Capitulo Veinticuatro

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Las nubes se desquitaban con la Tierra lloviendo sin piedad, era una noche fría. Mis pies corrían a todo dar huyendo de aquel loco que intentó robarme y luego violarme. Desde que pasé frente a ese bar escuchaba pasos detrás de mí, no fue hace mucho pero aquellos pasos me inquietaban, podría ser un borracho en busca de una noche divertida, aunque con este aguacero lo dudo.

-¡Detente!- escucho gritar no muy lejos y paro.

Aquello había sonado con una amenaza y estaba en desventaja al estar de espaldas, podía estar desarmado y así no tendría chance de correr. Escuché los pasos acercarse y luego una mano se posó en mi muñeca, me hizo girar sobre el tacón de mis zapatillas medio altas.

Sus ojos eran azules, bastante claros en realidad. Melena rubia y alto con cuerpo cernido, facciones bien definidas, no parecía ser alguien a quien temer a pesar de su contextura. En sus ojos podía ver que era un hombre de bien. Algo en él me decía que confiara, relajé mis facciones esbozando una pequeña sonrisa, el rubio me devolvió el gesto.

-¿Cómo te llamas?- preguntó después de un rato de sólo intercambiar miradas.

-Phoebe.

-Un placer Phoebe, yo me llamo Max- dice con cierta gracia- Espero no te moleste correr conmigo unas cuadras más bajo la lluvia.

-No, está bien- solté y con un ademan me dejó dar el primer paso- Pero ¿qué pasa con tus amigos del bar?

Noto que se sorprende por mi pregunta y le echa un vistazo al local detrás de él.

-No notarán que me fui. Ya es tarde de todos modos.

Empezamos a andar tratando de ir un paso más adelante que el otro hasta que terminamos corriendo como niños. Paramos en la puerta de un edificio no muy alto, sacó las llaves y abrió la puerta invitándome a pasar. Observé el bonito departamento, era algo sencillo para lo que yo acostumbraba.

-Puedes sentarte, vuelvo en un segundo- suelta señalando los cómodos muebles, estaba dispuesta hacerlo cuando reparé en que estaba toda mojada y me había metido en casa de un total desconocido- Te traje esto, no es mucho pero es algo.

-No... Lo siento Max, tengo que irme- solté caminando a la puerta me sobresalté cuando se atravesó en mi camino.

-No voy a obligarte a quedarte, solo dame un minuto y podrás irte- suplica y acepto con un poco de desesperación, sentía la necesidad de salir de aquí.

Su mano sujetó la mía enlazando nuestros dedos. Sentí un ligero cosquilleo y su sonrisa se amplió- Soy tu opuesto-confirma y frunzo el ceño.

-¿Opuesto?- cuestiono y asiente- ¿De qué me hablas?

-Sabes perfectamente de lo que hablo.

-No, aléjate. No podemos estar juntos- separé nuestras manos y retomé mi camino hacia la puerta, me sujetó de la muñeca y en un rápido movimiento me llevó a la pared para besarme.




Claramente lo que vivimos esa noche, si es que en realidad se trataba de nosotros, fue un auténtico flechazo.

Mi mente empezó a mostrar flashes otra vez, borrando aquella escena. Cerré los ojos. Los vuelvo a abrir y tengo a Cael frente a mi.

-Max... Eras tú- murmuré- Esa... Era yo.

-Los que son iguales a nosotros nacemos con un opuesto que comparte una conexión con nosotros. Se supone que si queremos conversar nuestras memorias no deberíamos juntarnos como pareja.

-¿Por qué no?

-Nos volvemos mortales. Nuestra alma morirá. Perderíamos la habilidad de recuperar nuestra consciencia en la siguiente vida.

-Tenemos que separarnos entonces.

De repente su mirada cambió, era esa mirada de obsesionado, loco. De un momento al otro estaba contra la pared, sujetaba mi cuello entre sus manos, mi respiración se había vuelto pesada y sus ojos habían cambiado. Eran más claros, pero escalofriantes.

Poco a poco sus dedos se fueron ajustando, por inercia mis manos fueron a sus antebrazos tratando de quitarlo.

-Cael... Por favor, suéltame- susurré con mirada suplicante.

El aire empezaba a faltarme, el chico se había vuelto loco. Gemí al sentir su pulgar enterrándose en mi traquea.

-Cael está de vacaciones- susurró y entonces lo comprendí.

Él no era Cael, alguien lo poseía.

Afuera se podía escuchar un algarabío, gritos y disparos pero a él no parecía importarle. Un fuerte golpe detrás de nosotros me alarmó aun más.

-¡Suéltala o disparo!- se escuchó gritar detrás de Cael.

El agarre en mi cuello se ablandó, sus ojos se abrieron más, la sonrisa desapareció pero la cara de lunático aun estaba. Esa cara, esa presencia... Ya la conocía, no es la primera vez que le veo.

-¡No! ¡No dispare!- gritó Jack detrás del oficial.

-Lo que sea que seas aléjate de mi, aléjate de él- susurré, su rostro se relajó, sus ojos poco a poco fueron volviendo a su color natural.

Sus manos se alejaron al igual que todo su cuerpo. Caí sobre mis rodillas mientras tosía tratando de regular mi respiración.

-¿Estás bien?- preguntó el oficial dando pasos cautelosos sin apartar el arma de Cael.

Parpadeé un par de veces asegurándome de que era real lo que veía, era un oficial de policía. Asentí y se agachó, abrazándome. El sujeto tendría treinta años, castaño con ojos claros.

-Nos veremos pronto- advirtió una voz femenina, alcé un poco la vista.

Cael estaba vomitando en una esquina, y el oficial pareció no haber escuchado aquel susurro.

-¿Qué fue lo que pasó?- preguntó una vez que mi respiración volvió a la normalidad.

-Eso importa- susurré y me ayudó a levantarme, sentí un ligero mareo y las manos del oficial sujetándome de la cintura.

-¿Lesya, estás bien?- preguntó Jack, llegando a nosotros.

Busqué con la mirada desorientada a Cael. Todavía estaba en aquella esquina. Un grito se escapó de mis labios al ver la figura junto a él. Como si mi vida dependiera de ello me aferré al oficial; era esa sombra, la que siempre me asechó aquel día.

La que me dejó en coma.

Una Ecuación Peligrosa©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora