CAPÍTULO 39.

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A LA MAÑANA SIGUIENTE...

Narra Damián:

Lo dije una vez y lo sostengo, el clima de San Diego era muy extraño. Ayer teníamos sol y hoy llueve torrencialmente, para rematar, nos encontrábamos en el funeral de Jake.

Parecía que el cielo también lloraba por ésta pérdida.

Mi tía Wendy tenía la mirada perdida, sus ojos hinchados ya no soltaban lágrimas, llevó una silla al lado del ataúd de mi primo y se sentó junto a él mientras le acariciaba el cabello a su amado hijo.

Mis padres hablaban con mi tío Óscar y le ofrecieron café, lo aceptó con desgana.

Miré a Jake, lo habían vestido con su esmoquin negro favorito y en sus manos entrelazadas llevaba una rosa roja como la sangre.

*Parece dormido*

Me gustaría hacerme la idea de que así era, pero no se puede comparar a la muerte con el sueño.

A mi lado sentí la tibia mano de René tomar la mía, cerré los ojos y me acerqué un poco más a él. En estos momentos me emocionaba tenerlo conmigo, me daba fuerzas para seguir de pie.

Apoyó su cabeza en mi hombro y suspiré.

Afuera, un trueno nos sobresaltó y desviamos la mirada hacia la puerta. La lluvia caía incesante y relampagueaba.

Escuché una voz melodiosa, alguien hacia comenzado a cantar en voz baja. Dirigí mi visión hacia el lugar de donde provenía tan hermosa interpretación.

Mi tía había recostado su cabeza sobre el pecho de Jake y entonaba una dulce canción de cuna.

Era como si lo estuviera haciendo dormir, como cuando era bebé. Sentí un nudo en la garganta, ella también quería creer que él estaba dormido y que en cualquier momento abriría sus ojos verde esmeralda y éstos se iluminarían cuando sonriera tiernamente.

Las lágrimas rodaron por mis mejillas, esto era demasiado para mí.

-¿Quieres salir un momento afuera? –Desde que empezó el funeral, era la primera vez que René me hablaba y con sólo escuchar su voz logré tranquilizarme-

Incapaz de hablar, asentí y nos encaminamos hacia la salida. Nos sentamos en un banco que se hallaba en la galería y el silencio reinó entre nosotros dos.

Yo miraba a la nada y René simplemente agachó la cabeza. Jugueteaba con nuestros dedos entrelazados, acariciaba el dorso de mi mano, transmitiéndome su paz.

Relajé mi cuerpo y apoyé la espalda en la fría madera del banco. Me miré, detestaba la ropa de color negro.

Disimuladamente, mis ojos observaron la cabellera negra de mi "amigo" y fueron descendiendo por el resto de su anatomía, llevaba la camisa y el jean negro que había comprado para nuestra graduación el año anterior.

Recordé el beso dentro del probador y todas las cosas que sucedieron desde entonces.

A partir de diciembre de 1998 hasta ahora, febrero de 1999, mi situación con René había cambiado bastante.

¿Lo amaba? No lo sé. ¿Acepté mi "homosexualidad"? Estoy en eso, no es fácil.

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Después de largo rato sin hablarnos, decidimos volver adentro.

Ya habían cerrado el ataúd y estaban rezando un Padre Nuestro. Nos unimos a sus oraciones y entre cuatro llevaron el féretro al auto.

Una larga caravana se enfiló detrás del coche fúnebre cuando éste arrancó para dirigirse al cementerio. René y yo íbamos en la parte trasera del auto de mi padre.

Los bocinazos me aturdían, muchas personas habían concurrido a despedir a Jake.

Vecinos que lo conocieron en la infancia y mis compañeros de colegio vinieron a darme el pésame.

Pero a la única persona que verdaderamente quería tener cerca en esos momentos era a René Castillo.

Sólo a él.


(Dentro de poco voy a subir el siguiente capítulo, gracias por esperar)

Los saluda atentamente: Gaby González.

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