Recaer para no caer

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Cuando regresé a mi casa, después de haber esperado dos horas en la escalera de su departamento, con la esperanza que alguien llegara a buscar algo o cualquier otro motivo, para poder averiguar de ella, cansado de esperar y viendo que iba a ser en vano, decidí ir a mi casa. Lleno de culpa y remordimientos, pasé por un supermercado y cargué un canasto con bebidas alcoholicas de todos los tipos y colores. Llegué a mi casa y comencé a emborracharme, necesitaba olvidar, necesitaba no pensar, no existir. Bebì y bebí hasta que la conciencia no me daba mas. Ni siquiera podía levantarme de la cama, y en tres horas estaba completamente ebrio. Había recaído en el alcohol, y como no podía ser de otra manera, ella era el motivo de mi recaída. Aunque estaba alcoholizado al extremo, no podìa reprimir mis pensamientos, y sin siquiera poder hablar, comencé a escuchar el timbre del teléfono. Corrí hacia el, que estaba a unos tres metros, y me caí varias veces, todo daba vueltas, pero yo luchaba por llegar, con la ilusión de que alguien me dijera que aún estaba viva. Atendí y era su amiga, la que yo había enviado al departamento. Cuando la oí empecé a llorar y entre balbuceos le conté, del modo que un ebrio puede contarlo, que no había llegado para salvarla, que se había muerto por mi culpa. Pero su amiga, me dijo: "no se murió, está internada, y aunque está mal no se va a morir". Me tumbé sobre el piso y dejé el teléfono descolgado, no tengo memoria de lo que sucedió después, me desmayé. Había bebido demasiado, nunca antes había ingerido tanto alcohol, pude haber muerto solo en mi casa, sin que nadie lo notara. Solo ella hubiese venido a rescatarme de haberla podido llamar, pero ella tampoco estaba para ayudarme, y así en la soledad que casi siempre acompaña a los ebrios, recordé los cuidados de mi ex cuñada, y todo lo que había peleado para sacarme del alcohol. Recordé a mi madre y la recordé a ella. Habian pasado doce horas, y en mi trabajo nadie sabía de mi. Llamé para avisar que no iría a trabajar y me tiré en la cama. Me sentía muy mal, pero al menos sabía que mi pequeña aún vivía. Si hubiese muerto, yo hubiese muerto con ella. Por culpa, por remordimiento y por mi estupidez. Era tan joven y hermosa, tan sensual y angelical, como pude hacerle eso? Como pude?. La culpa me carcomía, y aunque apenas podía ponerme en pié, comencé a pensar en ir a verla. Llamé a su amiga, y después de agradecerle y pedirle disculpas, le pregunté dónde estaba internada. Su amiga, buena persona, me dio todos los datos y comencé a pensar en ir a verla, para confirmar con mis propios ojos que aún vivía. El horario de visitas era a las 16 hs, me bañé para quitarme el olor a alcohol, me vestí como lo hacía para ir a su encuentro, y partí hacia la clínica. Obviamente la mejor clínica que su padre buscó para curarla, la mejor, la mas costosa y la mas respetable. Los mejores especialistas la atenderían y de ellos dependería su vida. Llegué a la puerta de la clínica, pero no entré. Tuve mucho miedo. Me paralicé y me sentí un hijo de puta. Caminè unas cuadras, y en un bar cercano, bebí un poco de alcohol, una lata de cerveza. Volví a la puerta de la clínica, y quizá por el efecto del alcohol en mi cuerpo, tuve valor para entrar. Pregunté en que habitación estaba y la recepcionista me dio todos los datos. Iba a verla, iba a confirmar con mis propios ojos que mi pequeña no había muerto.

Me dicen AlejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora