Siete años después

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Ella me apartaba del mundo. Solìa caminar por la calle, pensando si habría comido o no, o miraba a otras chicas y pensaba: que formas tendría C. si comiera, sin dudas se vería saludable y mucho mas bella. Varias veces creí encontrarla en la mirada vivaz de otras mujeres, en otras pieles saludables, en otros cuerpos rollizos y rozagantes. Pero la realidad era otra, la imagen de su figura esquelética y la queja constante de que no le entraban los jeans o que si había aumentado o bajado doscientos gramos me agotaba, me alejaba y me dejaba desanimado. La miraba y la miraba, la recorría despierta, dormida, vestida, desnuda, y no lograba entender qué era lo que ella veía de malo en su cuerpo. Vièndose así distorcionada, extremadamente delgada y negándose a comer, me parecía pateticamente constante y decidida. Esa maldita voluntad que permitìa quitarle el hambre, era la misma que me ataba a ella, que no me dejaba ir. Porque era constante y jamàs decaía. Solo algunas veces comía de mi mano, pero jamàs sabré si lo vomitaba luego o tomaba laxantes para eliminarlo. Cuando me hackearon el blog, y cambiaron la mùsica, encontrè esta melodía y hoy veo que fue otra señal que Dios había colocado en mi camino, para instarme a seguir contando. Esta melodía que despues de muchos años vuelvo a escuchar, me lleva a aquellas èpocas donde la pequeña aún estaba saludable. La anorexia aùn no había carcomido sus mùsculos y la bulimia permitìa que su garganta cantara y sus dientes brillaran. Recuerdo que una tarde, donde los dos parecìamos extraídos de una pelicula romàntica, sentados en la mesa de un bar temàtico, ella me declarò su amor eterno. Me dijo que por mí vivirìa o moriría, y aunque yo no la amase igualmente viviría por mi. Siete años despues, todavía recuerdo cómo estaba vestida, como me miraba y el aroma que despedía su cabello brilloso y azabache. Envuelta su figura encantadora en una falda amplia corta de seda negra, sin medias y con botas de piel tipo zorro de color negro, con un pequeño tapadito tambien de piel y una blusa que dejaba ver sus hombros al descubierto, esa hermosa persona angelical, se había enamorado de mi. Y yo que no creìa que fuera cierto e imaginaba que en unos años me cambiarìa por otro, la escuchaba y sonreìa descreyendo sus declaraciones. Recuerdo que entre la gente, y como siempre, ella sobresalía por su belleza, y sin ninguna verguenza, recorriò el bar ante la mirada de los hombres y las mujeres habitues de ese lugar. Caminaba segura y bella, sonriente y enamorada, hacia el piano que en la otra punta del bar descanzaba como esperando que alguien se animara a tocarlo. Quedè atònito cuando sus piernas rodearon la banqueta del piano y sentada ,sonriendo, empezó a girarla como una nena juguetona, pensando qué composición iban a dejar oir esos deditos pequeños, finos y blancos. Mis ojos como siempre no podían dejar de admirarla, y como una interpretaciòn divina, comenzo a tocar el piano para mí. Su mirada no acompañaba a sus dedos, porque estaba miràndome directo a los ojos. Mientras interpretaba, a veces la sonrisa se alejaba, y parecía traspasarme. Pero no dejaba de mirarme. Solía bajar la mirada como recordando que eran sus manos las que tocaban el piano, para volver a mis ojos que encantados con la melodía y la belleza de su imagen, confundían la realidad y el sueño. Al finalizar, la gente la aplaudiò rabiosamente, y ella sonreìa feliz, como augurando un futuro de aprobación de un pùblico que ni siquiera la conocìa. La mùsica que estàn oyendo es la que me dedicò al piano aquella tarde en donde ninguno de los dos presentìamos que la pelìcula romàntica no tendrìa un final feliz. Desde entonces no he vuelto a oírla, así como tampoco he visto a la pequeña sonreir tranquila y de la misma manera. Hace unos dias la encontrè por casualidad buscando alguna melodía para musicalizar este blog. No pude mas que emocionarme y al borde mis làgrimas, que finalmente no brotaron, me recordaron una vez mas, que aquella película de amor habia encontrado un final dramàtico, incoherente y nefasto. Pero igualmente la melodìa me resulta mía, hermosa, eterna, como hubiese sido ella si no hubiese cambiado.

Me dicen AlejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora