capítulo 40;

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Al llegar a casa, decido poner mi mejor sonrisa porque ya había sido lo suficientemente egoísta como para dejar que mi pobre primo encima se preocupase por mí.
No quería que notase que nada había cambiado, porque lo principal era su salud en estos instantes.

El repiqueteo de las llaves contra el frío metal de la cerradura, hace que, como había ido comprobando con mis oídos, Jon se levantase y fuese arrastrando una leve cojera hasta la puerta principal para recibirme.

- Hola cariño mío - en cuanto la puerta se entorna mínimamente, él la abre de par en par y estira sus brazos hacia mí.
Sin pensármelo ni un segundo, me lanzo a sus brazos y rodeo con los míos su espalda.
Noto como su pecho sube y baja rápidamente, haciendo casi inexistentes los milímetros que nos separaban.

- Dios mío, ¿estás bien? - mi voz sale en forma de murmullo apenas audible.

- Sí, que no te engañen todos estos tubos, es solo un drenaje y una vía intravenosa para los líquidos y esa mierda... - explica justo antes de que le asalte una áspera tos.
Me sorprendió oír una palabrota que saliese de su boca; él siempre había sido de guardar las formas.

- Ven, vamos a sentarnos... - rodeo su hombro y con mi otro brazo abrazo su torso por delante.
Siento una punzada de dolor cuando veo perfectamente como trata de erguirse y recomponer su postura, pero su propio cuerpo lo regañaba volviendo a encorvarle.
Aquello había tocado en su orgullo, ya que echó una mirada de resignación a la moqueta antes de continuar andando como pudo.

- ¿No deberías estar aún en el instituto? - se gira para mirar el reloj de pared del comedor al que acabábamos de entrar.

- Sí, pero tenía una hora libre y han faltado varios profesores, así que he decidido volver para estudiar aquí - a veces me llegaba a sorprender la facilidad que tengo para mentir.

Jon no dice nada.
Yo sabía que no hacía tanto tiempo que él había sido un alumno de aquel mismo instituto, y aparte de conocerme a mí, conocería aún sus normas.
Pero algo en mi interior me dijo que no iba a pedirme que volviera. Ni tampoco se iba a enfadar.

Y no lo hizo.
Ya eran algo más de las 11:30 de la mañana cuando apartó sus ojos del televisor y se quedó mirándome con atención.
Por el rabillo de mi ojo podía ver cómo me miraba con descaro: sin intentar ocultar que quería que yo iniciase una conversación de un momento a otro.

Me aparto un mechón de la frente y lo coloco detrás de mi oreja mientras yo también hago tiempo a que él se adelante e inicie la conversación.
Tras 5 minutos, al ver que él no lo hace, decido romper el hielo:

- Si no estuvieses repleto de tubos de goma te lanzaría todos estos libros - señalo con el mentón todos mis libros y apuntes de biología.

Estoy acurrucada contra el brazo izquierdo del sofá de cuero, pensando en qué podría estar cruzando su cabeza, mientras él está recostado en el extremo contrario mirándome con sus enormes ojos chocolate.

- ¿Qué ha pasado? - me sorprende.

- Anoche dormí en casa de Scott - como veo que esta información no es algo que él desconociese, (debido a que su ceño no se frunce con desaprobación) decido continuar - me levanté para ir al servicio a eso de las 5 de la madrugada, porque ya sabes que yo no puedo dormir toda la noche del tirón, y me topé con la señora McCall en la oscuridad de su cocina.

Hago una pausa inevitable porque se me estaba empezando a escapar la risa, y él arquea una ceja para animarme a que continúe.

- Ella chilló tan fuerte por el susto que se dió que Scott bajó corriendo las escaleras - para cuando llegué a ese punto de la historia, ya me había atacado la risa floja.

-7 [Isaac Lahey]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora