Capítulo 20

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Regreso a mi vecindario; no permito que Jackson me lleve; Gustavo puede estar


mirando y necesito tener todo en orden. Sigo siendo egoista en pensar solo en Jackson. Subo las escaleras con poco animo. Jalo mi cuerpo con ayuda del barandal. Doy un par del golpes en la puerta. Bruce me abre y con esos ojos cristalinos y las manos temblorosas, me abraza. Es


extraño sentirlo con un abrazo. Pero en verdad lo necesito. El esfuerza en no demostrar que llora, pero siento como su pecho se contrae al esforzarse por no gritar, por no dejar salir el llanto, que se que antes de llegar, dejaba salir. Sé que ha llorado, tanto como yo lo he hecho.

Lo dejo en el sillón mirando su reflejo en la televisión que permanece apagada. Para el también fue duro. Vio el asesinato del que puedo llegar a ser uno de sus mejores amigos. Se brindaron amistad desde el primer momento de su charla. Verlo en el suelo con un tiro en la cabeza, nos apuñalo a ambos.

Me quedo bajo el agua mirando el suelo. Me llevo las manos en la cara para tallarme los ojos que cada vez que parpadeo, siento que algo me los desgarra. El agua caliente quema mi piel. El vapor no me deja respirar, tal como el ardor en mi pecho. Mis manos están congeladas aun con el agua caliente corriendo por ellas.

Me recuesto en mi cama; recargo mi mejilla derecha en la almohada. Aun que duele la herida que tengo en el labio, tambien la herida de bala me punza, como si todos los pequeños rasguños ahora son heridas mortales.
Intento cerrar los ojos. Pero no puedo hacerlo. El rostro de Elías me mira cada vez que lo hago. Me giro para mirar el techo y quedarme así hasta sentir cansancio. Pero no puedo; eh dejado de recordar el momento de su muerte. Pero aun siento el vacio en mi alma, el cual no me permite descansar. Mi pecho se comprime. Mis parpados están tibios de tanto llorar. Mi garganta me duele de tanto aguantarme los gritos. Pero


mis ojos se cansaron de derramar lágrimas. Ya hasta mis mejillas me arden de lo


mucho que se humedecieron. No podre dar la cara mañana. No volveré a pisar el


consultorio de Javier. No con el sentimiento de culpa que abarca mi mente. Detesto el momento en el que cruce la puerta del orfanato. Sintiéndome libre y pensando que iniciaría de cero. Cuando en realidad estaba caminando a mi destrucción. Cuando en realidad estaba a punto de provocar la muerte de tantos. Aborrezco el día en que creí que la vida era buena. Pero lo que más detesto de esta mierda de vida, es haberme topado con Gustavo.


Odio que haya muerto Elías, cuando yo tuve que haber recibido la bala en la cabeza.

Para la mañana siguiente yo sigo sin poder dormir. Mi cabeza está a punto de


estallarme. No puedo mover mi cuerpo sin sentir que pesa toneladas. Mis hombros están fríos ya que ninguna manta los cubrió en toda la noche. Mis ojos piden a gritos un descanso. Me incorporo un poco y me siento en la cama con mucho esfuerzo. Como si la cabeza estuviera hueca y pesara diez kilos.
Veo por la ventana, no ha de ser más de las siete. Camino al baño, puedo notar que Bruce tampoco ha dormido. Recostado en el sillón sacude el pie de arriba abajo.

-No has dormido-. Me acerco y me siento en el sillón de alado.


-no podría, la culpa me consume-. Dice cerrando los ojos.


-Pero si tú no provocaste su muerte, yo lo descuide y...


-pude evitar su muerte-. Frunzo el ceño, el traga saliva y mira al techo. -si hubiera


corrido más rápido para llegar y dispárale a Gustavo, pero no pude llegar a ese


árbol tan rápido...perdóname.

La hija de un asesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora