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Henry

No había podido dormir bien esa noche. Estaba con Erick, mi hermano mayor, en nuestro pequeño cuarto. Él dormía y yo me había despertado por cuarta vez debido a una pesadilla. Una pesadilla que tenía constantemente donde veía a mi familia quemándose y pidiendo ayuda. Le había consultado eso a mi padre y me dijo que solo era una simple pesadilla. Para mí no lo era, y para mi hermana menor tampoco.

No sabía qué hacer, así que me senté en mi cama con mucho cuidado, no quería despertar a mi hermano. Tendría un grave problema si lo despertaba, y no me hubiese sido agradable empeorar mi mañana.

Mire a mi alrededor, nuestro cuarto era muy pequeño solo cabían las dos pequeñas camas que construimos mi hermano y yo, y unas tablillas en las cuales teníamos nuestra ropa. La verdad es que el único espacio sobrante era un pequeño pasillo que llevaba a la puerta.

Erick y yo compartíamos la ropa ya que éramos la misma talla, esa ropa era la que le quitábamos a las personas que capturábamos, y como las sacrificábamos tomábamos la ropa para nosotros, claro según la talla de cada miembro de la familia. A veces teníamos que quemar la ropa que no le servía a ningún miembro de la familia, mamá detestaba conserva ropa que no nos sirviera.

Ambos, éramos casi iguales, altos, prácticamente de la misma estatura, el mismo color castaño de cabello. En ese tiempo mi cabello me tapaba la frente y siempre me lo echaba hacia el lado izquierdo. Erick tenía el cabello corto, tanto que ni tenía que peinarse.

Nuestros ojos eran distintos, los de él eran color café y los míos eran de un café muy claro y a veces verdes ya que cambiaban según los colores de mi vestimenta o de la intensidad de la luz. Él era más gordo que yo, claro que ambos éramos delgados pero él me ganaba en peso, y músculos.

Nuestra diferencia de edad era por dos años. Yo Tenía dieciséis en ese entonces y él dieciocho.

El poder de Erick era fuerza, tenía una fuerza sobrenatural. Aunque también tenía buena puntería. No me explicaba cómo era eso posible, pues su puntería era fascinante, igual a la del abuelo, quien ya había muerto en ese entonces. Pensaba que quizá los poderes podían ser genealógicos.

La habitación estaba oscura aun. Pero supe que estaba por amanecer por el canto de las aves del bosque que entraba por la pequeña y vieja ventana de nuestra habitación.

Al escuchar un gruñido me di cuenta de que mi hermano se estaba despertando. Se dio cuenta de que yo estaba sentado. Bostezó fuertemente, se estiro y volvió a mirarme con cara de perro enojado, como si lo hubiese despertado a sacudidas.

–¿Henry? ¿Qué haces levantado tan temprano, ni ha salido el sol?– refunfuñó.

–Bueno, es que no puedo dormir así que me senté aquí como un idiota a esperar que amanezca y que todos se levanten– conteste serenamente. Quizá exagere un poco.

Mi hermano no me había quitados los ojos de encima, era un poco incómodo ya que su mirada me asustaba, parecía que siempre estaba enojado.

Se froto los ojos con ambas manos, se notaba que aun quería dormir. Luego, me miro malhumorado nuevamente, bueno, desde ahora mencionare que siempre miraba así. Al menos, en esos días.

–Solo acuéstate e intenta dormir otra vez– dijo con amargura en la voz.

–Es que ya no tengo sueño. Mejor saldré– hable con un tono de voz normal, a pesar de que él siempre me hablaba con amargura, yo le hablaba normal, molestarse con él por hablarme amargado ya era algo que no tenía sentido.

Róel: La RebeliónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora