Fiesta

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Cuando la pequeña terminó el secundario, fue una fiesta. Su familia y sus amigos la abrazaban y la felicitaban, y yo que escondido entre la multitud solo podía aplaudirla al recibir su diploma, una vez mas, me obligaba a verla de lejos. Por qué estuve ahi? porque quería confirmar que estaba creciendo, que los años pasaban y que dejaría de ser una niña para convertirse en una mujer accesible legalmente para mi. Pero que era lo que buscaba? si ya ella me había entregado todo. Qué buscaba confirmar? que no era un pervertido? esa maldita culpa que jamás me abandonaba y me recordaba a cada momento mi error. La autopersecusiòn a la cual me sometì, por desearla y hacerle el amor. Me sentìa señalado y juzgado aún por aquellos que me querían. No podìa hallar tranquilidad, al punto de sentirme desquiciado. Ese día, la pequeña no se enteró que yo estaba mirándola, y secretamente me retirè de ese recinto para dirigirme a la casa de mis amigos. Por el camino, encontrè un bar en el cual solía emborracharme perdidamente, y sin pensarlo entrè y me acomodé en una mesa como hacía algunos años. Estando ahí sentí la necesidad de ahogarme en litros y litros de alcohol, desaparecer, perder la conciencia y morirme de una vez. Llamé al mozo, y pedí que me trajera una botella de wisky. Con hielo y soledad, estaba dispuesto a perder la conciencia y morir para no pensar aunque mas no fuera unas horas. Me dolía, me dolía profundamente que la pequeña se me niegue, no por ella, sinó por el entorno. Me la negaban y yo que sabía que no podía amarla, quería poseerla. Ese sentimiento me creaba una culpa terrible, un remordimiento fatal que me conducía a evadirme en alcohol o en los brazos de alguna mujer extraña y fácil que la reemplazara. Ese día fue especial para ella, y sin embargo no pude abrazarla. Me dolía. Y en lo peor de mis pensamientos y recriminaciones a mi mismo, empecé a servir el wisky. Llenè el vaso hasta el tope, y lo tomè entre mis manos. Lo mirè y lo acerquè a mis labios. Pero no bebí. No quise quedar tirado por ahí, pateticamente cobarde atontado por los vasos. Me puse de piè, y llevando la botella conmigo salí del bar. Tal vez la idea de no beberla no había sido buena, asi que la conservè conmigo como buscando una segunda oportunidad de replantearme la posibilidad de morir emborrachándome.Subí a mi auto, y emprendí el rumbo hacia mi casa. Llegué, detuve el auto, puse música y me quedé en su interior recostado en el asiento. La botella descansaba aùn intacta en el asiento del acompañante, y yo dormitaba entre la depresiòn y el sueño. No se en que momento me dormí, y cuando desperté habían pasado cuatro horas. Finalmente había conseguido dormir, y si bien la luz del sol poniente me daba en la cara, no tuve pesadillas y dormí placidamente aunque no muy cómodo. Tomè la botella de wisky y bajè del auto, en silencio, inmerso en mis pensamientos me dispuse a abrir la puerta de mi casa. Un abrazo pequeño me tomò por la espalda, y me quitò la botella de wisky. Arrojada en la basura quedó la idea de emborracharme con alcohol, porque ella había llegado para quedarse,para emborracharme con su cuerpo pequeño, y para que los aplausos escondidos pudieran oirse transformados en besos. Me emborraché con su belleza, con su suavidad, que me poseía y me dominaba. Embriagado en su aroma, lejos de botellas y bares, me hizo perder la conciencia, para matarme una horas sin pensar. Había cambiado la adicción pero no las consecuencias. Una vez mas había logrado anesteciar el dolor.


Me dicen AlejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora