CAPÍTULO 7.

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(Sigue narrando René):

-Dios mío –Rafael se paró de un salto y su hermano se acercó a socorrerme-

Todos los demás chicos empezaron a amontonarse alrededor de mí.

-¡Quítense de mi camino! –Exclamaba una voz tan conocida para mí-

-Damián –Dije sin respiración y al borde de las lágrimas-

Sentí sus manos sosteniendo mi cabeza.

-¿Qué le hicieron ustedes? –Miró con furia a los mellizos-

-Se cayó sin querer –Dijo Gerónimo desesperado-

Rafael puso una mano en el hombro de su hermano.

-Tranquilo Zamora –Dijo- Nosotros jamás lo lastimaríamos.

-Damián –Susurré al tiempo que comenzaba a ver puntitos negros-

-René –Golpeó mi mejilla- No cierres los ojos, te lo prohíbo.

Sonreí antes de caer en la oscuridad de la inconsciencia.

Narra Damián:

¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! ¿Qué voy hacer? Mi amigo estaba desmayado en mis brazos y todos se quedaron parados como imbéciles mirando.

-¡Busquen a la enfermera Amelia! –Grité-

Sentía un ardor en la garganta, nunca en mi vida había estado tan asustado como lo estaba en ese momento.

-René –Susurré y lo apreté contra mí-

Rafael abrazaba a su mellizo, quien tenía los ojos llenos de lágrimas y miraba fijamente a mi amigo.

Jamás creí que esos tipos se hicieran amigos de René, me pareció raro cuando los vi juntos en los recreos y, debo admitir, que sentí enojo al pensar que los mellizos habían comprado la amistad de René con un simple perdón, luego de meditarlo, caí en cuenta de que él tiene un corazón enorme y es capaz de perdonar a cualquiera que le haga daño.

Incluyendo a estos malditos degenerados.

Ellos se veían muy afectados con lo que estaba sucediendo, en especial, Gerónimo, nunca lo había visto llorar y daba a entender que quería muchísimo a René como para ponerse así.

Amelia llegó enseguida, con Rafael subimos a mi amigo sobre la camilla y la enfermera le colocó la máscara con oxígeno.

-En unos minutos despertará, llevémoslo a la enfermería...

Narra René:

Mi cuerpo estaba pesado, la espalda me dolía horrores, intenté abrir los ojos pero la luz me obligó a cerrarlos nuevamente.

-¿René? –Susurró una voz quebrada a mi lado- Perdóname, no pensé que ibas a caerte.

Era Gerónimo, sabía que él jamás me lastimaría, hice un intento de sonrisa. Sus manos peinaban mi cabello como yo había hecho con el suyo.

-Rafael está muy preocupado por ti –Continuó- Pero tuvo que ir a clases, al igual que Damián...

Mi corazón se estrujó, mi mejor amigo no se había quedado allí. Bueno, no podía enojarme, era la última semana de clases y casi todo el mundo quería terminar ese ciclo escolar de una vez por todas.

De igual manera, esa sensación de abandono y vacío me hacían sentir dolido.

Pestañeé un par de veces hasta que mis ojos se adaptaron a la luz del cuarto.

Lo primero que vi fue el rostro de Gerónimo, sus ojos azules estaban hinchados y sus mejillas húmedas.

-Hola –Dije estúpidamente-

Dios, como me afectaba verlo así, en estos últimos días le había tomado mucho cariño a los mellizos Hernández, bueno, también después de lo que hicimos...

Él me miraba en silencio, levanté un poco mi cabeza y uní mis labios a los suyos en un beso fugaz.

Se sonrojó y me causó ternura, no se esperaba eso de mi parte. Sonrió a medias.

Lentamente moví mi mano derecha, luego la izquierda y el resto de mi adolorido cuerpo.

-Ya pasó lo peor –Lo tranquilicé- Estoy bien, me siento bien.

-Perdón –Escondió su rostro en mi cuello- La próxima vez te sentaré en mi regazo...

Reí roncamente, pasé mis brazos por sus hombros y lo apreté contra mi pecho, me devolvió el abrazo y así nos quedamos, por un tiempo indefinido.

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