Capitulo Treinta y Tres

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Cuando me dieron de alta fue Christopher quien fue a buscarme para devolverme a la universidad.

-¿Mis padres saben algo de mi?- pregunté rompiendo el silencio del auto.

-Fueron notificados de todo desde el momento que te encontramos- respondió.

-¿Sabían que hoy me darían de alta?- pregunté mirando su perfil. Asintió.

-Pidieron estar al tanto de todo.

-Que buenos padres- murmuré, acostando mi cabeza en la ventana.

El resto del trayecto transcurrió en total silencio. Podía sentir la mirada de Christopher sobre mi de vez en cuando, pero no tenía interés en devolverle ma mirada, no en estos momentos.

-¿Adónde te gustaría ir?- preguntó y fruncí el ceño, ladeando la cabeza hacia él.

-Pensé que llevabas a la universidad- dije.

-Ya lo sé, pero se me ocurre que necesitas despejar tu mente un rato antes de volver a tu mística vida- dijo y reí levemente.

-Usted dígame- solté con una pequeña sonrisa.

-¿Un café poco concurrido?- propuso y asentí.

El camino siguió igual de silencioso, me obligaba a mantener la vista en la ventana y no en él. Christopher a veces volteaba a verme o lo hacia por el rabillo del ojo, podía sentir su mirada. Eso y que podía ver su reflejo en mi ventana. Noté que cubría sus labios con dedos cuando se rascaba la barba en sus mejillas. Me resultaba tierno.

Nos bajamos del auto y entramos a un pequeño local. Y si que era poco concurrido; habían sólo dos pares de parejas, y una parecía estar lista para irse. La mesera nos llevó a una de las mesas más apartada, eran de esas que estaban en una esquina y no tenían sillas sino como un mueble largo mueble. Lo que nos dejó sin más opción que sentarnos uno al lado del otro.

-Qué van a desear?- preguntó la mujer con una pequeña libreta en la mano.

-Un té caliente- pidió él y me miró, invitándome a pedir algo.

-Uh... No tengo dinero- dije con un poco de vergüenza.

-Yo invito- busqué su rostro y tiene una pequeña sonrisa, luego miré al menú.

-Un chocolate caliente- pedí y Christopher rió, tal vez porque casualmente era lo más económico.

Sacó su celular y afincó sus antebrazos del borde de la mesa, dejando sus manos expuestas a mi vista. Vi un anillo en su dedo.

-Llevas un anillo- dije- ¿Eres casado?

-Viudo- respondió clavando sus ojos claros en mi.

-Lo lamento- murmuré- ¿Hace cuanto pasó? Si se puede saber.

-Seis años- respondió. La mesera en ese momento nos trajo las bebidas y apartó la mirada, guardando su celular- Tenía más o menos tu edad cuando le propuse matrimonio.

Sujetó el pitillo entre sus dedos y revolvió la bebida levemente. Me sentí mal por él y a la vez sentía curiosidad sobre qué pudo haberle pasado.

-¿De dónde eres?- pregunté para cambiar el tema.

-Nací en Tennessee y me mudé aquí a los diecisiete para entrar a la universidad- respondió- ¿Y tú?

-Como podrás haber notado ya, soy originalmente de Rusia. Me mudé cuando tenía quince años porque mi mamá es de aquí.

-No percibo tu acento.

-Me alegra- solté- Trabajé mucho para perderlo.

-Vaya...- suspiró y fruncí el ceño con diversión.

-¿Qué?

-No hablaba, así, con una mujer hace tiempo- soltó, mirándome a los ojos y sonreí de lado.

Después de algunos minutos en silencio cambiamos de tema otra vez, dirigiéndonos hacia algo más superficial para dejar nuestros problemas personales a un lado.

Pasamos alrededor de tres o cuatro horas conversando en aquella pequeña cafetería en compañía de las personas que trabajaban ahí y uno que otro comensal. Hablar con Christopher me resultó más relajante de lo que hubiera imaginado. Era un hombre tan agradable y simpático que podrías pasar horas y horas conversando con él sin aburrirte ni un sólo instante.

-Gracias, por todo- dije abriendo la puerta del auto.

-No fue nada- dijo con una hermosa sonrisa.

Llegué a mi habitación y para mi sorpresa la luz estaba apagada. La encendí y me encontré con todos mis amigos reunidos.

-¿Qué nos estas ocultando?- preguntó Silvana, cruzándose de brazos.

-¿De qué hablas?- pregunté, cerrando la puerta a mis espaldas.Todos levantan una ceja en reproche.

-Llevas varios días desaparecida. Los profesores no saben nada y tus padres se niegan a hablar con nosotros- habló Leila- Ahora apareces como si nada con un enorme vendaje en tu pierna y pretendes que no nos demos cuenta de que algo te está pasando.

-No estoy haciendo nada malo, ¿de acuerdo?- aclaré, uno a uno se van sentando en mi cama y algunos en la de Leila- Aunque no lo crean fui secuestrada otra vez, me hirieron y por eso la venda en mi pierna.

-¿La policia lo sabe?- preguntó Jeremy.

-Si, claro- respondí- Sólo que aun no sabemos quien organizó todo esto.

-¿Quién es?- preguntó Charlie.

-¿De quién hablas?

-El hombre en el auto negro que te trajo.

-Es un detective- respondí- Él que se está encargando de nuestro caso.

-¿Nuestro?

-Cael está desaparecido todavía.

Mis amigos no estaban para nada convencidos de mi explicación, pero era la verdad. La mayor parte.

-Perdón por no haber hablado antes, sé que fue irresponsable de mi parte pero tenía miedo de volver aquí. Estuve cerca de morir y pasé dos días en el hospital con un detective haciéndome preguntas.

-¿Y qué cambió para que volvieras?

-Los extrañaba- mentí, descaradamente.

Me mordí el labio y asintieron dudosos por mi respuesta.

Una Ecuación Peligrosa©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora