2. Capítulo 12: Una confesión apresurada (1ª Parte)

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—¿Qué es lo más loco qué harías por mí? —indagué, jugueteando con el vaso de limonada en mis manos, sin dejar de caminar.

Hacía un poco de frío y, tal como había dicho Sebastián, un café habría sido mejor opción. Pero no, yo quería demostrar que podía tomar un granizado y, en realidad, no había pasado del primer trago.

—No sé... —fingió pensarlo, pero luego nos detuvo y se adelantó hasta ponerse frente a mí. Sonrió como siempre solía hacerlo y quitó el vaso de mis manos, colocando el suyo en su lugar—. Probablemente, comprar un café para ti, sabiendo que no podrías acabar ese jugo.

Reí por sus palabras y apreté con fuerza el vaso. El ligero calor que desprendía la tasa era reconfortante, sin embargo, no podía aceptarlo.

—Pero entonces ese sería mi problema y tú no deberías congelarte por mis malas decisiones —refuté.

—¿En serio me harás repetirlo? —Volqué los ojos porque ya conocía ese discurso—. Thesi, por ti podría matar dragones. Si existieran, claro —recalcó.

—¿Qué más? —pregunté y me senté en una banca que acaba de desocuparse a nuestro costado. El par de estudiantes que antes la ocupaban parecían más prudentes que nosotros y prefirieron ir a ocultarse del frío.

Él tomó asiento junto a mí y sonrió cuando fingí tomar un sorbo del café.

—Oh, yo podría secuestrarte y llevarnos a las montañas.

La limonada ya había sido dejada a un lado y me sentí satisfecha por lograr distraerle. Si seguía por allí, pronto planearía nuestra supervivencia y algunas formas de escapar sin ser atrapadas por mi control parental. Esa vez fueron las montañas, otras veces había sido la luna, Praga, Tokio, una casa de jengibre en el bosque, un castillo, o una cabaña cerca del mar. Lo divertido era que ambos sabíamos que aquello era una locura, pero no evitaba que lo pensáramos. Aunque tenía que admitir que en algunas oportunidades él sonaba demasiado convencido, pero por supuesto yo encontraba maneras de explotar la burbuja.

—Yamato nos perseguiría y entregaría tu cadáver a algunas fieras.

—No le tengo miedo —aseguró y se acomodó, levantando su brazo izquierdo para que me acurrucara en su costado; lo que hice de inmediato—. Probablemente cuando nos hallara ya nos habríamos casado y no querrá separarnos. Creo que el hombre parece medianamente sensato.

Me reí de eso y señalé, sin mirarlo, el vaso en mi mano.

—Toma un poco —El vaso fue retirado de mi agarre. Él era tan predecible—. ¿Qué haríamos en las montañas? No puedo cocinar, sería ineficiente en todas las formas.

—Yo hago un buen guiso y podría funcionar con el arroz también.

—Entonces, ¿sobrevivimos con arroz y guiso?

—Podría cazar y preparar la carne —afirmó y lo sentí dar otro trago del café, haciéndome sonreír entre labios. Su aroma abrazaba mi cuerpo con fuerza y los ruidos a nuestro alrededor, de personas yendo de un lado a otro a sus clases, no tenían importancia.

—¿Y yo que haría? No puedo cocinar y no me imagino cazando algo. Diseccionar ranas fue un suplicio para mí y lo sabes.

—Oh, claro que lo sé, tuve que curar tus manos ese día —Río y una vez más lo sentí tomar otro sorbo del café—. Mejor te arrancas un dedo que matar un animal, ¿no?

—¡Que fue un accidente! —exclamé, haciéndole reír—. Y, en serio, deberías olvidar esas ideas locas de huir. No soy útil, vas a aburrirte. Limpiar y lavar se me da bien, pero parecería más una damisela en peligro.

CDU 3 - La elección de Cassiodora [BORRADOR COMPLETO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora