2. Capítulo 11: De prioridades y abrumadoras verdades (1ª Parte)

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No hay palabra que explicara cómo me sentí al tener frente a mí a la causante de todas las desgracias que me rodearon los últimos días. De pie, pidiéndome hablar e irradiando todo aquella confianza que me habían arrebatado a mí recientemente, odié con cada fibra de mí a la pequeña chica que me miraba expectante. Me odié porque yo era la causante de su visita y por no callar cuando estuve frente a ella y toda su corte. Prácticamente había suplicado por una explicación, por creerle.

Tan patética, pensé y sonreí sin un ápice de alegría.

No, no solo sonreí, lloré por lo idiota que fui y por lo mucho que me dolía verla y saber que todo había sido fingido. Lloré hasta deslizarme en el suelo, sosteniendo con mis dedos la toalla que me protegía. Era la segunda vez que lloraba ese día y me odié una vez más por ser tan débil. Ni en prisión me había roto como allí.

—Vete, por favor —pedí, postrada en el suelo, no deseando que viera más de la miserable imagen que era en ese momento. No escuché pasos alejarse, así que grite—. ¡Lo lograste, acabaste con todo! Estarás contenta ahora, ve y usa tu bonito vestido y miente a todos como me mentiste a mí, eres buena en ello, Cassiodora.

Creí que obtendría una réplica, que tal vez escucharía sus exigencias, que hablaría a pesar de mi solicitud, pero no fue así. Escuché sus pasos dejando mi habitación y luego la gran puerta al ser abierta y cerrada tras de ella.

Estaba sola, estaba completamente sola en la inmensidad de aquella hermosa estancia y, para mi absoluto horror, eso me asustó más que la presencia de mi vieja amiga. Me abracé a mí misma, tratando de controlar los temblores que cubrían cada parte de mi cuerpo y me aovillé, cubriendo las aterradoras imágenes que acudían a mí y me hacían sentir de vuelta en las mazmorras, escuchando los quejidos de un moribundo ogro y las horrendas voces y suplicas aterrorizadas de los otros prisioneros.

No sé cuánto tiempo estuve allí tirada, pero no estaba lo suficientemente dormida para ser indiferente a los brazos que me levantaron en volandas y me llevaron a la cama, separando las mullidas almohadas y levantando las sabanas para acostarme bajo las mismas. Estaba desnuda, había perdido la toalla que me cubría, mientras lloraba, sin embargo, estaba lejos de avergonzarme. Había aprendido que había cosas peores que ser vista sin ropa por un amigo.

—Gracias —balbuceé, sin abrir los ojos.

—Recuerda avisarme la próxima vez que haya una fiesta —susurró, dejando un suave beso en mi sien y sonreí, porque no podía menos que hacerlo sabiendo que era muy entrada la noche y que él sacrificaba su sueño para salvarme. Para hacerlo una vez más.

—Te debo mucho —dije.

—Si me invitas a quedar podría olvidar tu deuda.

—Si buscas otra cobija, eres bienvenido —murmuré una vez más y me giré, dándole la espalda y dejando el espacio suficiente para que descansara en caso de que quisiera hacerlo—. Buenas noches, Castiel... y no abuses de mí.

—Buenas noches, princesa, y despreocúpate, no eres mi tipo —escuché, a la vez que permitía que el sueño me acogiera.

~~~


Los movimientos junto a mí me despertaron. Llevé mis manos a mi rostro, frotando mis ojos y bostecé, estirándome bajo las cobijas. El de la noche anterior, por demás, había sido el mejor sueño que había tenido últimamente.

Abrí los ojos y parpadeé un par de veces, acostumbrándome a la luz que entraba por los cristales. Las gigantes cortinas que antes las cubrían habían sido corridas y las muchas velas sobre la lámpara de araña ahora estaban apagadas. Me giré, al sentir nuevamente los movimientos a mis costados, y me encontré con la radiante sonrisa de mi compañero de habitación.

CDU 3 - La elección de Cassiodora [BORRADOR COMPLETO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora