Capítulo III: Ni rastro

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SUSAN

Veo a Manuel sentado en mi asiento, inmóvil, y algo me dice que nada bueno trae. Semanas han pasado desde la última vez que nos vimos; el motivo de su llegada debe ser algo verdaderamente importante si decidió venir después de tanto tiempo. Él se mira sus dedos y se estruja las palmas de sus manos con los jeans. Han pasado tantos años que ver lo mucho que ha cambiado Manuel ha dejado de sorprenderme. Noches atolondradas, llenas de humo y placer carnal, alcohol hasta que su cuerpo no puede más con ese líquido letal ingerido. Eso ha sido motivo de un cúmulo de peleas entre nosotros; no sé cuántas veces lo he aconsejado para que busque ayuda con un psicólogo y saque todo lo que lleva dentro. Desde que murió Elizabeth, su vida se ha ido a la mierda con todo y estudios. Echó todo al vacío sin importarle nada más que su dolor. Siquiera puede escuchar el nombre de mi mejor amiga, pues termina sulfúrico y destruye cada cosa que toca. Hace un mes atrás, Derek tuvo que sacarlo de la cárcel, pues había provocado una pelea y destruyó el bar. Desde esa vez no nos habíamos vuelto a ver, porque yo estaba demasiado cabreada con él y le dije que no lo quería volver a ver a menos que el viejo Manuel regresara. Me arrepentí al instante, pero no retiré lo que le dije. Y ahora está aquí, sentado frente a mí, y aunque no hay rastro del antiguo Manuel, aquel chico tímido, tierno y hermoso, aún sigue conservando su atractivo. Ambos brazos están cubiertos de tatuajes, tatuajes muy bien diseñados. Su cabello es largo, pero no demasiado, de modo que él lo peina con sus dedos y le da un toque sensual, esa sensualidad que no necesita retoques o demasiado esfuerzo para estar presente. En sus labios tiene unos piercings que, a pesar de que no quise que se los pusiera, le sientan bien. Sí, el tranquilo y tímido nerd Manuel ya no existe, ha sido reemplazado por este hombre rebelde y atractivo-relativamente- que tengo enfrente.

-Susan, este silencio es muy incómodo-su voz me hace aterrizar. Mirarlo a los ojos me resulta abrumador. Manuel ha desaparecido por completo, lo veo en su mirada. Es una vacía, sombría. Ya no me mira como cuando lo conocí en la preparatoria. Aquel chico que se me acercó en mi primer día en una escuela distinta, una a la que nunca quise ir...

Estaba perdida. No sabía dónde quedaba el salón de mi primera clase. Varias chicas se me quedaron viendo y cuando pasé por donde ellas estaban, una pierna me hizo tropezar y caer al suelo. Mis libros se desplomaron junto con mi dignidad, pues no les dije nada; estaba asustada, puesto que era mi primer día en una escuela de mierda con gente que te miraba por encima del hombro... Ignorancias de la adolescencia. Me levanté del suelo y ellas comenzaron a reír, pero las ignoré y comencé a recoger mis cosas del suelo. Una mano apareció y me ayudó a recoger los libros; era un chico con gafas vestido con una ropa horrenda, pero cuando mis ojos se encontraron con los suyos, supe que era una buena persona... O tal vez simplemente quise verlo así en ese momento, pues fue el único estudiante que decidió acercarse a mí y brindarme una mano amigable.

-Muy cliché, muy típico, pero esto es lo que pasa cuando llega gente nueva. ¡Bienvenida! - Hasta su tono me pareció reconfortante. De mis labios salió una sonrisa, de esas que salen cuando ves que las cosas a veces no son como las piensas, algo muy frecuente en la vida de un joven, en donde el deseo de conocer personas, descubrir qué cosas el mundo ofrece, está a flor de piel.

-Créeme, mi vida es una bola de mierda y es tan cliché que te resultará sumamente aburrida-le dije, rodando los ojos, y sin darme cuenta ya estábamos caminando por el abarrotado pasillo.

-Déjame adivinar... Tus padres decidieron mudarse cuando casi acababas el curso y estás sumamente cabreada con ellos. Llegas a la escuela y resulta ser que te tratan como si fueras una basura y eso hace que sientas más rabia por haberte mudado-dijo, sonriendo-. ¿Me equivoco? -Soltó, creo que divertido, y no pude evitar reír.

-A eso añádele tener que vivir con un padrastro asqueroso e insoportable-le dije, poniendo los ojos en blanco.

-Sí, tu vida es un cliché-replicó y solté la carcajada. La campana sonó y nos detuvimos frente a un salón. Él abrió la puerta, pero no entró.

Inquebrantable-Mi vecino misterioso 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora