Capitulo Cuarenta y Tres

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Después del encuentro en el muelle decidí aceptar la propuesta de Christopher y me mudé con él a su casa. Algo me decía que las buenas cosas estaban por acabarse y tenía que aprovecharlas. Sólo por eso sentí que no debía decepcionarlo así que conseguí cambiarme de universidad para continuar con mis estudios que, por suerte, mis padres seguían financiando de alguna manera.

Al cabo de un mes ya me había acostumbrado a la nueva rutina de entre semana: despertar temprano, hacer el desayuno, comíamos, él me dejaba en la universidad y pasaba por mi para el almuerzo, me dejaba en su casa y yo me quedaba ahí hasta que él volviera del trabajo para cenar juntos. Los fines de semanas íbamos al parque o sólo veíamos películas hasta quedarnos dormidos.

Nunca me hubiera imaginado que vivir con un hombre diez años mayor pudiera ser divertido.

—Hola Lesya— me saludó alguien a mis espaldas. Me di la vuelta.

—Hola Nathan— le regresé el saludo mirando al frente de nuevo.

Nathan era uno de mis compañeros en la clase de matemática. Mi único amigo hasta ahora para ser honesta. Y así lo prefería. Ya había arruinado suficientes amistades en poco tiempo y no quería arriesgarme a repetir la historia.

—Oye, habrá una fiesta en la playa mañana en la noche. Me preguntaba si te gustaría ir conmigo y unos amigos— dijo y ladeé la cabeza hacia él— Puedes llevar a alguna amiga o no sé, si quieres.

—De acuerdo— acepté con una sonrisa. A lo lejos vi el auto de Christopher entrando al estacionamiento— Gracias por la invitación.

—Puedo llevarte a tu casa si quieres— se ofreció y reí levemente.

—Nos vemos— dije dándole un beso en la mejilla. El auto se estacionó justo frente a nosotros y me subí al puesto del copiloto.

—Hola.

—¿Quién es?— preguntó.

—Nathan— respondí sin darle mucha importancia. Puso el auto en marcha— ¿Tienes planes para mañana en la noche?

—Hasta ahora no, ¿por qué?

—Habrá una fiesta en la playa, acaban de invitarme y puedo llevar a una persona.

—¿Estás segura de que quieres ir conmigo?— preguntó con la mirada en la carretera y el ceño fruncido.

—Por supuesto, ¿no quieres ir?

—Pensé que preferirías ir con alguna amiga.

—No tengo amigas Christopher, y lo sabes— dije volviéndome hacia la ventana. Suspiré silenciosamente.

—Tengo algunas cosas que comprar, ¿quieres acompañarme?— cambió de tema. No respondí— ¿Eso es un si o un no?

—Es un si— respondí con cansancio.

Sabía que probablemente Chris estaba pensando que estaba molesta con él, pero no era así. Sólo que pensar en mis amigas me deprimirá. Las extrañaba. Posó su mano en mi rodilla y recargué mi mano sobre la suya.

Al cabo de unos minutos después llegamos a un supermercado. Nos bajamos del auto y Christopher agarró un carrito antes de entrar, para meter lo que sea que vaya a comprar. Caminaba a su lado mientras él escogía los alimentos que quería.

—¿Podrías buscar una crema para dolores musculares?— me pidió Chris y asentí distraída— Nos vemos en la caja.

—Está bien— balbuceé. Me alejé de él saliendo del área de frutas y vegetales para dirigirme hacia la farmacia— Disculpe, señora. ¿Dónde puedo conseguir una crema para dolores musculares?

—Sígame— dijo la señora mayor con una sonrisa.

Nos adentramos en uno de los pasillos a la derecha y se detuvo frente a uno de los muchos estantes. Agarró una en particular y me la entregó.

—Esta es la mejor. Yo misma la uso.

—Gracias— dije. La señora me sonrió y se alejó de mi.

Unos metros más adelante vi a Christopher haciendo una cola para pagar, me dirigí hacia él.

—Aquí está— le dije, entregándole la crema en sus manos.

—Gracias.

Me dio un pequeño beso en la cabeza. Al salir Christopher subió las bolsas al baúl, saqué las llaves del auto de su bolsillo posterior y me subí al puesto del piloto para encenderlo. Después de dos o tres minutos se sube al puesto del copiloto.

—¿Qué haces?— pregunté.

—Tienes licencia ¿o no?

—Si, pero no sé a dónde vamos ahora.

—No veo cuál es el problema, yo te guío— dijo poniéndose el cinturón de seguridad.

—Te advierto que hace meses que no manejo— le dije colocándome el cinturón de seguridad.

—Tranquila. Yo te diré qué hacer.

Y así lo hizo, cuando menos lo esperé ya había salido del estacionamiento siguiendo las indicaciones de Chris.

—¿Puedo saber a donde vamos?

—Cruzando a la derecha lo sabrás— respondió.

Una larga calle con casas de lado y lado se abrió paso frente a nosotros. Fruncí el ceño. Anduve algunos metros hasta que me indicó que parara frente a una casa a la izquierda. Se bajó del auto y se dirigió hacia dicha casa con las manos en los bolsillos de su chaqueta, antes de que pudiera llegar a la puerta un pequeño niño salió corriendo del interior de la casa; Christopher se agachó estrechándolo en sus brazos para posteriormente cargarlo con una gran sonrisa mientras le daba besos en la cabeza y frente.

Segundos después una mujer mayor salió de la casa con un bastón y una gran sonrisa en el rostro. Cuando Chris se percató de su presencia su sonrisa se amplió aún más y se acercó para abrazarla. Ha de ser su mamá. Ay por Dios me trajo a conocer a su mamá. Y ahora, por ultimo, un hombre rubio con ojos claros apareció junto a ellos saludando con un abrazo a mi novio.

De repente Christopher señaló el auto, es decir, hacia mi, diciendo algo. Tanto el hombre rubio y la señora que dio por su madre lo abrazaron y, entonces, se volvió hacia mi caminando en mi dirección con el niño entre sus brazos. Se paró junto a la puerta y la abrió.

—Ay por favor, Christopher, no me digas que es tuyo— fue lo primero que salió de mis labios cuando lo tuve frente a mi. Largó una carcajada.

—No, es mi sobrino. Carlos— dijo con una sonrisa— Ven, quiero que conozcas a alguien.

—Nombre latino— comenté apagando el motor.

—La esposa de mi hermano es latina— explicó. Dejó al pequeño Carlos en el suelo y este corrió hacia el hombre rubio— Acompáñame.

Tomó mi mano entrelazando sus dedos con los míos mientras nos dirigíamos hacia los dos adultos. Sonreí levemente y saludé con la mano cuando los tuve frente a mi.

—Lesya, ella es Meredith. Mi madre— presentó Christopher. Estreché mi mano con la de su madre.

—Es un placer.

—El placer es mío hermosa— dijo la señora.

—Ahora Lesya, él es mi hermano Nick.

—Hola— lo saludé estrechando su mano libre. Carlos estiró su mano hacia mi y también la estreché— Me llamo Lesya.

—Eso he oído— habló completamente seguro. Internamente estaba sonriendo de oreja a oreja dando brincos de felicidad.

—Yo te ayudo a bajar las cosas— le dije a Christopher cuando estaba por irse.

—No te preocupes, Lesya. Yo lo hago— intervino Nick y asentí con una sonrisa.

—Entremos— me dijo la mamá de Christopher enlazando su brazo con el mío. Carlos se bajó de los brazos de su padre y empezó a caminar a nuestro lado.

Una Ecuación Peligrosa©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora