Capitulo Treinta

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No tenía consciencia de cuánto tiempo llevábamos encerrados ya. Me desperté hace como media hora y no tenía idea de cuánto había dormido. Sentía mucha hambre y no sabía que hacer aparte de dar vueltas en la cama de un lado al otro.

Decidí ponerme de pie y caminar por la habitación de un lado al otro, intentando distraer el hambre. Cael ya no se encontraba parado frente a la ventana que conecta con mi habitación, pero no me interesaba ir a ver cómo estaba.

Cuando desperté noté que ya no estaba tan sensible. Empezaba aparecerme a la Lesya antes de que toda mi vida se volviera mierda. Ni tan sensible ni tan corazón de hielo. Por mi mente no dejaba de pasearse la idea de que yo podía ser en realidad algo más que una simple médium. De no ser así, Belarion, no tendría tanto interés en mi. Más bien nosotros.

Cuando no sabía nada respecto a esto, era una buena persona, así me consideraba. Tenía amigos, buenas calificaciones, era un poco traviesa, pero no me gustaban las discusiones o peleas. Tenía un novio. Pero de repente todo se fue a la basura. Tuve episodios se sensibilidad y dependencia extrema hacia Cael durante unos días y ahora no lo quería cerca. Tal vez porque sabía que no estamos hechos el uno para el otro —independientemente de lo que pudo haber pasado en nuestras vidas anteriores—  y conociéndome, puedo enamorarme tan fácil como es sólo decirlo. En este punto sólo quería aprender a que todo deje de afectarme tanto, deshacerme de ese lado humano que no me servía para nada.Todo el mal que supuestamente llevo dentro de mi, empieza a hacerse notar; mientras dormía estaba soñando con una vida completamente diferente a la que llevo o llevaba.

—Tu lado malo está empezando a florecer— anunció Cael, sacándome de mi pensamientos. Me volví hacia él.

—¿Qué puedes saber tú de eso?— cuestioné, parándome justo frente a él.

Alzó ambas cejas en respuesta y rodé los ojos. Escuché la puerta crujir pero no me molesté en mirar, sabía perfectamente de quién se trataba. En lugar de eso, sostuve la mirada en los ojos de Cael.

—Veo que la separación lo está afectando— comentó con cierta gracia, refiriéndose a Cael. ¿Por qué se supone que a él le está afectando?

Decidí encarar a Belarion, cruzándome de brazos. Tenía una mano tras la espalda, mientras con la otra desajustaba el nudo de su corbata.

—¿Qué tienes tras la espalda?— pregunté, acercándome a él.

Rió amargamente produciéndome una fuerte sensación de asco. Con sus ojos me señala la ventana y volteó en esa dirección.

Los dos hombres estaban dentro de la habitación, sujetando a Cael por ambos brazos mientras me veían los tres expectantes.

—¿Qué van a hacerle?— pregunté, mirando a Belarion ahora.

—Nada que te duela, después de todo no te importa ¿o si?— dijo. La situación se le hacía claramente divertida. Me moví hacia el cristal, mirando la escena con preocupación— Él es solo un estorbo para ti.

Cael me dirigió una última mirada firme, como si no le importara lo que iba a pasar a continuación. Uno de los hombres lo sujetó por atrás mientras el otro se ubicaba delante de él. En ese momento el vidrio cambió su textura volviéndose completamente oscuro, de manera que ya no pudiera seguir viéndolo.

—¿Qué haces?— cuestioné. Él no respondió.

Suponía que debían estar golpeándolo y yo podía hacer nada para detenerlos. Sin embargo, se supone que debería estar feliz por eso, una parte de mi se sentía bien imaginándose lo mucho que ha de estar sufriendo. Pero había otra pequeña parte que se sentía culpable. Y sabía que esa pequeña era la que debía escuchar, eso era lo correcto. No podía permitir que me convirtieran en un monstruo.

—Él ha sufrido mucho por mi. No merece eso.

—No tengo dudas al respecto, pero ese no es un tema que quiera discutir.

—¿Entonces sólo viniste para disfrutar de mi vulnerabilidad ante la golpiza que probablemente le están dando?— cuestioné, enojada.

—De hecho, vine para explicarte de qué se trata todo esto— corrigió, señalándome y luego a la ventana por la cual aún no podía ver nada— Individualmente ambos nacieron con el mismo don, cada uno acompañado de ciertas habilidades. Cael logró volverlas específicas y desarrollarlas en su totalidad, mientras tú las desconoces por completo. Cuando hablo de ambos como uno solo, tú estás en completa desventaja. Él, entre otras cosas, es capaz de sentir tus emociones, cuando estás sola, triste, feliz, incluso tus momentos más íntimos, nació con eso— hizo una pequeña pausa y suspiró— Tú se supone que deberías sentir cuando está en peligro o alguien quiere dañarlo, en casa de que muriera tú deberías sentirlo. Todo esto se debe a las decisiones tomadas desde 1748.

—¿Qué tiene que ver todo eso con la golpiza?

—¿De dónde sacas que lo están golpeando?— preguntó. Miré hacia la ventana. No lo sabía— ¿Puedes sentir si está en peligro?

—No— respondí inquieta. Sequé el sudor de mis manos y pasé saliva con dificultad— Déjame verlo.

—No lo harás hasta que logres sentirlo— dijo con tensión en su mandíbula. Escuché un golpe seco y caí en la desesperación.

—¡Si, si puedo sentirlo!— exclamé.

—No es cierto— dijo y era completamente cierto.

Sabía perfectamente que estaba en peligro pero no podía sentirlo.

Cerré mis ojos con fuerza intentando ver a Cael en la otra habitación. Me imaginaba qué podrían estar haciéndole en este momento, pero nada concreto venía a mi mente. Entonces sentí una punzada en mi pecho. Abrí los ojos y me acerqué a la pared donde se encontraba la ventana, sintiendo otra punzada.

—Ya puedo sentirlo— murmuré— ¡Está por quedarse inconsciente, sácalo de ahí!

El vidrio volvió a su estado natural y rápidamente me asomé en busca de un Cael todo golpeado. Para mi sorpresa en la habitación no había nadie.

—¿Dónde está?— cuestioné enojada.

—No me agradezcas— dijo, saliendo de la habitación.

La puerta se abrió de nuevo, dejando ver a los dos hombres sosteniendo a Cael de la camisa. Lo empujaron dentro y se fueron sin decir nada. Me moví rápidamente hasta él, llevándolo a la cama

—Cael— susurré y acaricié su golpeado rostro.

—No estuvo tan mal— murmuró con un tono apenas audible. Su ceño se frunció ligeramente.

—Seguro que no— dije, suspirando.

Una Ecuación Peligrosa©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora