Capitulo Nueve

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—Primer día de clases y ya estamos en problemas.

—Si, es un nuevo récord— concordó Ian y los demás nos fulminan con la mirada.

—Si Amber y Leila no se hubieran lanzado contra esas rubias— apuntó Silvana.

—Charlie y Jeremy contra sus novios— agregué recibiendo más miradas de odio.

—Y Silvana no le hubiera arrancado las extensiones a la castaña— terminó Amber.

—No estaríamos en este lío— concluimos Ian y yo.

La situación es que Ian y yo no hicimos nada, pero sólo por observar la disputa, al conserje le pareció suficiente motivo para mandarnos a la dirección, a los siete.

—¡No es justo que nosotras también tengamos que ir!— chillaron las rubias, unos metros más atrás, a sus novios.

Volteé hacia ellas y me lanzan una mirada para nada agradable.

—Esa chica brilla más que el sol con esos cuatro— comentó Ian en mi oído, refiriéndose a la castaña, y empecé a reír sonoramente.

—¿Te metiste drogas o qué?— preguntó Amber y la miré mal, dejando de reír.

—Alguien está irritada hoy— murmuré lo suficientemente alto para que sólo Ian me escuchara y ambos empezamos a reír de nuevo.

—¿Quién será nuestro abogado esta vez?— pregunta Charlie y todos me miran.

—No, lo siento. Yo di la cara por todos cuando irrumpieron en la cafetería haciendo twerking sobre las mesas— todos asintieron desilusionados ante mi argumento y señalé a Silvana.

—Pero tú conseguiste que no nos llevaran a prisión.

—Créeme que por arrancar extensiones no irás a prisión— dije y hace un puchero.

—La decisión está tomada, Silvana, prepara la defensa— dijo Leila palmeando su espalda.

Entramos a la secretaría y esperamos pacientemente junto a los otros cinco.

—Ya pueden pasar— avisó la secretaria con su común tono irritante.

—¿Alguien podría explicarme qué fue lo que sucedió?— preguntó el director con mala cara.

Todos empiezan a hablar y miro a Ian con súplica, yo estaba parada en el medio de la algarabía y los insultos. Ian me agarró de la mano y me sacó de ahí

—¡SILENCIO!— explotó el viejo bigotudo y todos se callan.

Frente a él están sentadas Silvana como nuestra abogada y junto a ella la castaña que ni remota idea de cual sea su nombre.

—En la esquina derecha tenemos a Silvana "Jirafa" Vidal y en la izquierda la castaña "Extensiones" chichón de piso— habló Jeremy con voz de locutor y río cubriendo mi boca para evitar problemas.

—¿Serían tan amables de esperar afuera?— nos pidió el director a Ian y a mi, y sin pensarlo dos veces salimos.

Quisimos aprovecharnos de que la secretaria estaba de espaldas para escaparnos, lástima que la desgraciada tenga ojos en la nuca.

—¿Adónde creen que van?— nos detiene la secretaria.

Soltamos un suspiro y volvemos a las sillas.

—Hay que distraerla— susurró Ian y lo miré con el ceño fruncido.

—¡Tiene ojos en la nuca!— grité en un susurro y cubrió mi boca con su mano.

—Voy a pedirte algo que seguramente no querrás— susurró y abrí mis ojos un poco más de lo normal.

—No pienso comunicarme con algún fantasma para espantarla— dije y suspiró rendido. Ian, además de Xavier, eran los únicos con conocimiento de mi don.

Pasan los minutos y en la oficina del director sólo se escuchan gritos, hasta la secretaria parece estar irritada por la situación.

—Vámonos de aquí— dijo Ian y se pone de pie.

Inmediatamente la secretaria levanta la cabeza como un zuricato y observa a mi amigo de forma amenazadora. Tragué saliva y miré a la zuricata con el ceño fruncido. Ian tomó mi mano y me obligó a ponerme de pie, segundos más tardes salimos de la secretaría así no más.

—¿Sabes que si le dice al director y nos encuentran conseguiremos un castigo peor?

—Si, por eso nos fugaremos de la universidad— dijo y saca las llaves de su auto.

—¿Es en serio?— pregunté sorprendida y él ríe.

—Como que te llamas Lesya Christine Petrov.

—Mi segundo nombre no es Christine— dije con una mueca.

—Entonces es tan real como que Xavier nos observa de una manera para nada agradable— apenas escuché su nombre volteé a mi izquierda y... No puede ser si está ahí.

—Lesya tranquila, él no va a hacerte daño.

—Ya lo sé, es sólo que...Nada— solté un suspiro y bajamos las escaleras de la entrada principal.

Nos montamos en su auto y así nos damos a la fuga de la institución.

—¿Adónde vamos?— pregunté con curiosidad.

—A un lugar que no nunca has visto antes.

Para mi sorpresa sólo estuvimos en el auto unos diez minutos.

—Te aseguro que he visto esta colina antes— dije, bajándome del auto y él ríe.

—Aquí no es, tonta— dijo y tomó mi mano arrastrándome por el húmedo césped por la continua lluvia.

Al llegar arriba quedo casi boquiabierta ante tan hermosa vista. Ciertamente nunca había visto algo así.

—¿Sorprendente, no?— inquirió con diversión al ver mi reacción.

—Fascinante— murmuré mientras apreciaba la impresionante vista, que hasta ahora desconocía.

Me dejé caer en el césped y llevé mis rodillas al pecho. Un hermoso atardecer logra llevarse toda mi atención por más de dos minutos, es fascinante la belleza natural... Poco a poco he detallado cada franja de color que se degrada con la de abajo, alrededor del imponente sol.

—¿Cómo descubriste esto?

—Papá me trajo una vez hace mucho, con los años lo olvidé y hoy sentí la necesidad de venir con alguien— explicó, inclinando su peso hacia atrás dejando caer su espalda en el suelo.

Imité su acción y nuestras cabezas quedan una frente a la otra, ambos observando el cielo con la compañía del imponente viento y algunos pájaros.

—¿Ian?

—¿Si?

—¿Cuál es tu color favorito?— pregunté, girándome hacia él.

—Verde... ¿Por qué?

—Me di cuenta que de todos... Al que más desconozco es... A ti— dije con los ojos entrecerrados por los pequeños rayos de sol que tratan de obstruir mi vista.

—No te culpo, no soy el más social de todos— dijo adoptando la misma posición que yo.

Nos quedamos en silencio algunos minutos más, sólo observándonos. Como si intentáramos memorizar cada detalle del rostro del otro. Hasta ahora no había notado lo agradable que era la compañía de Ian, siempre estaba con Xavier por lo que no me tomaba el tiempo de estar con los hombres.

—¿Qué hora es?

—Hora de volver o nos cerrarán las puertas de la universidad.

Nos ponemos de pie y antes de que empiece a descender me subo a su espalda.

—Gracias por este pequeño regalo— susurré en su oído y suelta una carcajada, sujetando mis piernas alrededor de su torso para evitar que me cayera.

Una Ecuación Peligrosa©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora