Odio matemáticas. Cada vez que comenzamos la clase, no tengo un deseo mayor que el de dormirme sobre el pupitre hasta que se anuncie el cambio de hora. Por suerte, la campana suena y todos los que me rodean salen despedidos del asiento como si tuvieran un resorte puesto en el trasero. Yo espero, pacientemente. Siempre se amontonan y se golpean para salir con rapidez.
Una vez que todos están afuera y la puerta está descongestionada, yo salgo.
Intento tener una mañana tranquila: camino por el pasillo y me dirijo hacia mi casillero cuando alguien me interrumpe.
—Disculpa... —me doy la vuelta y me topo con un chico. Es regordete, tiene el cabello muy corto y sus mejillas son redondas y enrojecidas— ¿Tú eres Audrey Jehnsen?
Su voz es lenta, grave y torpe.
—Soy yo —respondo.
—Toma esto —me dice, y me entrega un papel.
—¿Qué es? —pregunto confundida, mientras le doy la vuelta a la hoja y le echo un vistazo.
—No lo sé —dice en tono cansado e indiferente—, el entrenador me ha dicho que te lo dejara.
—¿El entrenador...?
Levanto la mirada, con la frase a medio terminar, pero el tipo se está yendo por el pasillo con pasos arrastrados y pesados.
Me apoyo en mi casillero mientras leo; al parecer los docentes encargados del área de educación física siguen preocupados por mi salud. En realidad, estoy bien... mejor dicho, estoy de maravilla. Hoy me he mirado en el espejo y el moretón de mi frente apenas es visible si te acercas demasiado, pero no los culpo por tener un poco de preocupación por mí. Después de todo, ellos no pudieron hacer nada al respecto para ayudarme personalmente salvo pedirle a Sam que me llevara a casa y darme una pequeña aspirina.
Sigo leyendo mientras por el rabillo del ojo noto que la cantidad de gente que camina por el pasillo comienza a disminuir. Me apresuro a leer antes de entrar a mi próxima clase.
Pero no me dirijo hacia el aula al que debería estar yendo. Bajo la mano con exagerado cansancio: el entrenador quiere que me pase por la oficina para que busque una fotocopia de certificado médico. Suspiro por un largo rato y me encamino pesadamente hacia la oficina, el entrenador quiere que pase por allí lo antes posible. Tal vez quiera darme alguna que otra charla o algo por el estilo para hacer notar su supuesta preocupación.
Giro a la izquierda, a la izquierda otra vez, a la derecha. La oficina queda lejos. Veo algún que otro estudiante, pero la mayoría ya está dentro de las aulas, tomando clase. También me topo con un tipo que anda corriendo desenfrenadamente por los pasillos. Me rio, tal vez llega tarde o tiene muchas ganas de ir al baño.
Sigo caminando. Primera puerta, segunda puerta... y la oficina.
Extiendo el brazo y giro el picaporte con lentitud, y entonces la puerta se abre sin emitir un solo ruido o chirrido.
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Ignis: Todos ardemos alguna vez | #1 |
FantasíaEste es un borrador del 2015. La vida de Audrey en la ciudad de Auferte es tan tranquila y monótona que los planes que ella proyecta para su futuro tienen en cuenta que así siga siendo. Sin embargo, tras un pequeño e inexplicable accidente que ella...