Capítulo 26

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He estado dedicando algún tiempo al ejercicio básico que me han dado, pero no logro incendiar por completo la condenada ramita

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He estado dedicando algún tiempo al ejercicio básico que me han dado, pero no logro incendiar por completo la condenada ramita. Después de todos mis esfuerzos, mi mayor logro es machacar la madera hasta casi por la mitad. Cuando contemplo la rama fijamente, no puedo evitar encontrar frente a mis ojos la imagen de Fénix haciéndola desaparecer en casi un segundo.

Me echo hacia atrás un poco, viendo la pila de ramas usadas, rotas, partidas, todo menos quemadas, amontonadas a mi derecha. Suelto un suspiro de decepción mientras no puedo apartar mi atención hacia otra cosa.

—No te preocupes tanto —suelta Jota, que está parado a mi izquierda, con un tono de voz demasiado relajado—. Mientras más te lo pienses, menos saldrá.

Lo miro, seria, pero un poco molesta conmigo misma en el interior. Está apoyado tranquilamente sobre una de las paredes rojas que habíamos estado pintando con Fénix hace un tiempo, en el viejo granero. Él está mirando hacia otra parte, mientras se fuma un cigarrillo.

—¿Es cierto eso de que no les hace efecto?

Repentinamente vuelve su atención hacia mí. Por un instante echa una ojeada para todos lados, hasta que se observa la mano con el cigarrillo encendido y abre la boca.

—Ah —exclama—, esto. No tanto, los ignisios somos inmunes a que nos haga algún tipo de efecto o daño grave. Nuestro sistema respiratorio es capaz de respirar sustancias afectadas por el fuego sin mucho problema.

El pequeño palito blanco, con la punta encendida en un color entre rojo y naranja fuertes, no para de lanzar un pequeño hilo de humo interminable.

—Entonces —le digo—, ¿por qué sigues gastando dinero en eso?

—¿Por qué? —repite.

—Sí. Me dices que no puede causarte ningún efecto en gran escala y, sin embargo, sigues desperdiciando dinero en comprarlo.

A Jota se le expande una sonrisa en el rostro; una gran sonrisa que destaca contrarrestando con su tez oscura. Se cruza de brazos, todavía apoyado contra la pared.

—Te responderé con otra pregunta —contesta—: ¿Por qué los mundanos desperdician dinero en esto —alza el cigarrillo en el aire— cuando sí les causa mucho daño?

Mi cara debe de causarle algún placer satisfactorio, porque sonríe aún más, y entonces suelta una carcajada antes de llevarse el cigarrillo a la boca con aire victorioso.

—En sí no tiene mucho sentido, así que no me pidas que se lo encuentre. Simplemente lo fumo y ya.

—¿Qué son los mundanos? —interrumpo al cabo, porque se ha llevado las de ganar en la conversación anterior.

—Los mundanos —repite, con voz de profesor—, son personas del mundo humano. Gente que no posee ni los dotes de Ignis, de Hawa, ni de Gea. Son las personas que viven de nosotros y de nuestra influencia en el mundo, en la naturaleza.

Ignis: Todos ardemos alguna vez | #1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora