51. Sin control

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Peter Pan:

Había pasado mucho tiempo y gran parte de mi vida creando mi propio reino, el paraíso terrenal que había imaginado desde que era un pequeño me pertenecía. Neverland vivía gracias a mí y yo no podía mantenerme vivo sin su magia, la isla y yo éramos uno solo.

Pese a la conexión que tenía con la isla, en ese instante me sentí en un lugar extraño. Vagando entre los árboles, creyendo que había enloquecido por no poder encontrar el camino a mi propia cabaña.

Esa rápida y repentina caída en la desgracia me tenían por completo desorientado, parecía que habían pasado siglos desde que inocentemente creí haber encontrado mi final feliz. Tan infantil como siempre, había comenzado a creer en los cuentos de hadas que terminaban con un «y vivieron felices para siempre», por un momento olvidé que los villanos no podíamos ser felices.

La sombra de los árboles me hacían parecer más pequeño bajo sus inquietantes formas, el viento parecía querer guiarme por el camino incorrecto, no me soltaba, me perseguía una y otra vez. 

Estaba abandonado ahí, en mi isla, 
armado sólo con mi corazón defectuoso.

Viví solo, viví mucho tiempo con la soledad más despiadada que alguien había podido alguna vez experimentar. Cuando se está solo y sólo se siente frío en el interior, te sientes como un extraño en tu propio hogar.

Ellos me perseguían, lo sabía, podía escuchar una pequeña voz susurrando una advertencia de peligro. Entonces, un chico mendigo gritó mi nombre y escuché aquellas palabras que por mucho tiempo habían sido mi único aliento de esperanza.

—Piensa en cosas bonitas —susurré.

Los días felices borrarían el dolor. Una y otra vez me repetí lo mismo, otra vez, y otra vez, y otra vez...

Me fue inevitable recordar que hace muy poco había creído que tenía todo resuelto, cuando Clarisse parecía por fin tener su confianza puesta sobre mí, dio un paso atrás destruyendo la esperanza que tenía. Ella era mi última esperanza para tener un final feliz.

Necesitaba que ella fuese parte de mi vida de una forma u otra, no porque quisiera ser sólo dueño de un pedazo de ella, sino porque quería darle un pedazo de mí mismo; la consideraba como la única persona digna de ser dueña de una parte mía.

—Peter —la escuché llamándome.

Parpadeé un par de veces quedándome estático y confirmé que en efecto, había enloquecido. Me pregunté qué tanto debías sufrir para enloquecer, qué debías hacer para que incluso tu propia cordura te abandonara.

Sentí un tirón en mi brazo, haciéndome girar y quedar de frente a lo que parecía ser mi visión.

—Quiero dormir contigo —susurró.

Clarisse me miraba con expectación, alzando una ceja a la espera de un respuesta de mi parte. Entrecerré los ojos tratando de descifrar si era real lo que veía, tenerla frente a mí después de lo sucedido parecía surrealista.

—¿Clarisse?

Una media sonrisa apareció en su rostro y se acercó para tomar mi mano.

—Vamos, ha sido un largo día. Necesitas relajarte y una buena siesta.

En ese instante sentí que todo volvió a la normalidad, mi mundo parecía reconstruirse en un santiamén. Sin embargo, no pude evitar pensar en la inquietante idea de que lucía diferente, me sentía extrañado por su actitud.

Moví mi cabeza para deshacerme de esos pensamientos y me convencí a mí mismo de que sólo estaba siendo paranoico. Con nuestras manos entrelazadas hice uso de la magia para que en escasos segundos estuviéramos en mi cabaña, sonreí al ver que esta vez sí había aparecido en el lugar correcto.

No te pertenezco Peter PanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora