Capítulo 3

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Llevo a Ebby a casa

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Llevo a Ebby a casa.

No hemos hablado en todo el viaje hasta aquí.

Por suerte puedo conducir. Me tiemblan tanto las manos que pensé que no sería capaz de tomar el volante. Pero gracias a Dios que hemos venido en mi auto, ya que Ebby sí que no sería capaz de conducir.

Una vez que estaciono el Cooper frente a su casa, Ebby abre la puerta y me mira.

—Vaya —dice, inexpresiva—. Eso ha sido espeluznante.

Intento sonreírle pero no puedo. Asiento y dejo que ella se baje de mi auto. Camina lentamente hasta su casa y yo me la quedo mirando hasta que me cercioro de que está adentro... como si pudiera sucederle alguna clase de peligro en el último minuto y yo tuviera que protegerla.

Pongo en marcha el Cooper y no pienso en nada hasta llegar a casa. Hago mi rutina para subir por el edificio, y me detengo a suspirar una vez que abro la puerta de mi departamento. Cuando mamá me observa, abre los ojos, dejando caer el teléfono que tenía en mano.

—¿A dónde has ido? —pregunta.

Inhalo aire y miro hacia otra parte.

—A La Nueva Esquina. Te lo he dicho, mamá.

Ella se acerca y vacila frente a mí, examinándome. Luego se inclina y me abraza fuerte.

—Dime que estás bien —me pide, mientras parece que solloza.

No contesto, y sigo mirando hacia otro lado. La televisión está encendida y está puesto el canal de noticias, donde una linda reportera está entrevistando a dos empleados de La Nueva Esquina.

—No ha pasado nada, mamá —contesto al fin, con un hilo de voz—. A mí y a Ebby no nos han tocado ni un pelo.

Ella se aleja y me coloca sus manos en las mejillas.

—¿Dónde está Clark?

—Ha ido con su patrulla a inspeccionar el lugar —responde ella—. A lo mejor, si te encontraba allí te hubiera traído —me acaricia una mejilla con suavidad—. Pero has podido venir sola, soportar ese feo momento sola... —vacila, sin saber muy bien qué agregar luego— ya estás grande.

Suspiro y me aparto de ella con delicadeza.

—No iba a quedarme allí llorando y esperando que me recogieran cuando tengo mi propio auto esperándome enfrente —la contemplo, aún sigue preocupada—. No hubiera sido lindo que me filmen llorando y lo lanzaran al aire en la tele, ¿verdad?

Al parecer bromear no sirve de nada, porque mamá me da un último abrazo y se va.

—Sé que eres fuerte, Audrey —suelta de la nada.

Me la quedo mirando.

—Ya es tarde, seguro quieres irte a dormir, ¿no es así? Debes de estar cansada. O tal vez tienes hambre. Puedo prepararte algo si quieres.

Ignis: Todos ardemos alguna vez | #1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora