- Como vuelvas a insistir pienso patearte el culo con tanta amabilidad que me darás las gracias - era ya la séptima vez que le pedía a Jon que me dejase mirar el papelito de la cuenta.
- Olvida esos formalismos, te he dicho que quiero pagar a medias esto - mi mano sobrevuela toda la mesa llena de platos vacíos.
- No vas a pagar nada - Jon saca su cartera de piel color chocolate y no puedo evitar poner los ojos en blanco.
El camarero parece oler el billete de cincuenta dólares a kilómetros, ya que no tarda ni cinco segundos en venir a recoger la diminuta bandejita que había dejado en nuestra mesa minutos antes y donde ahora Jon había dejado el dinero.
El camino de vuelta a casa se llena por una agradable charla trivial sobre nuestros respectivos días.
- ¿Echas de menos Italia? - lanza la esperada pregunta mientras gira el volante a la izquierda.
- En parte, sí, se podría decir que sí... Pero tampoco quiero volver - me sorprendo a mí misma con algo de felicidad.
Me encuentro mirando al infinito a través del parabrisas del coche, y cuando me veo reflejada en el espejo retrovisor me abofeteó mentalmente por dejarme caer en la nostalgia.
- Podríamos volver algún verano - su sugerencia suena a un camuflado deseo de que yo denegase su oferta.
- ¡No! - lo digo muy rápido, y a las milésimas de segundo me doy cuenta en el silencio del coche de que había sonado demasiado tajante - no, yo... lo siento, no me gusta la idea.
Jon suaviza su rostro, aparta la vista de la carretera y me toma de la mano.
Por cómo entorna los ojos sé que va a aprovechar el semáforo en rojo para echarme un sermón.- Tendrás tus motivos para no volver, pero algún día tendremos que ha lar de ello - hace una pausa sin apartar sus ojos de mí, intentó interrumpirle pero arquea las cejas en advertencia y se dispone a proseguir - de igual manera, tenemos que hablar de Kate Argent.
Niego rotundamente con la cabeza y se me escapa un resoplido impertinente.
- Maya, hay cosas que debes de saber - insiste cuando me reclino sobre mi asiento.
Me tapo los ojos con las manos, pero el dolor de cabeza recientemente adquirido no parece mitigarse.
- Ayer estabas muy disgustada, y entiendo que no quisieras hablarlo, pero esto es serio, y cuando lleguemos a casa tú y yo vamos a mantener una seria conversación-.
Como veo que no me queda otra opción, guardo silencio hasta que acabo cayendo en la cuenta de que, por mucha rabia que me de, tiene razón.
Aunque me resigno a admitirlo.La madera de la puerta del apartamento está sorprendentemente fría para estar a tan solo un par de meses de la primavera.
La habitual y agradable sensación de impoluta limpieza se ha esfumado por la densa humedad. Huele a una mezcla de ambientador con demasiado alcohol y polvo.Jon se dispone a abrir la puerta en cuyo marco me estoy apoyando, cuando un timbrazo de su móvil lo interrumpe.
Resopla con fastidio, pero empieza a urgar en su bolsillo y coge el móvil.
La siguiente sucesión de palabras no tendría mucho sentido para alguien que no conozca cómo trabaja mi primo.
Pero ése no es mi caso.
Ya llevo 8 meses aquí, y comprendí cómo funcionaba hace varios.- Lachowski... Ya. Me temía que pudiese pasar - hace una corta pausa - en 10 minutos he llegado.
En cuanto cuelga, me dirige una mirada cargada del sentimiento denominado culpabilidad.
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-7 [Isaac Lahey]
Romansaquizás cumplir los 17 fuera de tu hogar, en la casa de uno de tus primos al que no ves desde hace casi 7 años puede no ser la mejor manera de empezar de cero.