volteo hacia ella en busca de un rostro conocido—. Aquí estoy.

Exhalo, quitándome un poco de peso de los pulmones.

—Hola, Jota —susurro.

—Necesitamos que nos digas cómo te encuentras.

Abro más los ojos y me pongo erguida de un sobresalto. Todos me miran con cierto susto, y Jota reacciona con Danna tomándome por los hombros y brazos. Por algo me ha preguntado eso. Algo habrá pasado con los demás, y quieren saber si por lo menos yo sí me encuentro bien.

—Tranquila, tranquila —exclama Jota—. No es bueno que te muevas tan rápido justo ahora.

—No me digas lo que tengo que hacer —le espeto sin ni siquiera mirarlo.

Trato de incorporarme de una vez por todas, de ponerme de pie, pero Jota me lo impide con aún más empeño. Necesito ir a buscar a Fénix.

—Audrey, es en serio.

—¡Déjenme levantarme! —aúllo, y los demás intercambian miradas entre sí.

—Cálmate —dice Danna, poniendo énfasis en cada sílaba.

—¿Dónde está Fénix? —Pregunto mirando para todas las direcciones— ¿Dónde quedó Ashley?

—Te lo diremos en cuanto te encuentres en un estado pacífico...

La miro, sintiendo un repentino enfado hacia ella, recordando la noche anterior.

—¡Huiste! —La interrumpo, y Danna abre ligeramente los ojos— Fénix y Ashley pudieron haber muerto, ¡y tú huiste!

—Tú también pudiste haber muerto —remarca—. Sé que no fue fácil, y nadie se lo esperaba, mucho menos a Brett, pero te recalcamos que no escucharas lo que los hawas dijeran. Que lo procesaras —agrega—, que pienses por ti misma. Las cientos de personas en la playa también pudieron haber muerto —dice, con el mismo tono que empleó en su primera frase.

—No necesito que me eches la culpa de algo de lo cual ya soy consciente.

—No te estoy echando la culpa —responde—. No soy una Hija de Gea, pero imagino lo difícil que es controlar tus poderes. Ya nos cuesta con los nuestros —hace un momento de silencio—. Y no huí. Corrí antes de que algo me pasara también a mí. Si los cuatro nos hubiésemos quedado allí arriba, ninguno de los ignisios que nos esperaban en la base podrían haber sabido lo que sucedía. Tuve que advertirles.

Ignis: Todos ardemos alguna vez | #1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora