Capítulo 8: Atrapados en el ascensor

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Los días siguientes, Mariana visito a Dylan bastante seguido en su empresa. Con su sonrisa brillante y de niña buena confundía a todos, pero él hacia lo posible para evitarla y no verla.

― ¡Ahí viene, ahí viene! ― aparece Víctor corriendo por el pasillo.

― ¡Maldición! Se me agotan las opciones ― Dylan dice y luego pregunta ― ¿Hoy no hay reuniones pendientes?

― No, no las hay.

― Tengo que estar ocupado en algo ― se da cuenta ― ¡Las planillas!

― No, las revisaste esta mañana.

― ¿Y no las puedo revisar otra vez? ― y lo dice decepcionado.

― Las revisaste cinco veces ― Víctor levanta una ceja.

― ¿Y ahora qué hago?

― No sé ― se rasca la cabeza.

― ¡Hola! ― Mariana aparece con una sonrisa.

― Estoy ocupado ― Dylan dice.

― ¿En qué? ― ella hace puchero.

― En...

― Lo sabía, estas mintiendo ― lo mira enojada y luego sonríe ― mira lo que te traje, Cindy ven ― señalando a la sirvienta que estaba detrás con un cachorro.

― ¡¿Un perro?! ― Dylan queda desconcertado.

Víctor se ríe y tapa su boca.

― ¡Sí! Los animales traen felicidad a las personas y como jure que serias feliz ¿Qué mejor forma de hacerlo que con una mascota? ― ella le explica.

― Pero a ti no te gustan los animales, dices que traen gérmenes, no te entiendo ― le contesta confundido.

― ¡Ah! No sé ― mira a Cindy ― entonces ¿debí haber traído un pastel?

La amiga hace un gesto de tampoco saber.

― ¡¿Pero qué decís?! ¡¿Vos?! ¡¿Cocinando?! ― Dylan pregunta.

― Me salen ricos los de chocolate ― ella sonríe y luego duda ― el de vainilla no tanto ― se hace un silencio y agarra al cachorro ― ¿Qué vas a hacer? ¿Quieres a esta adorable pelusita?

Dylan mira al perrito y lo sostiene.

― Bien, me lo quedare ― lo dice sonrojado y luego piensa ― << No se puede evitar, es adorable >> ― continua ― pero...

― ¿Pero?

― No puede estar aquí en la oficina.

― ¡Ah! Lo siento ¿Qué debería hacer? ― ella preocupada pregunta.

― No hay problema, Víctor, tu, encárgate ― y se lo da a su amigo.

― ¿Y no le vas a poner un nombre? ― Víctor pregunta sin poder dejar de reírse.

― Dije que te encargaras ― frunce el ceño.

― ¡A la orden! Me voy para tu casa, ya vuelvo ― levantando su mano como si fuera del ejército.

― ¡¿Y?! ¿No te ibas?!

― ¡Es que no puedo aguantar la risa!

Dylan lo mira con cansancio.

Reencarna solamente una vez (sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora