Capitulo Cuarenta y Cinco

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—¿Quién eres?

—Puedes llamarme Phantos— respondió. Inmediatamente reconocí su voz y ese rostro— Aunque ya nos habíamos conocido en el muelle, ¿lo recuerdas?

—Cómo olvidarlo...

—Iré directo al grano— dijo— Eres un demonio y lo sabes, pero te estás volviendo débil. Tienes que recuperar tu fuerza, yo te ayudaré. Te queda todo lo que resta de la noche para despedirte de tus seres queridos, mañana a primera hora búscame en el muelle.

—¿Y qué pasaría en caso de que me rehusara a aceptar?

—Mataré uno por uno a cada ser que se relacione contigo de alguna u otra manera hasta que no tengas una razón para seguir viviendo. Y empezaré por el detective.

—Si no acepto matarás a todas las personas que me importan, si lo hago, tengo que alejarme de ellas. No me das muchas opciones.

—Así es este negocio.

—Nunca pedí entrar— mascullé dándome la vuelta.

—Tienes hasta mañana a primera hora, Lesya— lo escuché decir antes de empezar a caminar.

—¿Qué pasó?— me preguntó Christopher al volver.

—Nada de lo que debas preocuparte— dije abrazándolo de nuevo— Si hoy fuera el último día de tu vida, ¿qué te gustaría hacer?

—Podría hacerme un tatuaje— respondió no muy seguro. Lo pensé unos segundos.

—Hagámoslo— solté y bajó la mirada hacia mi con el entrecejo hundido— ¿Por qué no?

—Hoy no es el íntimo día de mi vida.

Pero podría ser el mío.

—¿Y qué? No es como si el día previo a tu muerte fuera a llegarte un mensaje para decirte que morirás— dije con obviedad. Río.

—De acuerdo.

Nos dirigimos hacia el auto agarrados de la mano. Esta noche estaba dispuesta a vivirla al máximo con Christopher; aunque él no lo supiera. Por la hora sólo conseguimos un lugar para hacernos los tatuajes, en el camino me tomé la libertad de pensarlo y creo que ya tomé la decisión.

Cuando entramos estaba el tatuador con un señor un poco mayor, estaba terminando un hermoso tigre de bengala en el brazo izquierdo del señor.

—¿En qué puedo ayudarles?— nos preguntó el hombre limpiando la piel del señor.

Me acerqué a él y le susurré en el oído lo que quería. Christopher todavía no estaba muy seguro sobre hacerse un tatuaje y no planeaba presionarlo, la que iba a abandonar su vida era yo después de todo. El señor con el tigre en el brazo se levantó y se despidió del hombre antes de irse.

—Toma asiento, cariño— pidió el hombre poniéndose de pie.

Se dirigió hacia la parte posterior del mostrador desapareciendo por algunos segundos. Cuando volvió le dijo a Christopher cuanto sería el costo y este pagó en efectivo. Después le devolvería el dinero. El hombre tomó mi mano acomodándola como le pareciera más cómodo. Estaba extremadamente nerviosa. Ni siquiera podía ver la máquina, ladeé la cabeza hacia Christopher y sujeté su mano con fuerza, cerrando mis ojos.

—Por favor, no lo veas Christopher— pedí. Quería que fuera una sorpresa.

El hombre duró cerca de unos diez minutos haciéndome ese pequeño tatuaje, diez minutos de los cuales cinco no sentí nada. Como mantuve los ojos cerrados todo el tiempo no sabría decir qué ocurrió durante los cinco minutos que no sentí nada. Me levanté de la silla con una sonrisa en el rostro, Christopher agarró mi mano para poder ver el tatuaje pero lo detuve.

—¿Te harás un tatuaje?— pregunté— No estás obligado a hacerlo sino quieres.

—No estoy completamente convencido.

—Y espero que este tatuaje no te haga cambiar de opinión.

—Está bien— soltó.

Fue entonces cuando lo dejé ver mi mano.

Su rostro cambió drásticamente de seriedad a sorpresa, reí por el cambio tan repentino y me puse de puntillas para darle un beso en la mejilla

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Su rostro cambió drásticamente de seriedad a sorpresa, reí por el cambio tan repentino y me puse de puntillas para darle un beso en la mejilla.

—Pareja de tortolitos, si pudieran llevar esta escena a afuera— intervino el hombre tatuador— Tengo que cerrar.

Salí de la tienda arrastrando a Christopher por una brazo. Parecía muy incrédulo al respecto, lo que me causaba gracia.

—¿Por qué?— preguntó sentándose en el capó de su auto, sonreí ampliamente y lo besé.

Inmediatamente me respondió tirando de mis caderas para acercarme. El beso fue profundizando, mordí su labio inferior antes de separarme y besé su cuello seguidamente.

—¿Una C? C de Christopher— susurré con diversión en su oído.

Me alejé y volvimos a besarnos apasionadamente.

¿De verdad tenía que decirle adiós?

Una Ecuación Peligrosa©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora