Capitulo Treinta y Uno

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-Quítate- ordenó una voz a pocos centímetros de mi. Intenté abrir los ojos pero un fuerte golpe me hizo cerrarlos.

Logré separar mis párpados después de algunos segundos, ya no me encontraba en la cama, estaba bastante lejos y en el suelo. Vi que los dos hombres tomaron a Cael de los brazos y piernas, lo levantaron y empezaron a caminar hacia la puerta.

-¿¡Adónde se lo llevan!?- grité, parándome del suelo.

El que cargaba sus pies lo dejó caer y se giró con mala cara. No pensaba retroceder, seguí avanzando y sacó una navaja de su bolsillo y la lanzó con una perfecta puntería; la hoja de metal se incrustó en mi muslo izquierdo, tirándome al suelo.

Se escucharon dos gritos o al menos sólo dos percibí. El mío por el punzante dolor que me había causado y el de Cael para que no me hicieran nada. Claro que ya era demasiado tarde. De la herida brotaba mucha sangre, la zona alrededor se había tornado ligeramente rosa. Y yo no sabía ni qué hacer.

Tomé el mango de la navaja y empecé a tirar causándome mucho más dolor. Al principio por más que halara la navaja no se movía. Cuando logré aflojarla un poco, el dolor se intensificó considerablemente. Así que se me ocurrió sacar el cuchillo de un solo tirón. Por más que apreté los dientes de lo más profundo de mi garganta salió un grito desgarrador.

Dejé a un lado el arma y empecé a hacer presión en la herida.

-¡Lesya!- escuché unos metros de mi, giré el cuello y vi a Cael golpeando el vidrio.

-¡No es buen momento!- grité en respuesta.

-¿Cómo está?- preguntó.

-Hay mucha sangre, me estoy mareando.

-¡Un torniquete! ¡Hazte un torniquete con las sabanas!- propuso, ya desesperado.

Como no se te ocurrió antes.

Me arrastré con una mano mientras la otra presiona la herida. La cama sólo contaba con un protector para el colchón, tiré con fuerza un par de veces hasta que cedió.

Me arrastré de regreso en busca de la navaja, cuando logré conseguirla corté un pedazo de la tela suficientemente largo para realizar el torniquete.

Envolví mi muslo con la tela e hice el nudo en el aire. Sin tomarme el tiempo a pensarlo demasiado, tiré de ambos extremos causándome un dolor casi insoportable.

-La vista se me está nublando...

-No te duermas, abre los ojos- ordenó alarmado, parpadeé un par de veces y sacudí mi cabeza tratando de no dormirme, pero con cada segundos se vuelve más difícil- ¡Lesya, mírame!

-Te estoy viendo- balbuceé inclinando mi cabeza hacia atrás.

-¿Cuál es mi nombre?

-Cael, Cael Silva- respondí cerrando los ojos.

-¡No Lesya!- me gritó obligándome a abrir los ojos otra vez- ¡Los ojos abiertos!

Dejé caer mis párpados finalmente. Sumiéndome en la oscuridad.

[...]

-Despierta.. Lesya despierta..

-¿Qué? ¿Dónde estoy?

-En la playa.

Miré a mi alrededor y todo empezó a iluminarse, las hermosas playas de Dubai se revelan ante mis ojos.

-¿Quién eres? ¿Qué hago aquí?

La voz que me hablaba era profunda y escalofriante.

-¿Recuerdas el accidente con el tiburón?

En la playa, en lo más hondo, se veía claramente una familia. Un señor, una señora y una niña.

A pocos metros de ellos se veía una aleta, la niña sentía que había algo raro en el agua pero no dijo nada.

Una ola la arrastró lejos y cuando quiso regresar, el tiburón ya tenía su pie entre sus fauces.

Abrí los ojos encontrándome en una habitación blanca. Un hospital.

-¿Cómo te sientes?- preguntaron a mi derecha. Giré dudosa. Mi vista estaba un poco borrosa.

Detrás de él se abrió la puerta y dos oficiales, detectives. Mostraron sus placas y se presentaron. Belarion los detuvo a pocos centímetros de mi, les susurró algo.

-... Necesitamos hacerles unas preguntas- logré escuchar del hombre, la mujer susurró algo y Belarion giró hacia mi.

Me miró con advertencia, la detective lo tomó del brazo y lo guía hacia afuera. El detective, tomó asiento en una silla a pocos centímetros de la camilla. Sacó una pequeña libreta con un lapicero. Al ver bien su rostro lo reconocí como el mismo policía que me había encontrado cuando Cael estuvo apunto de asesinarme.

-¿Lesya Petrov?- inquirió, me limité a asentir. Busqué a Cael por la habitación pero no está- ¿Recuerdas algo de lo que ocurrió?

-No estoy segura...- balbuceé acomodando la cánula en mi nariz- ¿Dónde me encontraron?

-En el muelle, a las afueras de la ciudad- respondió, inclinándose ligeramente hacia adelante- ¿Quién es el hombre que te acompañaba? ¿algún tío o abuelo?

-Amigo, de la infancia- pasé saliva- ¿No encontraron a un chico conmigo?

-¿Cael Silva?- preguntó directo y asentí- Sigue desaparecido, ¿lo conoces?

-Si- respondí.

-¿Algo que tengan en común, un amigo, padrino?

-Además de Belarion.. Ambos somos médium- solté.

-¿Tienes idea de quién pudo haber querido hacerles daño?- preguntó.

Busqué con la mirada a Belarion y me incliné hacia el detective.

-Él también es médium- susurré cerca del oído del hombre.

-Entiendo...- susurró y se levantó de la silla- ¿Nos vemos luego?- preguntó, poniéndose de pie.

Lo tomo de la muñeca obligándolo a inclinarse hacia mi.

-Necesito protección para mi y Cael cuando lo encuentren. Sé de qué es capaz.

-Estaré afuera.

Mentiría si dijera que no estaba aterrada, no sabía en quién confiar realmente. El detective me transmitía seguridad, era un desconocido pero si fuera malo lo hubiera sentido. Esperé unos segundos a solas hasta que Belarion entró a la habitación seguido de la detective. La mujer se aseguró de que todo estuviera bien y luego salió.

-Más te vale que no hayas dicho nada comprometedor para mi- gruñó y se sentó en la silla que hace unos minutos ocupaba el detective.

-¿Dónde dejaste a Cael?

-No lo dejaré libre aun. En unos días te darán de alta y volverás a la universidad como si nada hubiera pasado- dijo- ¿Entendido?

-De acuerdo.

Una Ecuación Peligrosa©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora