Capítulo I: Rutina

1.5K 90 16
                                    

SUSAN

Mis piernas parecen dos varillas inestables, incapaces de sostener un paredón pesado; flaquean cuando me bajo de la corredora. El sudor se ha impregnado en todo mi cuerpo y me seco con la toalla que tengo enganchada en mi cuello. Mi reflejo se ve por todos los espejos de este gimnasio. Me detengo frente a uno de ellos y observo mi figura. Las tres semanas que llevo yendo a este generador de cuerpos fitness al fin están dando resultados. Alzo mi blusa lycra y veo que mi panza está bajando. Después de dar a luz a dos hermosos niños, el resultado es un abdomen lleno de grasa y estrías. Derek dice que no le importa, incontables son las veces que me ha susurrado al oído: Eres hermosa, mi amor. Pero sé que solo es una mentira azucarada con miel, una mentira que solo una persona enamorada puede decir y sonar convincente. Él me acepta tal y como soy, pero no me siento bien con mi cuerpo. Este saco de carne flácida y sin gracia no se puede siquiera llamar cuerpo. Cada gota de sudor, cada gemido frustrado, cada dolor muscular, todo ello es para recuperar mi esbelta figura, es el deseo de recuperar lo que hace mucho perdí, pero se me hace difícil entre los niños y el trabajo. Quisiera poder decir que mi vida profesional está mucho mejor, pero sería una utopía. Aún no puedo creer el hecho de que vendí mi clínica dental y ahora trabajo en una tienda de cosméticos. Muchas cosas se fueron por la borda sin darme cuenta hasta que sentí cómo el agua me llegaba hasta el cuello. Aunque no me puedo quejar; tengo a un esposo maravilloso y a unos hijos que adoro. A Derek le ha ido muy bien. Consiguió trabajo en una fábrica de productos enlatados como director de diseño. Después de pasar meses insistiéndole para que hiciera algo con su vida profesional, pues, aunque su madre le dejó elevados ingresos-los cuales aún me cuestiono la fuente- quería que ambos nos esforzáramos por tener nuestros propios ingresos, así que logré convencerlo y el esfuerzo ha valido la pena. Es por eso que quiero cambiar mi vida. No quiero ser la típica mujer casada con hijos y viviendo bajo la sombra de su esposo. ¡No! Yo quiero volver a ser la misma Susan McMahon que lucha por lo que quiere y lo consigue. ¡Basta de esta panza llena de grasa! ¡Basta de la celulitis! ¡Basta de la...

-Susan, aún te falta hacer los squats. Ni creas que has terminado-despierto de mi discurso motivacional mental cuando escucho la voz de Max, mi entrenador. Viene hacia mí bañado en sudor, con su rostro acalorado y sus músculos pareciendo querer reventar, solo una fina capa de piel los cubre. Toda la población femenina del gimnasio babea por él, es muy molesto escucharlas murmurar cada vez que él se pasea por la estancia. Muchas matarían porque Max las entrenara, yo siento que lo odio cada vez que me obliga a hacer las rutinas de ejercicio.

-Oh, vamos, estoy muerta-me quejo, haciendo un movimiento dramático, y él suelta una risotada, lo que provoca varios suspiros de algunas mujeres que lo observan como si fuera una presa. Yo ruedo los ojos cuando una chica pelirroja me mira mal. ¡Patética!

-Bien, pero solo porque hoy has hecho otros ejercicios. Mañana sabes que te toca doble con los squats-me amenaza con su dedo índice y yo doy un salto, emocionada. Son pocas las veces que mi entrenador cede.

-Gracias, gracias-le digo, dando saltitos, y le beso la mejilla. Él rueda los ojos y luego ríe.

-Vete antes de que me arrepienta y te ponga a hacer cien lagartijas- me advierte de manera jocosa. Yo abro los ojos como platos, porque sé que es capaz de hacerlo, recojo mis cosas y salgo deprisa del gimnasio. Pude notar que las chicas se me quedaron viendo mal, pero me importa un demonio. Ellas babean por mi entrenador, pero yo babeo por el hombre que me espera en casa.

Cuando aparco mi auto frente a mi casa, siento que mi cuerpo no aguantará más. Me siento sumamente agotada, es por ello que mi cabeza cae como por inercia contra el volante. Necesito un respiro. Entre el trabajo, los niños y el gimnasio, no tengo tiempo para hacerlo. No es que mis hijos sean malos, es solo que... es solo que... ¡Carajo! ¡Son unos pequeños diablillos! No dejan de brincar por todos lados y no sé cuántas veces me han llamado esta semana para avisarme que han hecho alguna travesura en la escuela. William, el mayor, tiene seis años. Le quisimos dar ese nombre- bueno, más bien yo quise hacerlo, después de pasar casi los nueve meses de embarazo discutiendo con Derek, porque él decía que mi hijo sufriría bullying por ese nombre-, lo bauticé con ese apelativo en honor a uno de mis escritores favoritos: William Shakespeare. El mayor no es tan travieso como Liam, mi pequeñín que acaba de cumplir cinco añitos. Ese sí que es candela, siempre se las ingenia para que Derek lo defienda. No sé si es porque es el que más se parece a Derek, pero a veces me dan ganas de cogerlos a los dos y encerrarlos en la habitación por días. ¡Demonios! Cuando Derek está con sus hijos parece otro niño más. No lo voy a negar, se ve jodidamente sexy cuando juega con los niños. Pero a veces los tres agotan mi paciencia...

Inquebrantable-Mi vecino misterioso 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora