10. La jaula

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Una vez más la hora de la cena había llegado y si seguía comiendo sólo manzanas terminaría muriendo de hambre. O bajaría un par de tallas.

—Debes comer, Clare —insistió Félix.

El rubio me miraba con ligera inquietud, había estado más atento conmigo desde los incidentes con Peter.

—Gracias pero no me apetece —dije mientras mi traicionero estómago gruñía.

Alzó una ceja, dedicándome una mirada sarcástica.

—¿Oh, en serio? —dijo en tono burlón.

—Dame eso —estiré mi mano hacia el plato.

Félix me dio la comida encantado y la miré con algo de desconfianza, había aprendido con el tiempo que no debías aceptar comida de extraños. Mucho menos si te apellidas Gold y eres novia de Henry Mills.

—¿Cómo sé que no está envenenada?

—¿Por quién me tomas? —dijo Pan a mis espaldas—, ¿por la reina malvada?

Le dediqué una mirada de fastidio, él devolvió el gesto y escuché a Félix suspirar con resignación.

—Es de mala educación escuchar conversaciones ajenas, Pan.

—Es de mala educación no terminar tu comida —dijo alzando una ceja.

Rodé los ojos en respuesta, a veces realmente sentía que era una perdida total de tiempo el discutir con él pero debía admitir que también era divertido fastidiarlo.

—¿No sabes hacer otra cosa que no sea poner los ojos en blanco y gruñir como un perro rabioso? —se puso frente a mí, cruzándose de brazos.

—¿Tú no sabes actuar de otra forma que no sea como un estúpido? —abrí los ojos como platos—. ¡Espera un momento! ¿Me dijiste perra?

Pan negó con la cabeza mientras sonreía, volviéndome loca con su estúpida sonrisa arrogante.

—Estás agotando mi paciencia, Clare.

Lo observé con escepticismo, no me sorprendió tanto que su humor hubiese cambiado a uno más juguetón. Me irritó por alguna razón que me hablara con demasiada confianza, la cual aún no se había ganado.

—¿Disculpa? Solo mis amigos me llaman así, tú no tienes ese derecho —escupí de mal humor.

—¿Él es tu amigo? —señaló a Félix incrédulo—, te intentó matar.

—Es cierto —concedí—, pero fue porque tú se lo ordenaste. Él es el único que no ha sido un imbécil conmigo.

—Creo que esto no es necesario —intervino Félix—. Escuchen...

—¿Así que yo no puedo llamarte así? —interrumpió Pan.

No supe si Félix seguía hablando porque todo pasó a segundo plano, sólo me dediqué a devolver la mirada desafiante de Peter Pan.

—No y no creo que alguna vez lo vayas a hacer.

Pan intentó reprimir una sonrisa, desvió la mirada hacia algún punto y paseó su lengua por el labio inferior. Deseé no prestar atención a ese detalle, había algo sumamente tórrido en ese gesto y odiaba percibirlo.

—Sólo come —resopló—, mañana te enseñaré a cazar y no quiero niñitas desmayadas.

—De acuerdo ¿ahora podrías retirarte? —dije fingiendo una sonrisa—. Ver tu cara me quita el apetito.

Pan sonrió con petulancia y me miró alzando una ceja.

—Hoy por la mañana no pensabas lo mismo —dijo con voz calma.

No te pertenezco Peter PanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora