capítulo 30; un apoyo

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- Hola - carraspeo un par de veces después de que mi voz haya sonado tan grave.

Espero algún tipo de respuesta por unos tres minutos mientras me desato los cordones de mis sucias zapatillas de deporte y las agarro con dos de mis dedos como pinzas.

Me asomo a la cocina, cuya puerta corrediza se encontraba medio abierta.

El "cliente" con el que Jon estaba tratando resulta ser el doctor Deaton.

Aunque mi conciencia me regaña por ello, decido quedarme unos minutos a tratar de descifrar parte de la conversación.

- [...] ¿y se lo piensas contar? - la tan serena voz de Deaton es rápidamente identificada por mi oído.

- ¿Debería? No creo que pueda encajarlo - le responde el que sé que es mi primo.

- Claro que lo hará, Jon. Es inteligente, valiente y madura. Sabrá cómo encajarlo, aunque le cueste - Alan Deaton se cruza de brazos encima de la isla de mármol.

Escucho un ruido de un tenedor contra un plato, y sé que es Jon, fingiendo interés por su comida para evitar dar una respuesta; ya son muchos años conociéndole.

- Tienes razón... Se lo comentaré cuando llegue - empieza a decir mi primo sin demasiada convicción en la voz.

Pero Alan Deaton, al cual desde que le conocí siempre he sido consciente de su agudeza, me delata con tan solo ladear su cabeza y mirarme con una mirada extraña.

Más allá de la inexpresividad, diría que parece intranquilo.

- He de volver a la clínica - dice con gentileza a modo de despido - ten un buen día, Maya.

Agradezco su trato tan cordial y su mirada jovial al pasar, pero por como Jon me mira, lo que viene ahora no tiene pinta de ser ni mucho menos agradable.

- ¿Qué es lo que tengo que saber? - abro la nevera y la analizo balda por balda con los ojos en busca de algo que llevarme al estómago.

- Hay un plato para tí en el horno - tal y como era de esperar, evade el tema.

Cojo el plato y me siento a la mesa después de lavarme las manos en el fregadero.

Observo como Jon echa mano a su americana y de ella saca un paquete de cigarrillos.

- Voy a salir a fumar fuera - trata de escapar.

- Quiero saberlo - imploro sin paciencia.

- Tengo que regresar a la oficina, solo he venido para comer... - su grave voz le da una serenidad a sus palabras que su rostro no refleja.

Está rígido como un mamotreto de piedra y ni cruza la mirada conmigo.

- ¿Puedo ir contigo? - le pido. Miro al reloj y pronto van a dar las tres de la tarde.

- ¿A la oficina? Maya, es sábado y has acabado los exámenes, ¿qué quieres venir a hacer? - desarma mi frágil argumento rápidamente.
Ha notado que el mango de la sartén se le escurría entre los dedos y lo ha recuperado en cuestión de segundos.

- ¡Jon! ¿Me estás evitando? - mi voz sale más chillona de lo habitual, y eso delata que me está impacientando.

- ¿No tienes nada que hacer un sábado por la tarde? - él también se nota tenso.
Ha encendido el cigarrillo en la misma cocina.

Da una larga calada aún con sus oscuros ojos profundizando en mí.

- Además, podemos hablar eso mañana. No es de vital importancia - parece ceder un poco.

Extrañada a la par que confundida por su reacción tan razonable, acabo la carne y las verduras de mi plato lo más rápido que puedo.

- ¿Ahora tienes prisa? - se burla.
Únicamente se está dedicando a observarme recoger mis platos.

- Esta noche voy a salir con Lydia, le vendrá bien - anuncio respirando un aire cada vez más impregnado de nicotina.

- ¿Desde cuándo? Hace dos minutos mostrabas un relevante interés por acompañarme al trabajo - Jon siempre ha sabido jugar el as de las palabras a su favor; especialmente bien.

- Acabo de recordarlo - excuso.

Jon pone los ojos en blanco mientras da otra gran calada.

- ¿Desde cuándo fumas? - sé que mi pregunta le ha pillado por sorpresa porque entrecierra los ojos.

- Hacía años que no me encendía un cigarro, pero este caso va a acabar por sacar lo peor de mí - se cruza de brazos y noto la resignación en su fría mirada.

Me muerdo el labio inferior mientras me acerco a él.

Dándome por rendida, salto a su regazo y lanzo mi índice contra su frente.

- No me gusta que lo hagas - tomo la colilla ahora ennegrecida y la tiro al fregadero.

Jon frunce su ceño con desaprobación hacia mi gesto y hace el amago de intentar tirarme.

De mis labios escapa un grito cuando casi caigo al suelo de no ser por mis reflejos, que reaccionan más rápido que mi consciencia.

Juego con mis dedos en el nudo de su corbata hasta que finalmente logro deshacerla y liberar su nuez.

- Nunca voy a cansarme de repetirte cuánto has crecido... eras una mengaja, ¿sabes? - su risita burlona me causa gracia.

- ¡Tú eras un perro escuálido! - acuso con ma boca abierta por su ataque.

Él frunce los labios en una divertida mueca imitándome terriblemente.

Una carcajada escapa de mi garganta tras tratar de detenerla por un instante.

Jon se contagia de ella y también se ríe.

* * *

'De acuerdo Maya, ven a mi casa a eso de las 9:30. Cenamos, nos arreglamos y nos vamos en mi coche'
Recibo ese último mensaje de Lydia mientras no dejo de revolicar entre las perchas de mi armario en busca de algo decente que ponerme.

Mi móvil vuelve a vibrar una vez más.

'Le he dicho a Scott, Stiles y Allison que pueden venir... ¿te molesta?'

505 de Arctic Monkeys está sonando en este precioso instante por todo mi cuarto.

'No, todo está bien, Lydia. Te veo luego M. xxx'. escribo antes de lanzar el móvil sobre la cama.

* * *

Cuando por fin me he decidido con la ropa, los zapatos y decido que lo mejor será dejarle mi pelo a Lydia.

Justo en el mismo momento en el que me miro al espejo, una delgada pulsera de cuero negro asoma por la manga izquierda de mi sudadera.

Era de Isaac.

-7 [Isaac Lahey]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora