Capítulo XIV: Ópera

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SUSAN

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SUSAN

Mientras rebano las zanahorias para la ensalada, mamá prepara la mezcla del pastel. Desde aquí escucho a mis hijos gritar mientras juegan con sus primos. Una música algo rápida y de ritmo pegajoso se escucha hasta la cocina en donde estamos mamá y yo. Mi progenitora ha estado muy callada, han sido pocas las palabras que ha dicho desde que llegamos a la reunión familiar de los domingos. No he querido preguntarle nada porque la verdad prefiero el silencio, prefiero no hablar sobre lo que me ha tenido preocupada desde hace días...

-¡Liam, toma tu leche con chocolate!-la escucho llamar a uno de mis hijos. En segundos aparece Liam con sus mejillas acaloradas y ropa toda sudada y sucia.

-Liam, ¡mira cómo te has puesto!-le digo, pero mi hijo está demasiado ocupado tragándose su lácteo.

-Vamos, Susan, son niños y están jugando-me dice mamá y ruedo los ojos. Siempre defendiendo a sus nietos.

-Recuerdo que me reprendías cada vez que ensuciaba mis vestidos-le digo y ella continúa con la mezcla.

-Eras una niña, Susan-me dice y levanto las manos al cielo con exasperación.

-¿Y?... Porque mis hijos sean niños no significa que tengan que ser unos puercos-replico y mamá rueda los ojos, sonriendo.

-Ya deja el dramatismo, cariño-me dice y le dice a Liam que continúe jugando. Mi hijo deja el vaso en la barra, pero antes de que se marche lo detengo por el brazo.

-¿Para dónde crees que vas? Toma el vaso y límpialo-le ordeno y mi hijo gruñe, pero le lanzo una mirada que lo hace tomar el vaso y caminar hacia el fregadero.

-Déjalo, yo lo limpio-le dice mamá, pero la detengo, tomando una silla para que mi hijo pueda llegar al fregadero.

-Nada de eso, mamá. Liam puede y debe hacerlo-le digo y veo que mi hijo mira a mamá con súplica, pero lo obligo a limpiar el vaso.

-Es un bebé, Susan-me dice mamá y niego, poniendo los ojos en blanco.

-Es desde bebé que se educa... Me sorprende de ti, madre... Siempre me enseñaste eso-le digo y ella muerde su labio inferior, mirando a Liam con pena -. ¡Alcahueta!-digo y ayudo a mi hijo a bajarse de la silla. Él sale como meteorito de la cocina.

-Tienes razón, cariño... A veces soy demasiado alcahueta, pero no puedo evitarlo-me dice y beso su mejilla con cariño.

-Es el síndrome de las abuelas-le digo y ella sonríe-. Siempre peleabas con mi abuela porque me consentía demasiado y mírate ahora-le digo y reímos juntas. Manuel aparece en la cocina y me toma por la cintura para darme un abrazo y alzarme. Chillo por su inesperado movimiento y cuando me coloca nuevamente en el suelo, besa mi frente con energía. Lo miro enarcando una ceja-. Alguien está de muy buen humor hoy-le digo y sonríe ampliamente, besando a mi madre.

Inquebrantable-Mi vecino misterioso 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora