9. Primer día

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La noche había sido larga, mi mente no dejaba de repetir algunos sucesos y no ayudaban los ruidos que se colaban por las escaleras. No podía evitar pensar en las posibilidades que tenía de morir esa misma noche, quizá el techo colapsaría sobre mí o probablemente algún animal me atacaría. Entrada la madrugada logré quedarme dormida, esperanzada de poder recompensar mi insomnio.

—¿Vas a dormir todo el día? —escuché la fastidiosa voz de Peter Pan.

No me asusté al escucharlo ya que estaba demasiado cansada como para sobresaltarme, gruñí mientras me acurrucaba con la sábana.

—¿No sabes lo que es privacidad? —dije aún con la voz ronca.

—No te has ganado ese lujo.

Estaba de espaldas pero mi intuición me decía que tenía su estúpida sonrisa arrogante.

—Creí que era una necesidad —respondí en voz baja.

—Hay necesidades que no se pueden satisfacer aquí, créeme —dijo riéndose por lo bajo.

No entendí su comentario pero no estaba de humor para encontrarle la gracia, lo único que quería era que se largara y me dejara dormir un poco más.

—¿Para ti una necesidad es espiar a las personas?

—No necesito espiar a nadie, yo lo sé todo.

Sonreí ante la oportunidad que me había dado para molestarle, un poco resignada al hecho de que ya no podría dormir.

—No sabías quién era yo y tampoco quiénes eran mis padres —puntualicé —, ¿acaso no lo sabías todo?

—No sabía de ti porque no eras tan importante —dijo con indiferencia—, pero ahora estás en Neverland y aquí nada pasa sin que yo lo sepa antes.

Junté mis cejas en una mueca al escucharlo, él había usado mis propias palabras en mi contra.

—Touché —admití a regañadientes—, aunque sigues siendo muy fantasioso respecto a este lugar. No puedes saberlo todo.

—Yo tengo oídos y ojos en toda la isla —dijo recuperando su tono malhumorado.

Me di la vuelta y lo miré de pie, Peter Pan estaba cruzado de brazos mientras parecía querer matarme con la mirada.

—¿Así que entonces es por eso que no hay puertas? —sonreí de lado.

Se encogió de hombros con desdén, desvió la mirada hacia algún punto de la habitación subterránea.

—En realidad, todos tienen puerta excepto tú.

—¿Y por qué soy la excepción? ¿Acaso es para que puedas entrar cuando se te antoje? —alcé una ceja.

—Verás, tengo la esperanza de que una bestia salvaje entre por ahí —dijo señalando mi puerta invisible—, y te trague.

—Tú eres el único animal que ha entrado —me burlé.

Pan rodó los ojos con fastidio, tomó mis botas del suelo y me las arrojó a la cama.

—Sólo muévete —me ordenó de mal humor.

—¿Tan temprano me quieres arruinar el día? —me quejé.

—¿Temprano? —dijo sarcástico—. Ya es mediodía, Clarisse.

—Suenas igual a mi padre —murmuré.

Pan se quedó por un momento descolocado, mirándome con algo que casi pareció sorpresa. Sin embargo, se recuperó con rapidez y negó con la cabeza como si intentara deshacerse de sus pensamientos.

No te pertenezco Peter PanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora