Capítulo extra: Su hogar

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Peter:

Recibimos el amor que creemos merecer, y esa era la razón por la que nunca confié en el amor. Yo no lo merecía.

Desde que decidió dejar todo por mí, cada día desperté antes que Clarisse para cerciorarme de que no era un sueño. Me aliviaba verla ahí, ceñida a mis brazos o cubierta por todas las sábanas sin importar el clima que hubiese.

No podía quedarme dormido sin estar aferrado a ella, mi gran pesadilla era soltarla y que se desvaneciera una vez más en mis brazos.

Llega el momento en el que te preguntas si mereces ser tan feliz y yo me lo preguntaba cada vez que la escuchaba reír a carcajadas, cuando la veía con las mejillas teñidas de rosa o cada vez que decía que me amaba cuando pensaba que estaba dormido.

Esa sensación de incertidumbre fue creciendo con el tiempo, alimentándose con la añoranza de Clarisse. En algún momento sentí que ella comenzaba a extrañar cada vez más su antigua vida; se quedaba mirando a la nada sumergida en sus pensamientos, me explicaba sobre artilugios de su mundo que solía usar y narraba historias ridículamente ficticias a las que llamaba películas.

Primero me pidió información sobre Storybrooke, después la atrapé intentando enviar una carta por medio de Ariel y finalmente decidió, sin preguntarme, que visitaría a su familia. No entendí porqué al final fue ella la que se molestó conmigo, lo único que yo podía hacer era reservar mis frustraciones para mí mismo.

No me atreví a prohibírselo, tampoco junté el valor para preguntarle la repentina ansiedad por visitar su mundo. Volví a encerrarme en esa oscura armadura en la que solía vivir, sacudí algunas telarañas que había pero ya no me sentía igual de reconfortado.

Terminé por doblegarme ante ella, una vez más Clarisse ganó la batalla. La besé confiando en el amor que cada día me demostraba, esperando que no olvidara que la amaba más que a nada en este mundo u otro.

No me consideraba romántico, mucho menos detallista. He ahí la razón por la que el rubor se había instalado en mis mejillas, me apenaba a mí mismo verme  recolectando flores. Podría aparecer un nuevo jardín de flores nunca antes vistas por ningún ser, eso tan sólo con un chasquido de dedos. Sin embargo, Clarisse me había enseñado a dejar de depender tanto de la magia.

Cuando la veía sonreír con ternura, orgullosa de mí, entonces valía la pena el trabajo duro. Me había acostumbrado a obtener todo lo que quería sin esforzarme, ahora comenzaba a apreciar algo hecho por mí mismo.

Pensé que un ramo de flores silvestres le gustaría, la imaginaba sorprendida de verme esperándola y recibiéndola con un largo beso que prolongaría tanto como mis pulmones me lo permitieran. Ansiaba abrazarla e impregnarme de su esencia, el olor que había en su almohada ahora me parecía sutil.

Mi sombra sería quien la traería a casa, yo no podía arriesgarme a un ataque en Storybrooke. Sólo me dedicaría a esperarla, les ordené a los niños perdidos que esperaran en el campamento puesto que ellos también aguardaban la llegada de Clarisse. Pero al igual que las flores en mis manos, mis esperanzas quedaron hechas añicos.

Las nubes se movían con el viento que cada vez era más violento, el cielo se fue tornando oscuro, la Luna finalmente apareció pero Clarisse no lo hizo.

El sentimiento de traición volvió a florecer en mí, me había esforzado por enterrarlo y fingir que nunca me había sentido traicionado por ella. A cualquier persona le costaría un poco volver a confiar, incluso si se trataba de un monstruo como yo.

Intenté ser paciente, pensé que tal vez sólo se le podría haber hecho un poco tarde. Cuando el Sol iluminó poco a poco la costa, me sentí como un niño ingenuo. La rabia me invadió, no medí las consecuencias y me las arreglé para regresar por ella.

No te pertenezco Peter PanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora