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Elena

–¿Te sientes mejor?– me preguntó.

Lo dijo en tono burlón, probablemente porque yo estaba muy sonriente y... la verdad es que creo que no pareciera que hubiese estado a punto de morir hace unas cuantas horas.

Aun llevaba puesta su camisa, y él continuaba con su pecho desnudo, algo que me desconcertaba un poco... bueno, no tan poco. Sus pectorales y sus abdominales eran realmente impresionantes. Mamá me había dicho que en la civilización muy pocos hombres eran tan apuestos como los de las revistas. Sin embargo, no me sorprendería ver a Víctor en una portada.

–¿Qué tú crees?– le dije mostrándole una sonrisa, sabía que él sabía que estaba bien.

–Bueno...– hizo una pausa en gesto pensativo pero burlón.–...tal vez estas bien debido a que encontraron una manera de salvar a tu familia –lo mire con el gesto fruncido, por una parte era por eso, pero por otra... era porque estaba con él a solas.

De hecho lo primero realmente me preocupaba. No sería fácil convencer a mi padre para que dejara de practicar esa maldita religión. Pero, eso era para después, en ese momento lo único que me importaba era la presencia de Víctor.

El me miraba con una sonrisa, yo hacía lo mismo. Era fácil sonreírle.

Estábamos caminando río arriba, obviamente por la orilla. Había una vista hermosa. Caminábamos sobre pequeñas rocas color gris, aunque, entre ellas se veían varias excepciones de otros colores como verde, rojo, azul y entre otros.

El río no era muy ancho, pero tampoco era tan fino como el pequeño riachuelo que había cerca de mi casa. El agua estaba limpia, y la corriente no era fuerte. De hecho se sentía tranquilo, muy pasivo y relajado.

–¿Por qué no te pusiste una camisa?– pregunté, no es que quisiera que tuviera una puesta. Solo quería crear conversación.

–Tengo calor– contestó.– ¿Por qué? ¿Te molesta?

–No...– contesté de inmediato.– No me molesta. Pero, los mosquitos te han estado picando.

Observe varias picaduras en su cuerpo, el cual no podía dejar de mirar, bueno, lo dejaba de ver solo para mirar sus ojos o mirar hacia delante, no quería tropezarme.

Él miró el suelo y luego me miro con una sonrisa.

–No es nada, estoy bien – aclaró.

No entendía como era posible que no pudiera dejar de mirarlo. Aunque, lo más extraño eran los fuertes deseos de acercármele más y tocarlo. Quería sentir su piel, pasar mis manos por su pecho, sus brazos, todo y cada parte de su perfecto cuerpo.

–La verdad es que nunca había visto un chico como tú– admití sin dejar de mirarlo, aunque no era la única que tenía la mirada fija en el cuerpo de otro. Sinceramente, no sé cómo es posible que no hubiésemos tropezado con algo.

–¿Cómo? ¿Qué tengo de especial?– ya no sonreía pero se mostraba muy interesado en saber la respuesta.

Por un momento no supe que decir. Por más segura que pareciera, realmente, estaba un poco nerviosa.

–Creo que todo– fui sincera.

–Eso no me dice mucho– dijo con un tono juguetón. Tenía que dejar de sonreír así.

Le conteste con una risa estúpida. Enserio, no sé de dónde vino esa extraña risa que pareció ser más el cantar de alguna pobre ave moribunda.

Róel: La RebeliónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora