capítulo 34;

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Uno de los peores golpes que puedes recibir en toda tu vida es un fuerte impacto en el diafragma.

En el peor de los casos, sus consecuencias son las mismas que las de un fallo respiratorio.

Tienes esa agobiante sensación de asfixia encima mezclada con el incipiente dolor en el tórax.

Dejas de oír tu propio pulso y tu garganta se cierra de golpe.

Una sensación parecida a esa es la que tengo cuando llego al rellano del apartamento a las 4:57 a.m y me encuentro la puerta derrumbada en el suelo de la entrada.

Noto como la bilis cargada de alcohol asciende por mi garganta.

Me adentro en el loft y comienzo a llamar a gritos a mi primo Jon, mientras comienzan los sudores fríos en mi columna.

- ¿¡Jon!? - ni esa, ni las 20 veces siguientes que grito el nombre de mi primo obtengo una respuesta por su parte.

Mi respiración se acelera por minutos.

La casa está destrozada: hay libros esparcidos por todo el suelo de la casa, electrodomésticos y muebles esparcidos por todas partes y un extraño olor que no logro identificar.

Recorro todas y cada una de las esquinas del maldito apartamento - a cada cuál más desordenada - pero no encuentro ni el más mínimo rastro de mi primo.

Cierro los ojos y trato de calmarme por dos segundos, pero no logro permitírmelo.

Ante esta situación, lo único que se me ocurre es coger mi móvil y buscar el numero de Alan Deaton.

Justo en el momento en el que introduzco mi contraseña, me doy cuenta.

Mi cerebro, adormecido por el alcohol, relaciona las llamadas de Jon que vio hace un par de horas al salir del pub.

Entro en los mensajes y escudriño mis ojos a más no poder.

Trato de leer pero mi dolor de cabeza es un claro impedimento para esta simple tarea.

"Alan Deaton. Clínica veterinaria. Down Hallway Street n° 72"

Me abofeteo mentalmente buscando algo que enfríe mi razonamiento.

A primera vista, esto parece haber funcionado, ya que cuando tecleo el número de Deaton en el teclado de mi móvil, no me tiemblan los dedos.

Ni dos tonos más tarde me sorprende la atenta y serena voz del doctor Deaton.

"Es Deucallion. Deucallion ha secuestrado a mi primo Jon".

Ante la atenta mirada del vecino de arriba cuando trato de colocar la puerta en el colgajo de madera que ahora es su "soporte", cojo las llaves del mustang de mi primo y me dirijo al garaje de la comunidad con la esperanza de que siga allí y de que no me pidan el carne de conducción de camino a la clínica.

Tenía el carne válido en Italia, pero yo ya había oído por ahí que no existía ningún tipo de convalidación para poder conducir directamente al llegar a Estados Unidos.

Sabiendo que infringía la ley al meter la llave en la ranura del contacto, me puse en marcho rumbo a la clínica sin importarme nada lo más mínimo, a excepción de la seguridad de Jon.

* * *
- Vamos a necesitar refuerzos, Maya... Entiende que no tendríamos nada que hacer, conforme el tiempo avance la manada de Deucallion solo aumentará por cada segundo que él pasa en Beacon Hills - explica Deaton con su habitual tono claro y jovial.

Asiento incapaz de articular cualquier otra palabra debido al shock de realidad que me estaba golpeando.

- Llamaré a Derek y a los cazadores - informa - tú deberías reunirte con Scott y su manada. Ellos son tus amigos y deberían brindarte su ayuda.

- De acuerdo - consiento de brazos cruzados por el frío en aquella estancia.

Salgo a la puerta de la clínica veterinaria, y justo en el momento que mis dedos abandonan el gélido tacto de la barra metálica que formaba el tirador de la puerta principal, mi móvil empieza a vibrar.

La pantalla se torna negra por un nanosegundo, pero de repente unas letras en rojo chillón saltan de la nada.
Son muy brillantes, y el fogonazo de luz me ha cegado momentáneamente, pero puedo leer claramente "feliz cumpleaños"   escrito en Italiano.

Un ligero temblor corre desde mi espalda hasta las yemas de los dedos que sujetaban mi móvil.

El escalofriante mensaje hace que tome una quizás demasiado impulsiva decisión; estrellar el móvil contra el asfalto.

*yo nunca pongo alarmas, ni marco fechas en el calendario, ni doy datos para recordatorios...* me digo interiormente mientras me siento el miedo correr como ácido por mis venas.

Pisoteo y destruyo el móvil a toda prisa y seguido de esto, me meto en el coche de mi primo.

Me doy a mí misma un margen de 17 segundos escasos para tranquilizarme, poner mi coche en marcha y salir directa para casa de Isaac.

* * *

Mi conciencia me mortifica a cada minuto que pasa en el trayecto hacia casa de Isaac por dos motivos.

El primero es que al irrumpir en su casa a las tantas de la noche diciéndole que Deucallion había secuestrado a mi primo, le daría un susto de muerte.
Y el segundo es que cortaría su placentero sueño, y sé cuánto le cuesta dormir.

Cuando llego finalmente, me planto delante de la puerta como una idiota.

El aire es denso y frío, y mis pulmones sufren con cada inspiración fuerte que crea mi nerviosismo.
Mis manos están entumecidas por el bestial clima y mis labios resecos totalmente.

Hago acopio de todo mi valor y me lanzo sobre la puerta, golpeándola con los nudillos no demasiado flojo ni tampoco de manera agresiva.

Oigo un quejido dentro, y unos minutos más tarde un adormecido Isaac me recibe en pijama en la misma entrada de su casa.

- ¿Maya? ¿Pero... qué haces aquí? ¿Qué hora es? - dice mientras se frota los ojos un puño.

- Son las 4:28 de la madrugada - respondo en voz baja mirando a mi móvil.

- ¿Está todo bien? - pregunta una vez más.
Esta vez, sus ojos inciden directamente sobre los míos y clavan una mirada de preocupación.

- Deucallion ha secuestrado a mi primo Jon - noto como las lagrimas empiezan a picar en mis ojos, amenazando con salir de un momento a otro. Pero, haciendo un esfuerzo por no empeorar más las cosas, me las trago.

- Joder - parece terminar de despertarse del todo y activarse.

- Vamos, vístete... Tengo que llamar a los demás. Luego iremos a la clínica de Deaton a seguir las siguientes instrucciones que él nos dé.-

Extingo mis lágrimas, signos del miedo y testigos del agobio que se habían apoderado de mí hace tan solo unos segundos, y que ahora se habían visto sustituido por una colosal rabia hacia ése individuo cuyas malas intenciones siempre habían sido desconocidas para mí.

-7 [Isaac Lahey]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora